La llamada guerra de divisas ocupó los titulares durante la cumbre de dos días del Grupo de los 20 (G-20) países industrializados y emergentes, pero la gran noticia es cómo las naciones del Sur han ganado una voz más fuerte en la mesa de negociaciones internacionales.
Esto quedó reflejado en el comunicado divulgado este viernes, al término de la cumbre en Seúl, informando que los países miembro habían acordado dar pasos para detener la "devaluación competitiva" de sus monedas, pero no especificaban metas definidas, que por lo general suponen una gran presión sobre las naciones en desarrollo.
En la cumbre fracasó una moción de Estados Unidos para fijar un techo al superávit comercial, sobre todo ante el rechazo de China, con un superávit de 27,1 millones de dólares.
Los países del G-20 se comprometieron a adoptar "directrices compuestas por una amplia gama de indicadores" que faciliten "la identificación oportuna de grandes desequilibrios (económicos) que requieran de acciones preventivas y correctivas".
Aunque subrayaron la importancia de "sistemas de tipos de cambio determinados por el mercado" y flexibles, los líderes no especificaron ningún mecanismo.
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En cambio, afirmaron que la cumbre de 2011, con la ayuda del Fondo Monetario Internacional, será destinada a evaluar los eventuales desequilibrios.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, informó haberle dicho a su par de China, Hu Jintao, que "las economías emergentes debían dar lugar a monedas determinadas por el mercado", y que Washington seguiría de cerca la apreciación del yuan, que Beijing ha permitido pero por un muy pequeño y cauteloso margen en los últimos meses.
Otros países en desarrollo, como Brasil y Tailandia, han visto sus monedas apreciarse a los máximos niveles en 15 años respecto del dólar, lo que llevó a sus bancos centrales a intervenir.
La cumbre del G-20 se desarrolló en un contexto especial: países emergentes, como China e India, juegan un papel cada vez mayor como motores de la economía mundial, mientras que potencias tradicionales como Estados Unidos y Japón se ve afectadas por un lento crecimiento.
La reunión de "Seúl demostró cómo un nuevo tipo de regateo acompaña a las demandas de las potencias emergentes en los acuerdos finales", dijo el analista Kenzaburo Ikeda, jefe del Instituto de Investigación Taijyu, en Tokio.
"Lo que pueden hacer las economías industrializadas ahora es dar pasos de largo alcance y actuar de forma responsable, como estimulando sus propias economías invirtiendo en naciones en desarrollo", añadió.
Ikeda, quien además ha seguido reuniones del Grupo de los Siete (G-7) países industrializados como miembro de las delegaciones japonesas, dijo que las naciones ricas ya no podían jugar el papel de benevolentes, simplemente destinando fondos a países pobres.
De hecho, en la cumbre, el presidente surcoreano Lee Myung-bak impulsó el rol de su país como puente entre las naciones industrializadas y las emergentes, gracias a su experiencia de primera mano en el desarrollo económico y sus conocimientos de los desafíos que afronta el Sur.
Pero aún hay un fuerte sentimiento entre las economías emergentes de que existe un desequilibrio en la mesa de negociaciones, sostuvo el economista Kensuke Kubo, del Instituto de Economías en Desarrollo y experto en India.
A pesar de sus altas tasas de crecimiento, que han atraído capital especulativo de los países ricos y por tanto causado una apreciación de sus monedas, las naciones en desarrollo afrontan una mezcla de nuevos problemas.
En India, por ejemplo, hay falta de capital para nueva infraestructura, mientras que en China existe un creciente descontento laboral. Además, se amplía la brecha entre la población pobre y la rica en esas naciones.
El Norte eludió en el G-20 adoptar rígidos controles que pudieran frenar el crecimiento de China, de la que necesita para estimular la economía mundial, a pesar de las críticas de Estados Unidos sobre su protección al yuan.
"Naturalmente, las naciones emergentes temen que metas (fijadas por el G-20) puedan reducir su expansión interna", señaló Kubo. "Esto es algo que no sólo los países en desarrollo, sino también los ricos, quieren evitar".
El crecimiento de China, de más de nueve por ciento anual por más de una década, la convirtió a la segunda economía mundial, reemplazando a Japón, cuya expansión ha sido de menos de tres por ciento.
Mientras, India ha estado creciendo a un ritmo de nueve por ciento. Nueva Delhi y Tokio firmaron la semana pasada un acuerdo de asociación económica.
En contraste, Estados Unidos, aunque sigue siendo la mayor economía, sufre un déficit comercial y de cuenta corriente que disparó el desempleo a ocho por ciento, y la tasa de crecimiento se redujo a dos por ciento anual.
Aparte de guerra de divisas y de sus intereses contrapuestos, los miembros del G-20 también intentaron impulsar la liberalización comercial, aunque sin mucho éxito.
La cumbre de esta semana tuvo como telón de fondo un fracasado acuerdo de libre comercio entre Seúl y Washington, con el que el gobierno de Obama esperaba impulsar su economía estimulando la creación de empleos.
Formado en 1999, el G-20 está integrado por Alemania, Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Corea del Sur, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Rusia, Sudáfrica, Turquía y la Unión Europea.