La protesta sindical que recorre Europa llegó este miércoles a Portugal, en la segunda huelga general en 22 años, en un país con las dos grandes centrales de los trabajadores divorciadas por sus orientaciones políticas irreconciliables entre comunistas y socialistas.
La paralización del país afectó servicios claves, tales como educación, justicia, transportes, comercio, turismo y bancos, y es la primera huelga general que hace especial hincapié en la defensa de los derechos de los jóvenes.
La nueva generación de europeos en general y portugueses en particular, fue descrita este miércoles 24 por el diputado independiente y académico Rui Tavares como "una mano de obra precarizada y no aprovechada, víctimas del neoliberalismo y de la crisis del neoliberalismo".
Igual que el paro general de 1988 contra el gobierno conservador (1985-1995) de Aníbal Cavaco Silva, actual presidente de Portugal, la protesta fue organizada por la Unión General de Trabajadores (UGT), de tendencia socialista y socialdemócrata, y la Central General de Trabajadores de Portugal (CGTP) , mayoritariamente comunista.
La diferencia en la nueva movilización es que el secretario general de la UGT, João Proença, es un destacado miembro de la dirección del Partido Socialista (PS), que gobierna actualmente esta nación sudoriental europea.
Sin pelos en la lengua para criticar al gobierno de José Sócrates, el líder sindical socialista desvirtuó las críticas del Ejecutivo sobre los elevados costos para Portugal de la jornada de parálisis.
Proença recordó que los días 19 y 20 Lisboa se paralizó por la cumbre da la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en la capital, y entonces "nadie del gobierno se preocupó en hacer los cálculos de la pérdida económica que esto significo para el país".
La huelga centró su protesta en el presupuesto para 2011, que incluye la reducción de los salarios en la administración pública, el congelamiento de las jubilaciones y los ascensos en las carreras, el incremento del impuesto al valor agregado (IVA) de 21 para 23 por ciento y recortes en las ayudas a familias indigentes.
La CGTP y la UGT, representan a cerca de 700.000 trabajadores de los cinco millones 587.300 integrantes de la población económicamente activa, en un país con 10,6 millones de habitantes. Sin embargo, los sindicatos lograron movilizar al grueso de la población, según análisis independientes a la conclusión de la jornada.
Las dos centrales sindicales coinciden en que los jóvenes son las nuevas víctimas del sistema, con un índice de desempleo que hasta duplica la tasa general.
La actual generación portuguesa cuenta con las mayores calificaciones de la historia, en especial las mujeres, que constituyen 52 por ciento de los estudiantes universitarios. Pero la juventud no se ve beneficiada por los puestos de trabajo, todo lo contrario.
Les esperan empleos que nada tienen que ver con sus aptitudes académicas, lo que les fuerza a emigrar, por lo que deciden emigrar, situación en que se encuentra 20 por ciento de los licenciados universitarios, en una tendencia en aumento, según estadísticas del Banco Mundial.
Por este éxodo creciente, En breve plazo "seremos más pobres, mas envejecidos y más vulnerables", apunta en su editorial de la jornada de huelga el influyente matutino independiente Público de Lisboa. La huelga generó un caos general en Portugal. Los sindicatos aseveran que la huelga obtuvo 90 por ciento de seguimiento, mientras que el gobierno insistió en que la adhesión fue de 20,1 por ciento.
Sin embargo, estimaciones de los reporteros en el terreno desmienten el optimismo del gobierno y avalan los porcentajes de los sindicatos.
Las ciudades se paralizaron y todos los vuelos nacionales e internacionales quedaron cancelados en los aeropuertos de Lisboa, Oporto, Faro y el archipiélago de las Azores.
Solo funcionaron parcialmente los servicios mínimos estipulados legalmente, tales como urgencias médicas, energía y abastecimiento de combustibles y agua, los bomberos y los de las profesiones a las que la ley no concede el derecho a huelga: jueces, parlamentarios, militares y fuerzas de seguridad.
La huelga portuguesa se inscribe en una ola reivindicativa que se hace sentir en varios países europeos, con un vasto movimiento de protesta sindical contra la austeridad que ha ganado terreno en Grecia, Francia, España, Irlanda y recientemente en Gran Bretaña. Se vaticinan, además, cercanas protestas en Eslovenia, Polonia y Rumania.
Al manifestar su apoyo a la huelga en Portugal, el británico John Monks, secretario general de la Confederación Europea de Sindicatos, vaticinó "mucha agitación y huelgas generales en los próximos meses".
En ese marco, anunció para diciembre una jornada de movilización general la Unión Europea (UE).
En el bloque de 27 países, 502 millones de habitantes y una población activa de 239,3 millones -7,2 por ciento inmigrantes- los desempleados suman 23 millones, lo que tiene a millones de europeos en situación precaria.
En el caso de Portugal, 610.000 trabajadores están desocupados y el horizonte solo empeora. La Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) proyecta que la economía lusa caerá en 2011 en -0,2 por ciento y el desempleo pasará a afectar a 11,4 por ciento de la población activa, frente al 10,6 por ciento actual.
A estas desalentadoras cifras se unen la reducción de beneficios sociales y, en varios casos, el recorte en los salarios. Los sindicatos europeos sostienen que la crisis no debe ser soportada solo por los trabajadores y Monks alerta que los planes de austeridad fiscal provocarán "un efecto brutal sobre los individuos y sobre la economía".
Lo que no estuvo en huelga en esta jornada fue la inclemente presión de los mercados sobre Portugal y España, lo que aventura que el rescate a Irlanda lanzado el domingo 21, no resolvió la desconfianza sobre las finanzas europeas y en particular sobre la de los dos países ibéricos.
Al parecer, la suerte esta echada para un Portugal bajo fuerte presión de la especulación financiera global, que obligaría a Lisboa a recurrir al fondo de emergencia de la UE y al Fondo Monetario Internacional.
Mientras tanto, el efecto dominó colocó también a España en zona de riesgo y se teme lo peor: una ruptura financiera grave en toda la zona euro.