Los médicos del hospital del distrito de Kupwara, en el septentrional estado indio de Jammu y Cachemira, sabían que Jalida Begum estaba grave y recomendaron a su esposo trasladarla a la maternidad de esta ciudad, donde la atenderían mejor. Pero no contaban con el toque de queda.
Nazir Ahmad se apuró a seguir la recomendación de los profesionales. Pero la ambulancia que llevaba a su esposa no pudo llegar a tiempo por las prohibiciones de circulación que se suceden en la capital de Cachemira en los últimos tres meses.
"Nuestra ambulancia fue detenida por las fuerzas de seguridad varias veces, pese a que mi esposa gritaba de dolor", relató Ahmad.
Su hijo murió. "Los médicos nos dijeron que si hubiéramos llegado a tiempo, el bebé se habría salvado", indicó.
Hubo por lo menos seis casos similares, según fuentes médicas, otra de las consecuencias destructivas que el conflicto de Cachemira tiene en la vida cotidiana de la gente.
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"El ciclo interminable de violencia afecta la vida de las mujeres, lo que las lleva a desempeñar un papel más significativo en manifestaciones, un fenómeno que no fue común en los otros episodios de violencia", señaló la psicóloga Malik Roshan Ara.
Los problemas en Cachemira se remontan a 1947, cuando India se independizó del imperio británico y las zonas islámicas formaron parte de Pakistán.
Una resolución de la Organización de las Naciones Unidas dio la posibilidad a Cachemira de unirse a India, a Pakistán o ser independiente.
Pero la población no pudo decidir porque ambos países se disputaron la región.
Alrededor de un tercio del territorio de la actual Cachemira está administrada por Pakistán y el resto por India. Pero el arreglo no fue aceptado por todos. En 1989, jóvenes residentes en la parte india tomaron las armas.
Cachemira ha sido escenario de violentos enfrentamientos entre las autoridades y quienes reclaman la independencia de India, en gran parte de los últimos 30 años. Según cifras oficiales murieron 50.000 personas, pero el conflicto se cobra víctimas como el bebé de Begum y Ahmad.
El actual episodio de violencia estalló en junio tras el asesinato de Tufail Matoo, de 17 años, en junio. Al parecer, el joven quedó atrapado en un fuego cruzado entre la policía y manifestantes.
Las autoridades decretan toque de queda cuando creen que puede haber nuevas protestas. Pero los manifestantes no se inmutan pese a la violenta respuesta de las fuerzas de seguridad.
Nadie imaginaba que volverían los enfrentamientos tras las pacíficas elecciones de noviembre de 2008. Pero ya murieron 50 personas, entre ellas un niño de nueve años, una mujer y decenas de adolescentes.
La situación no es nueva para la población. Las mujeres reviven el miedo de que sus hijos, hermanos, esposos y padres desaparezcan o mueran.
Miles de ellas son "medio viudas", señala la Asociación de Padres de Personas Desaparecidas, porque no saben si sus maridos están muertos o vivos.
"Desde hace 10 años, los 25 de cada mes reclamamos conocer el paradero de nuestros seres queridos", dijo a IPS la presidenta de la Asociación, Parveena Ahangar. "Pero las autoridades no nos dicen nada, si están muertos o vivos", apuntó.
"Pero no perdemos las esperanzas. Seguiremos la lucha", remarcó.
Más de 60 por ciento de las personas que reciben tratamiento psiquiátrico en el valle son mujeres, señaló Mustaq Margoob, psiquiatra de Cachemira. "La mayoría de ellas fueron testigos de abusos, torturas, mutilaciones y asesinatos, y se deprimen", explicó.
"Las fuerzas de seguridad no tienen compasión, ni siquiera con las ambulancias", se lamentó Abdul Rashid, quien trabaja en un hospital. "Nos tratan como animales", añadió con amargura.
La ambulancia de la hermana del propio Rashid fue interceptada por las fuerza del orden.
"Sintió que le subía la presión y tratamos de llevarla al hospital pese al toque de queda", relató. Pero llegaron "demasiado tarde" porque tuvieron que negociar. Su hermana Ameena perdió el bebé.
"Era un varón y hace años que lo esperábamos", contó Ameena sollozando. "Tenemos tres niñas y mi esposo ansiaba tener un niño", añadió.
Mushtaq tampoco se consuela. "Dios me regaló un varón, pero las fuerzas de seguridad me lo quitaron por implementar estrictas normas de seguridad, señaló.