La sensibilidad del actor británico Colin Firth para expresar la voluntad de superación de un tartamudo en la película «El discurso del rey» («The Kings Speech») pudo más que cualquier campaña en Argentina para promover la idea de que la vida de miles de niños puede cambiar.
Desde el estreno del filme —que se alzó el domingo 27 con los premios Oscar a mejor película, mejor actor, mejor director y mejor guión original— consultorios de fonoaudiología y clínicas especializadas en este trastorno del habla explotaron de consultas de adultos, pero sobre todo de niños acompañados de sus padres.
"A raíz de la película explicamos en televisión y en radio los tratamientos que existen para lograr la cura en casi todos los niños y hubo una explosión de llamadas", dijo a IPS la fonoaudióloga Julieta Castro, de la Asociación Argentina de Tartamudez.
Según Castro, consultaron sobre todo padres preocupados porque los pediatras les recomiendan esperar, lo opuesto a lo que aconsejan los fonoaudiólogos especializados en este trastorno, conocido como disfluencia.
La película, que relata los esfuerzos del rey británico Jorge VI por superar su tartamudez, representó "una oportunidad para hablar del tema, para desmitificar, para que deje de ser un síntoma vergonzante, para que se entienda que el tartamudo no es tonto sino que es una persona que sufre por su trastorno", dijo.
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El filme resultó un inesperado impulso a la difusión del Congreso Mundial de Tartamudez que se realizará en mayo en Buenos Aires con la participación de expertos y personas con el trastorno de los cinco continentes.
La fonoaudióloga Claudia Díaz, coordinadora del área de capacitación de la Asociación, remarcó que "si hay una intervención temprana, es decir antes de los cinco años y medio, el síntoma desaparece".
Pero los pediatras a menudo "no están informados y lo minimizan", dijo. Los tratamientos son muy nuevos, los fonoaudiólogos especializados son pocos y formados en el extranjero, como Díaz, que estudió con una beca en Australia.
"Los países desarrollados hace 40 años que trabajan en brindar información sobre este trastorno y en derribar mitos. En Australia, Canadá y Estados Unidos es donde más se avanzó, pero nosotros empezamos hace muy poco", explicó.
El trabajo de los escasos fonoaudiólogos con esta especialidad es "de hormiga", como lo describe Díaz. Hablan con los pediatras de cada niño que les llega a la consulta para que sepan que no hay que demorar la derivación.
"Los pediatras orientan mal en este tema, creen que esos saltos en el lenguaje son algo psicológico que va a pasar solo, pero hace tiempo se conoce que no es así", añadió.
Luego "es muy difícil enfrenar la vida con esa dificultad", dijo.
La disfluencia es un trastorno que afecta a entre uno y dos por ciento de la población mundial y responde a diversas causas, a veces combinadas. Hay factores genéticos que determinan una debilidad en el área motora ubicada en el hemisferio cerebral izquierdo.
El problema es más frecuente en varones y no compromete en absoluto la capacidad intelectual de quien lo sufre, sino sólo el aspecto motor del habla.
En la adultez, cuando la adquisición del lenguaje es completa, los síntomas que traban el normal fluir del habla se instalan y es más difícil controlarlos, aunque no imposible con entrenamiento, dicen los especialistas.
"No hay cura definitiva en adultos, pero se compensa", dijo Díaz, y remitió a la película de Tom Hooper, en la que Firth interpreta al rey de Gran Bretaña, Jorge VI (1895-1952), que debió superar la dificultad para afrontar sus obligaciones de Estado.
Jorge VI fue coronado a raíz de la abdicación de su hermano Eduardo VIII. El filme muestra a un hombre inteligente, afectuoso con su familia, valiente, con capacidad de liderazgo, pero tartamudo, que debe aceptar un tratamiento.
"El discurso " plantea el desafío que significó para un representante de la monarquía algo tan natural hablar por radio por entonces el medio de comunicación más masivo— en momentos dramáticos para el país como el período entre las dos grandes guerras mundiales del siglo XX.
Los especialistas sostienen que cuando los síntomas se arraigan surgen las trabas psicológicas que devienen de la convivencia con el trastorno, y eso agrava el cuadro, sobre todo si la persona se siente cohibida de relacionarse y hablar en público.
En Argentina, la tartamudez afecta a unas 500.000 personas, aunque con mayor difusión el número podría, en principio, aumentar, explicó Díaz. Muchos síntomas en la niñez pasan desapercibidos.
Un niño de tres o cuatro años que cierra los ojos para forzar que salga una sílaba o que repite esa sílaba varias veces, que empuja la mano hacia delante para acompañar lo que dice o que se esfuerza por expresarse, puede ser disfluente, advirtió.
"Hay tantos síntomas como personas afectadas", dijo, y en los niños esta variedad se amplía. O sea que a veces las señales pueden ser ignoradas cuando hay tiempo.
Ante la divulgación inesperada del problema, las consultas en centros especializados y hospitales de la provincia de Buenos Aires, la más populosa del país, aumentaron 30 por ciento según el Colegio de Fonoaudiólogos.
El acceso al tratamiento no es sencillo, porque los sistemas privados de salud pagan una cantidad de sesiones insuficientes a las requeridas para cubrir seis meses de tratamiento y en los hospitales públicos hay pocos profesionales.
"Somos contados con los dedos de la mano los fonoaudiólogos especializados, por eso la Asociación está brindando formación. En hospitales públicos la gente tiene que esperar más de dos meses para un turno y en esto esperar es lo peor", lamentó Díaz.
Entre los mitos más frecuentes está el de considerar al tartamudo como tonto. Por eso en Estados Unidos se hicieron campañas divulgando casos de personalidades famosas que padecían disfluencia y la superaron.
Por ejemplo el actor Bruce Willis y el golfista Tiger Woods. En Argentina, la Asociación entrega cada año un premio a la personalidad que admita haber tenido que lidiar con este trastorno hasta lograr controlarlo.
El premio lleva el nombre del tartamudo más célebre de Argentina, el gran escritor Jorge Luis Borges (1899-1986) quien admitió en forma risueña su disfunción cuando ya era famoso. Había perdido el miedo a hablar en público con ayuda médica cuando se convirtió en profesor y brillante conferencista.