Con el pantalón arremangado y la camiseta blanca salpicada, el mexicano Carlos Frías mezcla a mano barro, agua y estiércol para preparar una hilera de ladrillos rojos.
Cuando la mezcla está lista, el "tabiquero" la amasa y la vierte en un molde. Sus manos se afanan para acomodar el material, y luego lo riega con agua para ayudar a darle consistencia.
Las piezas ordenadas en hileras duermen al sol y al sereno cuatro días hasta secarse, y entonces van a al horno, que consta de una base perforada para colocar el carburante y cuyas paredes están hechas de ladrillos de desecho.
La industria de los "tabiques", como se les llama en México a los ladrillos, es contaminante e insalubre, además de artesanal. Los 20.000 ladrilleros que tiene este país apenas sobreviven con su trabajo. Su propia informalidad hace invisibles las cifras de su aporte a la economía.
"No se gana mucho. Nos ven como un sector informal y no estamos integrados al sector de la construcción", explica Frías, que a sus 32 años es administrador de empresas, egresado del estatal Instituto Tecnológico de León, y secretario de la Unión de Ladrilleros de El Refugio.
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La producción es manual, en hornos convencionales a leña y combustóleo —un derivado del petróleo—, y los ladrillos son de baja calidad, según un diagnóstico de la Fundación Suiza de Cooperación para el Desarrollo Técnico (Swisscontact).
Para la Secretaría (ministerio) de Medio Ambiente y Recursos Naturales, las ladrilleras sobreexplotan recursos naturales, alteran los ecosistemas y contaminan el aire y el agua con los desechos de la producción.
Los hornos mexicanos emiten óxido de nitrógeno que además es muy tóxico—, compuestos orgánicos volátiles, como hidrocarburos en estado gaseoso, monóxido de carbono y partículas menores, provenientes de la quema del barro.
En el barrio El Refugio, situado en el municipio de Duarte, unos 390 kilómetros al norte de Ciudad de México, hay 128 de estas empresas informales que se sumaron al Programa de Eficiencia Energética en Ladrilleras Artesanales de América Latina para Mitigar el Cambio Climático (EELA).
El proyecto se está ejecutando en Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, México y Perú, patrocinado por Swisscontact y socios nacionales en cada país. En su primera fase, 2010-2013, se realizan investigaciones sobre la realidad y se prueban mejoras técnicas y culturales.
Un objetivo central es reducir los gases que salen de los hornos y que tienen un marcado efecto invernadero, pues recalientan la atmósfera.
Se busca entonces hacer más eficiente el consumo de energía, introducir combustibles alternativos y menos contaminantes que la leña o el carbón, perfeccionar los hornos artesanales y elevar la calidad del producto final. Los participantes del EELA aspiran también a que los gobiernos incluyan sus soluciones en la formulación de políticas públicas.
"Se pretende conciliar la problemática social, económica y ambiental. Pero también hay que dignificar el trabajo y que seamos reconocidos", dice a Tierramérica Frías, cuya asociación surgió en 1996.
En el municipio colombiano de Nemocón, en el central departamento de Cundinamarca, el EELA comenzó a aplicarse en el segundo semestre de 2010.
Nemocón, con 11.000 habitantes, está sembrado de pequeños "chircales" —nombre local de las ladrilleras— "donde es urgente aplicar y desarrollar tecnologías ecológicas de explotación, procesamiento y comercialización, para superar la pobreza de quienes dependen de la actividad", afirma el sitio web del gobierno municipal.
El ladrillo a la vista es un elemento característico de la arquitectura colombiana, y en especial de Bogotá. Los primeros chircales se instalaron en 1550.
De las 1.700 ladrilleras colombianas, 130 se encuentran en Nemocón y operan 400 hornos. A ellos se arroja carbón mineral que, en su combustión, libera óxido nitroso, monóxido de carbono y dióxido de azufre, recalentando la atmósfera y generando enfermedades respiratorias en los trabajadores y la población de la zona.
"Iniciamos capacitaciones, pero aún estamos en proceso de consolidación para cualificar la utilidad del alto monto del proyecto", dijo a Tierramérica el director de la Unidad Municipal de Asistencia Técnica y Agropecuaria, Ricardo Garay.
"Cincuenta y siete mineros, que se convertirán en multiplicadores asistieron a las capacitaciones, que incluyen aspectos como manejo de agua de lluvia", agregó.
En su opinión, "el proyecto es viable y dará resultados excelentes a mediano plazo, no sólo en ladrillo, sino en toda la producción con arcilla".
Swisscontact define la producción colombiana como semi-mecanizada y con hornos de poca eficiencia.
Para cocer las piezas, los hornos necesitan mantener una temperatura superior a los 1.000 grados centígrados en un tiempo promedio de 24 horas. Se requiere un carburante eficiente y una instalación capaz de conservar el calor.
Los siete países comprendidos en el programa tienen unos 48.000 hornos de ladrillo que emiten seis millones de toneladas de dióxido de carbono por año.
La mejora tecnológica ayudaría a restar hasta 30 por ciento de esas emisiones, pues el potencial de disminución es de unos 1,8 millones de toneladas de dióxido por año en los siete países.
México, por ejemplo, emite en total unos 709 millones de toneladas anuales de gases invernadero.
El proyecto se aplica según particularidades de cada país. En la primera fase de tres años, en México se prueban distintos tipos de hornos y combustibles. Concluida esa etapa, los expertos intercambiarán los resultados de sus investigaciones para proponer la tecnología más adecuada a cada lugar para bajar las emisiones.
Así, un grupo de productores aplicarán esa propuesta que, de ser eficaz, se extendería a los planos nacional y regional.
En El Refugio, sede de ladrilleras desde 1985, funcionan 380 hornos. El costo de producción es de un centavo de dólar por ladrillo, y el precio de venta, de 13 centavos. En el área cercana a Bogotá, se produce una unidad por seis centavos de dólar y se vende a 25 centavos.
En 1999, la Corporación Mexicana de Investigación en Materiales, dependiente del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, desarrolló un proyecto de eficiencia con ladrilleras de la norteña ciudad de Saltillo, con uso de aceite automotriz y un dosificador de combustible que permitió una rebaja de las emisiones de entre 60 y 80 por ciento.
* Con aporte de Helda Martínez (Bogotá). Este artículo fue publicado originalmente el 12 de marzo por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.