De pie entre dos tablas de la fachada de su casita, Maribel Huerta brinda sus datos: 40 años y pareja de un albañil con salario mínimo. El mayor de sus tres hijos sueña con ser ingeniero y ella sólo reemplazar con ladrillos las paredes de su vivienda, una combinación de maderas, cartones, plásticos y latón.
"El poco dinero que tenemos se nos va en comida y mandar los muchachos a la escuela. Llevamos 10 años viviendo aquí, necesitamos acomodar un poco la casa y ver la manera de ganar algo más de plata", subrayó Huerta a IPS.
Su casa se apretuja con otra media docena, algunas con ladrillos, otras de materiales muy precarios, en las faldas de una montaña que de tan verde parece extraída de una tarjeta postal en la vía a El Jarillo, un paraje agrícola situado al oeste de la capital de Venezuela, de donde se llega al cabo de unos 50 kilómetros de serpenteantes carreteras.
Varias familias del diminuto caserío han calificado para programas del plan Hambre Cero, lanzado este año por la gobernación del estado de Miranda, una provincia de 8.000 kilómetros cuadrados que conjuga montañas, llanuras con varios cursos fluviales, playas caribeñas, parte del área metropolitana de Caracas y algunas de sus ciudades-dormitorio.
Los programas comprenden bonos de entre 5.000 y 15.000 bolívares (entre 1.170 y 3.500 dólares al cambio oficial) para adquirir materiales de construcción, entrega de alimentos, asistencia en salud y educación, formación para el trabajo e impulso a microempresas.
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Los destinatarios son los hogares de más bajos recursos que, entre otros requisitos, no hayan podido acceder a pensiones o subsidios dispuestos en los planes sociales del gobierno nacional de Hugo Chávez.
"El plan se inspira en Brasil, lo adaptamos a la realidad de Miranda y este año lo lanzamos para beneficiar a las primeras 7.500 familias en situación de pobreza crítica", dijo a IPS su coordinador, Juan Fernández.
"Como en Brasil, no queremos un plan asistencialista sino uno integrador, que devuelva la esperanza a los más necesitados", explicó.
El Plan Hambre Cero que el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, lanzó en 2003 constaba de hasta 60 subprogramas dirigidos a cinco grandes grupos sectoriales de familias en pobreza crítica, que recibieron transferencias de renta, tierra para cultivo, educación, salud, inserción laboral y, también, alimentos.
Lula y Chávez, quien gobierna Venezuela desde 1999, constantemente reafirman su afinidad política, han sellado cientos de acuerdos de cooperación y su discurso reitera su preocupación por la suerte de los más pobres.
Paradójicamente, no es el gobierno de Chávez el que ha tomado el concepto de Hambre Cero, sino el de un opositor, el joven gobernador de Miranda, Henrique Capriles, de Primero Justicia, un partido centrista de raíz democristiana.
"Somos el primer estado que arranca un programa formal para darle lucha al hambre. No es justo decir que en Venezuela no hay familias que pasan hambre, porque no podemos tapar la verdad, hay muchas personas que no tienen nada", señaló Capriles a IPS.
El plan "incluye entrega de alimentos a familias necesitadas, pero es mucho más que eso, porque sólo se puede salir de la pobreza si se es productivo", comentó Capriles.
Fernández explicó que el plan quiere alcanzar para 2011 a 15.000 de las 25.800 familias que, según el Instituto Nacional de Estadísticas, viven en pobreza extrema en Miranda. Datos de esta entidad indican que siete por ciento de los 28 millones de venezolanos sufren esta situación.
El primero de los ocho Objetivos de Desarrollo para el Milenio, fijados por los gobierno en 2000 en la Organización de las Naciones Unidas, es reducir a la mitad el porcentaje de personas en la pobreza extrema y con hambre para 2015, con base en los indicadores de 1990.
El plan mirandino, para el que se dispone este año de 5,5 millones de dólares, se basa en estudios de caso, con un listado de carencias para identificar a las familias que califican para la asistencia, y actuación coordinada de entidades del gobierno regional que se ocupan de salud, vivienda, empleo, educación o trabajo.
Cuando se entregan bolsas con alimentos, cada mes, ellas contienen varios cereales, leche en polvo, sal, aceite, azúcar, granos y enlatados con sardinas, atún y cerdo.
Como en Brasil, se pacta un compromiso de corresponsabilidad entre el gobierno regional y el beneficiario, quien asume entre otros el deber de participar en las actividades de formación para el trabajo, a desarrollarse en el término de un año.
"Más de 80 por ciento de beneficiarios son mujeres, en su mayoría cabezas de hogar a cargo de niños y de ancianos", destacó Fernández.
El subprograma de capacitación o "Plan Crecer" impulsa, sobre todo entre mujeres a cargo de hogares rurales, formación y asociaciones para agricultura comunitaria, cuidado personal e infantil, costura, manufactura o gastronomía turística.
"Voy a asistir a un taller para aprender a elaborar helados de frutas", dijo a IPS Celia Gavidia, vecina de Huerta y beneficiaria de un aporte para cambiar el techo de su casa.
Oriundas de esa zona rica en cultivos de frutas y hortalizas, familias como las de Huerta o Gavidia apenas poseen los pocos metros de tierra empinada que sostienen sus precarias viviendas, se interesan por todo el plan Hambre Cero y agradecen que Capriles en persona les entregue "certificados" que canjearán por materiales de construcción.
La cuestión política, en este país que lleva ya una larga década de polarización, parece momentáneamente a un lado: de un gancho en el espacio que hace de sala en casa de Huerta cuelgan dos remeras rojas con consignas usadas por seguidores de Chávez en campañas recientes. Junto a la de Gavidia la llovizna lame un viejo cartel oficialista.
Pero algo cambia: sobre los frágiles tejados del caserío asoman dos antenas de televisión por suscripción. ¿Por qué destinar al menos 20 dólares mensuales a ese servicio? "Por las cadenas" responden casi a coro tres vecinas. Y una explica: "Cuando el presidente se encadena para hablar, ya podemos cambiarnos para ver otro programa".