«Cuando tenía que ir a trabajar se me caían las lágrimas», dice Ephese, una haitiana que desde hace 10 años es empleada doméstica en Estados Unidos.
Ephese partió de su Puerto Príncipe natal con su esposo, en busca de una vida mejor. Pero luego de una década lamenta su decisión de entonces.
Su primer trabajo fue cuidando a niños que vivían en su edificio de apartamentos, en el barrio neoyorquino de Brooklyn. Le pagaban apenas 75 dólares por tres días completos de trabajo.
Luego pasó a asistir a una persona enferma en un apartamento donde hacía un calor abrasador. Su empleador le pedía que hiciera turnos de ocho horas sin descansar.
Actualmente, Ephese se hace cargo de tres niños: dos gemelos de cuatro años con necesidades especiales y otro pequeño de 10 años. No se le permite tomarse tiempo libre, ni siquiera para visitar al médico cuando está enferma.
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Hasta hace dos semanas no se consideraba que estas condiciones laborales constituyeran explotación o que fueran ilegales. Y es que hasta entonces no había ninguna ley en ningún estado de Estados Unidos que regulara la situación de las trabajadoras domésticas.
El 1 de este mes, el Senado del estado de Nueva York fue el primero en Estados Unidos en aprobar un proyecto de ley de Derechos de las Trabajadoras Domésticas, con 33 votos a favor y 28 en contra.
El mismo garantiza estándares laborales básicos: pago de horas extra, descanso semanal, vacaciones y días libres por enfermedad. Y también protección contra la discriminación e indemnización por despido.
La Asamblea del mismo estado aprobó una medida similar el año pasado. Una vez que se fusionen ambos textos, el gobernador David Paterson sancionará la ley, según ya anunció.
La actual aprobación es la culminación de años de esfuerzos de los activistas por los derechos de las trabajadoras domésticas.
Luego del primer Foro Social estadounidense, celebrado en junio de 2007, la organización Trabajadoras de Casa Unidas, con sede en Nueva York, se unió a otros 13 sindicatos para formar la Alianza Nacional de Trabajadoras Domésticas.
Actualmente ésta realiza campañas para que se apruebe legislación en los ámbitos estadual, nacional e internacional. También espera que al instituir protecciones en el lugar de trabajo, los abusos y la explotación de las empleadas domésticas finalmente lleguen a su fin.
Tradicionalmente ha sido difícil evaluar el alcance de la explotación a este sector de la fuerza laboral, debido a la naturaleza privada de la actividad. Sin embargo, según los datos más recientes, tomados de un estudio de Trabajadoras de Casa Unidas de 2006 titulado "Home is Where the Work Is" ("El hogar está donde está el trabajo"), alrededor de la mitad de las 500 trabajadoras entrevistadas ganaban salarios bajos, y 26 por ciento cobraban por debajo de la línea de pobreza federal.
Además, 67 por ciento de las consultadas no cobraban horas extra, y solamente una de cada 10 tenía cobertura de salud. Los salarios de 60 por ciento de estas trabajadoras constituyen el principal ingreso de sus familias.
Estas pésimas condiciones afectan desproporcionadamente a mujeres, inmigrantes y representantes de otras razas: 99 por ciento de las personas que trabajan en el servicio doméstico son extranjeras, 95 por ciento son negras o tienen otro color de piel distinto al blanco, y 93 por ciento son mujeres.
Los activistas creen que la explotación del personal doméstico está arraigada en la cultura estadounidense, y que para mejorar las condiciones laborales la industria debe reinventarse en su totalidad.
Ninaj Raoul, directora ejecutiva de la organización no gubernamental Haitian Women for Haitian Refugees (Mujeres haitianas para refugiados haitianos), explicó que "la sociedad ha sido condicionada para pensar que una trabajadora doméstica no es una trabajadora real, y que el trabajo doméstico no es trabajo real".
Esto equivale a una "esclavitud moderna", dijo, que se origina en que los empleadores no ven a su personal doméstico como un ser humano, sino "como un inmigrante que simplemente debería estar feliz de tener un trabajo".
Jill Shenker, principal organizadora de la Alianza Nacional de Trabajadoras Domésticas, añadió que el trabajo doméstico "es subvalorado tanto social como políticamente, y eso tiene un impacto increíble en la vida cotidiana de la gente".
Según ella, uno de los mayores problemas es que quienes emplean a trabajadores domésticos no se ven a sí mismos como empleadores.
Muchos activistas consideran que los parlamentarios también son un gran obstáculo para que se aprueben los derechos del personal doméstico.
Linda Oalican, de la Damayan Migrant Workers Association (Asociación Damayan de Trabajadores Migrantes), que representa a trabajadoras filipinas, explicó que "muchos de los legisladores son hombres que pertenecen al sector de la sociedad conformado por los empleadores, y serán directamente afectados por el proyecto de ley".
Sin embargo, con la aprobación del proyecto en Nueva York, tanto Oalican como Raoul esperan que la marea se esté inclinando a favor de las trabajadoras, no sólo en Estados Unidos sino en todo el mundo.
Este mes, en una conferencia de la Organización Mundial del Trabajo realizada en Ginebra, se adoptó una medida para garantizar los derechos de este sector, consagrando la libertad de asociación y unas decentes condiciones de vida y trabajo, además de la protección al personal doméstico migrante en todo el mundo, entre otros aspectos.
"Viendo todo lo que ocurrió en las últimas semanas, ( ) nos sentimos optimistas", dijo Shenker.
Mientras, Ephese busca un nuevo trabajo. Esboza una sonrisa y sueña con tener algún día un empleador que la trate como una integrante más de su familia.