BRASIL: Intenciones políticas contradichas por la práctica

La política es la diosa de la ironía. Los ideales fundacionales de los partidos suelen terminar contradichos por la práctica de disputar o ejercer el poder. Así lo confirmaron las elecciones que culminaron el domingo 31 y que convirtieron a Dilma Rousseff en la primera presidenta de Brasil.

El derrotado y opositor Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) se fue arrinconando en la derecha, pese a los orígenes izquierdistas de su candidato, José Serra, ex líder estudiantil y exiliado a raíz del golpe de Estado militar de 1964, y de su fundador más ilustre, el ex presidente Fernando Henrique Cardoso.

Fundado en 1988 como una fuerza de centroizquierda que se situaba entre el radicalismo socialista del Partido de los Trabajadores (PT) y los sectores conservadores de la política tradicional, el PSDB pretendía ser modernizador. Una de sus banderas iniciales fue implantar en Brasil el régimen parlamentario de gobierno, luego rechazado en un plebiscito.

Con Cardoso en la Presidencia entre 1995 y 2003 –un hombre que había sido apodado el "príncipe de los sociólogos"— el gobierno del PSDB no logró resistir las ideas hegemónicas de la época y adoptó algunas políticas neoliberales. Las muchas privatizaciones de bienes y empresas estatales que practicó marcaron su imagen, y el entonces opositor PT aprovechó el rechazo popular que generaron.

A su vez el PT, que obtuvo la Presidencia con Luiz Inácio Lula da Silva en 2002 y 2006 confrontando al PSDB, fue ocupando cada vez más el espacio socialdemócrata nacional. Lula priorizó políticas –y masificó algunas iniciadas por su antecesor—, que sacaron de la pobreza a 20 millones de personas, ampliaron la clase media y crearon 14 millones de empleos formales.
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La polarización entre los dos partidos, apoyados en amplias coaliciones, forzó al PSDB a aliarse con los sectores más conservadores, como los Demócratas, nuevo nombre del Frente Liberal que supo agrupar a políticos remanentes de la dictadura extinta en 1985.

En la última campaña electoral, marcada por la inmensa popularidad de Lula que transfirió sus votos a Rousseff, la candidatura de Serra movilizó fuerzas de la extrema derecha, como los católicos y los evangélicos tradicionalistas, en campañas de difamación por Internet y en las iglesias, convirtiendo el aborto y la moral religiosa en temas centrales.

Así el PSDB acentuó su postura en la esquina derecha, asumiendo un papel similar al de los conservadores en los sistemas en los que rige alguna forma de bipartidismo, pero negando sus orígenes e incluso las ideas de muchos de sus miembros.

El PT y Lula tampoco escapan a esos vuelcos históricos. El partido que se presentaba como campeón de la ética, es percibido hoy como símbolo de corrupción para una buena parte de la opinión pública, después de numerosos escándalos que afectaron su gestión, tanto en el plano nacional como estadual y municipal.

En 2005, el "mensalão" (la gran mensualidad) involucró a ministros y dirigentes del PT fueron acusados de sobornar a parlamentarios y estuvo cerca de provocar la inhabilitación del presidente Lula. Esos pecados ayudaron a impedir el triunfo de Rousseff en la primera vuelta, el 3 de octubre, como ya había ocurrido con Lula en 2006.

También considerado en sus épocas iniciales, hasta la década de 1990, como el único gran partido "ideológico" de Brasil, el PT se destacó como gobernante por su pragmatismo, al aliarse a viejos "oligarcas", como el ex presidente José Sarney (1985-1990) y al adoptar una política económica que permitió a los banqueros "ganar como nunca", según reconoció el mismo Lula.

La ambigüedad de Serra, que se debatió entre sus convicciones y la posición que la historia reciente impuso a su partido, se sumó a las conveniencias electorales de eludir en lo posible una confrontación con la popularidad de Lula.

Serra evitó defender las privatizaciones y el gobierno de Cardoso e hizo promesas que en otros tiempos habría tildado de "populistas", como aumentar de inmediato el salario mínimo en 17,6 por ciento y el valor de la Beca Familia, principal programa de transferencia de renta del gobierno Lula.

La imagen que queda tampoco responde a las intenciones de algunos ex guerrilleros que están conduciendo gobiernos en América Latina. Rousseff fue dirigente de un grupo que en los años 60 adoptó la lucha armada con la pretensión de tomar el poder y promover una revolución socialista en Brasil, siguiendo el ejemplo cubano.

Los críticos de esa "aventura" cuestionan la imagen de resistencia democrática a la dictadura militar, que predomina hoy en relación a los jóvenes que arriesgaron sus vidas, fueron torturados y muertos en aquella corta y desigual batalla.

La llegada de Rousseff en la Presidencia, así como de muchos ex guerrilleros en varios gobiernos y partidos, incluso en el PSDB, favorece esa visión histórica benevolente de los insurgentes, en la que importan poco sus intenciones teóricas de entonces, nada democráticas.

Fueron los únicos que enfrentaron a la dictadura sin transigencias, en la respuesta más radical a la represión de las libertades y de la expresión popular, asumiendo todos los riesgos y ofreciendo centenares de mártires. Rousseff heredó el sentido democrático de esa rebeldía, que solo podía manifestarse en busca de un objetivo mayor, revolucionario.

La resistencia francesa a la ocupación de la Alemania nazi salvó el honor de una Francia en la que imperó el colaboracionismo en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), aunque fue un movimiento minoritario y abrumadoramente encabezado por militantes comunistas que seguían las orientaciones de Moscú.

Pero el mayor ejemplo de resultados opuestos a las intenciones doctrinarias es probablemente el caso de China, donde un Partido Comunista construye la mayor potencia capitalista de este siglo.

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