El alza de los precios agrícolas, que reitera con creces el repunte de 2008, destaca la contribución que puede hacer Brasil para frenar el recrudecimiento del hambre y de la inflación, que vuelven a atemorizar al mundo.
La agricultura brasileña es la que crecerá más en los próximos años, alcanzando 40 por ciento entre 2010 y 2019, el doble del incremento mundial necesario para atender la expansión de la demanda mundial en ese período, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
Hacia 2050 la producción agrícola mundial tendrá que crecer 70 por ciento, ampliando la responsabilidad y los horizontes económicos de Brasil.
Este país sudamericano tiene "tierra, tecnología y agricultores corajudos" para responder al desafío, pero le falta una estrategia para cumplir "su destino", según Roberto Rodrigues, que fue ministro de Agricultura entre 2003 y 2006, después de presidir el Comité Mundial de Cooperativas Agrarias.
El mundo le ofrece a Brasil una oportunidad de intensificar su desarrollo, pero sus líderes no parecen haber despertado a esa perspectiva, dijo Rodrigues a Tierramérica.
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De cualquier modo, los precios altos harán que las siembras se expandan en todas partes, exigiendo más fertilizantes y pesticidas, más máquinas y tierras, y encareciendo todo, hasta que las existencias se multipliquen y vuelvan a deprimir los precios, previó Rodrigues.
Brasil, con tierra disponible y conocimiento acumulado sobre agricultura tropical, encabezará ese aumento de producción, pero si tuviera un plan estratégico "aceleraría" ese proceso, ahorrando tiempo, sostuvo. En su opinión, desde la década de 1970, cuando se creó la estatal Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa), este país no tiene una estrategia agrícola nacional.
La Embrapa fue clave para el incremento de la productividad.
Por otra parte, a los países ricos les toca eliminar los subsidios, porque así se abren los mercados, otro factor que favorece la producción agrícola, señaló.
Pero la inflación provocada por los alimentos y las materias primas aparece ahora en un cuadro complejo, que supera las cuestiones de oferta y demanda.
Buena parte de esa inflación se atribuye a la especulación financiera. Y el cambio climático, que agrava la intensidad y la frecuencia de eventos extremos como sequías y exceso de lluvias, aporta mucho a la volatilidad actual de los precios agrícolas.
El acelerado crecimiento económico de China, secundada por otros países asiáticos, tiende a mantener en alza los precios de las materias primas, alterando los términos de intercambio que antes operaban en desmedro de las naciones productoras agrícolas y explicaban, según las tesis originales de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), el subdesarrollo de muchos estados.
China abarató los bienes industrializados, ayudando a bajar la inflación mundial en las últimas décadas, y su creciente demanda encarece los productos primarios. "Cambiaron las relaciones de intercambio, la tesis de (Raúl) Prebisch (secretario ejecutivo de la Cepal entre 1950 y 1963), que se aplicaba a los siglos XIX y XX, ya no es válida", reconoció la economista Maria da Conceição Tavares, icono del pensamiento "cepalino" en Brasil, en reciente entrevista a la revista Rumos, publicada por instituciones financieras de fomento.
Las limitaciones ambientales también contribuyen a sostener los precios agrícolas, porque elevan costos y restringen los cultivos en áreas de preservación, como bosques y ecosistemas húmedos.
En Brasil, aseguran gobernantes y líderes empresariales, no se necesita deforestar la Amazonia para aumentar la producción agropecuaria al ritmo requerido.
La mecanización, que se emplea hoy en 70 por ciento de la cosecha de caña de azúcar del sureño estado de São Paulo y que en 2014 llegará a 100 por ciento, mejora el suelo previamente degradado por la ganadería porque deja sobre él mucho material orgánico, dijo a Tierramérica el presidente de la Asociación de Cultivadores de Caña del Oeste del Estado de São Paulo, Manoel Ortolan. Es posible elevar la producción sin avanzar sobre nuevas tierras amazónicas.
El área brasileña cultivada actualmente es de 72 millones de hectáreas, 8,5 por ciento del territorio nacional, y se pueden incorporar otros 90 millones de hectáreas sin afectar bosques nativos, porque al menos 70 millones de hectáreas son de pastizales degradados, aseguró Rodrigues.
La cosecha de granos de Brasil creció 150 por ciento en los últimos 20 años, alcanzando 148 millones de toneladas en la temporada 2010/2011 en un área sembrada que es solo 30 por ciento más extensa que la de 1990, según datos oficiales. La productividad tiende a mantenerse y será crucial en la ganadería.
El ganado vacuno ocupa cerca de 200 millones de hectáreas, la mayor parte criado de forma extensiva, con menos de una cabeza por hectárea. La modernización, ahora facilitada por los altos precios de la carne en el mercado internacional y doméstico, podría liberar mucha de esa tierra para otras actividades rurales.
Brasil ya es el mayor exportador mundial de azúcar, café, carnes, soja y jugo de naranja. El sector agrícola le asegura un superávit comercial que fue de 20.244 millones de dólares en 2010. En manufacturas, en cambio, el país tiene un creciente déficit que despierta preocupaciones por una desindustrialización precoz.
La agricultura, incluso si es fuerte, no promueve el desarrollo del mismo modo que la industria, por generar menos empleo y hacerlo de forma estacional, aunque incorpore mucha tecnología y conocimientos, como los producidos por Embrapa. Por algo se identifica a los países industriales como "desarrollados".
Rodrigues difiere de esta visión, arguyendo que la agricultura requiere fertilizantes, transporte, almacenes, máquinas, vehículos, envases para los alimentos, una amplia logística, por lo que "la industria viene atrás". Y si bien es estacional, "su cadena productiva es una actividad permanente", añadió.
El café generó la riqueza de São Paulo y su sociedad emprendedora, recordó Rodrigues. Con la crisis mundial de 1929 y la consecuente caída del café, sus cultivadores y empleados, especialmente los inmigrantes italianos, trataron de agregar valor a la producción agrícola y así crearon la industria paulista, que es la locomotora de la economía brasileña, concluyó.
* Este artículo fue publicado originalmente el 5 de marzo por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.