¿ES EFECTIVA LA PENA DE MUERTE?

Cuando yo tenía unos 14 años mi madre me llevó a la funeraria para negros en Lake Charles, Luisiana, para ver el cuerpo sin vida de Robert Lee Sauls, ejecutado en la silla eléctrica por haber matado a un blanco que lo había encontrado cuando estaba durmiendo en un automóvil estacionado fuera del camino, en el campo de aquel hombre.

Ese recuerdo estuvo completamente fuera de mi mente de adolescente en 1961 cuando una tarde perdí el ómnibus para casa y, desesperado por cambiar mi vida sin porvenir, tomé la precipitada decisión de asaltar el banco del centro comercial donde trabajaba como portero. Mi torpe tentativa estaba destinada a fracasar antes de comenzar y cuando los hechos salieron fuera de control, presa del pánico di muerte a la cajera Julia Ferguson. Nunca imaginé cuando caminaba hacia el banco la posibilidad de que yo fuera a lastimar a alguien y mucho menos que podía matar a alguien.

Pasé 12 años condenado a muerte por la decisión de jurados integrados sólo por blancos en tres sucesivos juicios antes de que la Corte Suprema de Estados Unidos en 1972, en el proceso Furman vs. Georgia, abolió la pena de muerte, lo que influyó decisivamente en la revisión de mi sentencia. Fui sentenciado nuevamente, pero a prisión perpetua en 1973. Conseguí un nuevo juicio en 2000 y en enero de 2005, fui condenado por homicidio involuntario, lo que implicaba una sentencia máxima de 21 años. Como yo había sufrido ya 44 años de prisión fui inmediatamente liberado.

El Estado de Luisiana es muy duro con los criminales. No sólo los ejecuta sino que también encarcela per cápita a más personas acusadas de diversos delitos que cualquier otro Estado del país y les hace sufrir las más largas penas de prisión del mundo. Si los castigos severos importaran realmente, Luisiana sería el Estado más seguro de Estados Unidos. En cambio, es uno de los que sistemáticamente tienen mayor cantidad de homicidios.

Sin embargo, los políticos aman la pena de muerte porque les permite tratar la cuestión del crimen y la violencia con rápida y fácil retórica de modo de llevar a un público temeroso y crédulo a la falsa creencia de que ejecutando a alguien se “envía un mensaje” a los delincuentes en el sentido de que sus actos no serán tolerados y de que en consecuencia dejarán de cometer crímenes. Esto hace que el público se sienta bien, pero no desalienta o impide los delitos.

La disuasión es sólo el resultado final de un proceso racional. Si pensamos racionalmente evitamos comportamientos que nos pueden causar dolor y sufrimiento. Pero los crímenes más violentos no son cometidos por personas con un pensamiento racional, sino por personas que son bombas de tiempo caminantes a causa de frustraciones, cólera, desesperación y una incapacidad para resolver sus propios problemas vitales. Incluso gente que es normalmente racional puede perder el control de sus emociones y matar: están el esposo celoso que mata a su esposa, el empleado descontento que vuelve a su lugar de trabajo para matar a su patrón o a sus colegas, o la esposa maltratada que ya no aguanta más ser golpeada. Aún comprendiendo que la mayor parte de los actos violentos son producto de la emoción, de ninguna manera ello puede servir para absolver de responsabilidad al culpable, pero permite explicar porqué la pena de muerte no sirve como elemento disuasivo.

El mejor ejemplo que conozco para señalar la ineficacia de la pena de muerte como disuasora es el caso de C. Murray Henderson, quien fue alcalde de la Penitenciaría Estatal de Luisiana antes de ser designado como Comisionado para Penitenciarías de Tennessee, donde supervisaba el sistema de prisiones del Estado. Si alguien podía haber sido disuadido por la perspectiva de la pena de muerte nadie mejor que este alto funcionario de 78 años, sumamente instruido, que tenía un conocimiento íntimo de la vida en prisión y del corredor de la muerte. Sin embargo, sus emociones vencieron a su mente racional una mañana de 1997, cuando le disparó cinco tiros a su esposa Anne mientras ella estaba sentada en la sala trasera de su casa. Ella sobrevivió y Henderson fue enviado a prisión, donde falleció varios años después.

La disuasión es un mito con atractivo universal, pero en ninguna parte queda mejor ilustrada la falacia que en el mundo del “mata o te matan” de las pandillas y de los traficantes de estupefacientes, donde la violencia y la pena de muerte son impuestas por la comisión de transgresiones en el seno de esas bandas. El verdugo a cargo de esas ejecuciones no es un técnico médico de la prisión que introduce la aguja letal en el brazo del condenado sino un tirador que dispara desde un coche o un sicario. De todos modos, la perspectiva de ser asesinado no disuade para nada a esos aspirantes a gangsters que esperan ocupar el lugar del caído.

De todos los asesinos que encontré durante mis 44 años en prisión ni uno solo había pensado en la pena de muerte antes o durante la comisión del crimen que los había mandado a prisión o al corredor de la muerte. Ese tipo de previsiones sólo tiene lugar en las mentes de individuos reflexivos y con sangre fría, para los cuales la idea de castigar a una persona para asustar a otros tiene perfecto sentido. Pero en manera alguna se aplica a la mayoría de los comportamientos violentos, que son cometidos por individuos atrapados por un torbellino de emociones e insensibles a las consecuencias de sus acciones. (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Wilbert Rideau, autor del best-seller «En el lugar de la justicia: Una historia de presidio y redención». Durante su encarcelamiento en el corredor de la muerte se dedicó al periodismo y ganó algunos de los más prestigiosos premios de periodismo de los Estados Unidos.

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