«Somos el país más frío del mundo…, así que el calentamiento global es bueno para nosotros. Cuanto más tibio, más cosechas Se habla de detener la deforestación de las selvas tropicales para combatir el cambio climático, pero nosotros no tenemos selvas tropicales».
La franqueza del legislador ruso Viktor Shudegov expuso una verdad «incómoda»: la aún escasa conciencia sobre el calentamiento global, en una reunión paralela a la conferencia de cambio climático que tuvo como anfitrión a México entre el 29 de noviembre y el 11 de diciembre.
Shudegov sintetizó lo difícil que resulta para la opinión pública de un país como Rusia asumir el desafío del cambio climático, pese a que, según los científicos, se trata del problema mundial más serio que afronta la humanidad en este siglo.
Esa dinámica, en la que predominan los problemas domésticos «urgentes», como la crisis económica que afecta a casi todo el mundo rico, hace patinar una y otra vez los intentos de adoptar una norma mundial y obligatoria para reducir la contaminación climática.
La 16 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP 16), que tuvo como sede la ciudad turística mexicana de Cancún, no fue la excepción.
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Una de las fuerzas motrices de la negociación que conduce la Organización de las Naciones Unidas busca atraer desde hace años al sector privado, ofreciéndole cada vez más oportunidades de negocios en la todavía enclenque «economía verde».
La inclusión de los sistemas de captura y almacenamiento de carbono entre los mecanismos financiables para reducir la emisión de gases de efecto invernadero es una muestra de esa tendencia.
Se trata de extraer el dióxido de carbono, un gas invernadero, y depositarlo en «sumideros», que pueden ser océanos, bosques o el subsuelo. Quienes inviertan en estos negocios estarían en condiciones de comerciar derechos de emisión en el mercado de carbono.
Para ambientalistas y científicos, impulsar ese mercado de carbono es una fuga hacia adelante.
«Esta tecnología no ha sido probada, no está lista para ponerse en práctica. Es otra forma de alejarse de las energías renovables y de las acciones de mitigación», dijo a Tierramérica el nigeriano Nnimmo Bassey, presidente de la red ecologista Amigos de la Tierra Internacional.
«¿Qué es enfrentar el calentamiento? Reducir el lanzamiento de dióxido de carbono a la atmósfera. Entonces, ¿por qué no dejamos el carbono adonde pertenece , en el suelo?», cuestionó Bassey, que acaba de recibir el Right Livelihood Award.
Los gases invernadero se liberan por la quema de petróleo, gas y carbón, la deforestación, la agropecuaria, la conversión de suelos silvestres en agrícolas y la producción industrial.
Los grandes contaminadores, encabezados por China y Estados Unidos, no consiguen ponerse de acuerdo sobre una meta mundial de reducción de gases que permita mantener el aumento de la temperatura media en menos de dos grados.
Si se cruza ese umbral, dicen los científicos, el clima planetario llegaría a un «punto de quiebre» que desataría cambios catastróficos.
Adoptar una economía verde, o baja en carbono, implica sobre todo modificar la forma en que buena parte de la humanidad concibe la actividad económica.
A primera vista, resulta más fácil empezar por frenar la tala de las selvas, responsable de 18 por ciento de las emisiones mundiales de gases invernadero.
La iniciativa REDD+ (Reducción de Emisiones de Carbono Causadas por la Deforestación y la Degradación de los Bosques), que despertó enorme atención en la COP 16, prevé que los países ricos financien estas acciones efectuadas en naciones en desarrollo, beneficiando a los actores locales, sobre todo comunidades locales campesinas e indígenas.
La REDD+ atrae tanto «a países ricos como a naciones con bosques» a un tipo de «intercambio de carbono» que permite a los ricos «seguir contaminando» y a los países con bosques «obtener algo de dinero», describió Bassey.
No es verdadera conservación, sino una forma de «reducir emisiones». Cuando una selva sea incluida en este mecanismo, se impedirá a las comunidades locales utilizarla como lo hacían para su subsistencia, «pues sea quien sea que esté en ella deberá asegurarse de que retenga el carbono, que será medido y evaluado», describió.
La clave está en establecer un sistema de controles claros, afirma la abogada Adrianna Quintero, del Consejo para la Defensa de Recursos Naturales (NRDC por sus siglas en inglés), una organización ecologista estadounidense.
Para cumplir la «meta de conservación es crítica la supervisión y la transparencia, lo mismo que para asegurar el respeto de los derechos de indígenas y campesinos», dijo Quintero a Tierramérica.
Pese a todo, el sistema de negociaciones en las Naciones Unidas sigue siendo el único posible. «El proceso diplomático es un poco lento», pero ¿de qué otra forma se pueden tomar en cuenta los intereses y posiciones de los 192 países de la Convención?, preguntó.
Para Quintero, en la COP 16 las posiciones se han acercado mucho para llegar a un terreno común que sirva de base a un tratado amplio. Y buena parte del avance obedece a la forma en que el gobierno anfitrión, México, condujo las negociaciones no sólo en Cancún, sino durante todo el año.
Un pilar de ese terreno común es la entrega de fondos a los países pobres para hacer frente a las nuevas realidades meteorológicas, adoptar nuevas tecnologías y solventar las enormes pérdidas causadas por desastres naturales.
En esto, nuevamente, se enfrentan intereses. En la COP 15, realizada hace un año en Copenhague, se prometió la entrega de al menos 30.000 millones de dólares por año, y «ni siquiera esta suma se cumplió», recordó Bassey.
«Los países ricos hicieron todo lo posible para movilizar dinero, ya comprometido como ayuda, a préstamos como forma de lucrarse de la miseria de los países pobres golpeados por el calentamiento», describió.
No se trata de buscar dinero, sino de que los ricos «paguen su deuda climática», indicó. Las naciones europeas «colonizaron durante años la atmósfera con sus emisiones de carbono», dijo.
Entre la justicia climática reclamada por Bassey y el camino de «lo posible» que siguen las negociaciones oficiales hay una enorme brecha.
Y la cuestión central —cómo frenar la contaminación climática—, sigue siendo inabordable y deberá esperar otro año, hasta la COP 17.
«Las naciones más poderosas no prestan atención a la física ni a la química», dijo en un pronunciamiento el fundador de la campaña 350.org, Bill McKibben.
La sociedad civil no es «lo suficientemente grande para derrotar a la industria de los combustibles fósiles y sus aliados, pero estamos creciendo», señaló McKibben.
«¿Cuál es el sentido de estas reuniones de dos semanas?», cuestionó Bassey. «No vamos a ninguna parte. Y esto muestra la falta de reconocimiento de la gravedad de la crisis», añadió.
«Cuando los impactos se multipliquen más allá del punto de quiebre, ni siquiera los ricos escaparán al desastre», advirtió.
* Publicado originalmente por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.