«Nunca había trabajado y ahora hago kilos de fruta deshidratada para vender. Me enseñaron a secar duraznos, tomates, pimientos, uvas, y yo por mi cuenta probé con melones y peras y me salieron espectaculares», contó a IPS la productora rural argentina Susana Robledo.
Robledo es una de las más de 200 mujeres que participaron del Programa Mujeres Emprendedoras coordinado por la organización Estudios y Proyectos Asociación Civil en las localidades de El Colorado, en la provincia nororiental de Formosa, y de Lujan de Cuyo, en la provincia centro occidental de Mendoza, en donde ella reside.
Antes, el excedente de fruta se le pudría. Ahora que conoce las distintas técnicas de deshidratación, la conservación y los secretos de la comercialización, Robledo guarda kilos de diferentes variedades en su congeladora y los vende en distintas ferias que se realizan en esa zona de Mendoza, donde reinan viñedos y bodegas.
La asociación busca desarrollar la capacidad emprendedora de las mujeres rurales para favorecer su autonomía económica. Y para eso trabaja en los derechos de las mujeres a la tenencia de la tierra, los problemas de acceso al crédito, el derecho a decidir sobre la cantidad de hijos o a denunciar la violencia machista.
«Cuando se les facilita el contexto de derechos las mujeres se los apropian y los exigen», aseguró a IPS Liliana Seiras, directora del proyecto. «Nosotros entramos por el lado de la producción, pero vamos siempre a lo profundo que es el tema de los derechos, para que de a poco ellas puedan irse empoderando», explicó.
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El único reproche que las mujeres hacen a las capacitadoras es «¿por qué no vinieron antes?», tal como les dijo Paulina Gil, una de las mujeres de El Colorado, de más de 70 años.
«Nuestro trabajo antes no valía nada. Los hombres jugaban con nosotras, nos pegaban, nos sacaban de la casa con los niños y traían a otra mujer», denunció.
El testimonio, recogido en un video de la organización, revela la violencia, la falta de derechos y oportunidades de estas mujeres, todo incrementado por el aislamiento geográfico y también el aislamiento de ellas entre sí, un fenómeno que el programa buscó cambiar al promover su asociación, incluso para emprendimientos conjuntos.
Más allá de matices, la situación de las mujeres rurales en Argentina no difiere del resto de los países de América Latina, donde constituyen casi la mitad de la población.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), en la región hay 24 millones de productoras invisibles pero esa invisibilidad es más acentuada en el campo, donde ellas trabajan en el mismo lugar donde realizan las tareas domésticas y de reproducción.
La ingeniera agrónoma Cristina Biaggi, autora de «Estudios de Mujeres Rurales en Argentina», precisó a IPS que debido a razones culturales, que las lleva a pensarse a sí mismas como ayudantes de sus maridos, «el trabajo de las mujeres en el campo está invisibilizado».
Los datos oficiales muestran que sólo 21 por ciento de las mujeres rurales argentinas se consideran «ocupadas» y 10 por ciento «desocupadas». El resto, 70 por ciento, no tiene un trabajo remunerado ni lo busca. Por tanto, aparecen en las estadísticas como «inactivas», aunque trabajen de sol a sol.
«La categoría inactivas tiene un sesgo de ocultamiento. Es inadecuada para captar el trabajo que realizan las mujeres rurales», explicitó Biaggi, Y aseguró que la forma en que ellas experimentan su trabajo contribuye a ese subregistro.
Mujeres como Robledo, que dice no haber trabajado «nunca», no solo atienden las tareas domésticas y la crianza de los hijos. Ayudan en la siembra, la cosecha, el desmalezado, la cría de animales pequeños, la granja, el tambo (corral de ordeño) y la producción de artesanías.
Así ha hecho Robledo, de 55 años y con dos hijos, uno ya casado, aunque hasta ahora explica que no se consideraba productora rural, aunque eso haya sido junto a su marido, en la pequeña chacra (finca) que poseen.
En El Colorado, las mujeres tomaron conciencia de sus capacidades a partir del abandono. «Es increíble allí la cantidad de mujeres que se quedaron solas con los hijos», reveló Seiras.
Cuando el gobierno provincial dejó de subsidiar el cultivo de algodón, los hombres se fueron a la ciudad y la mayoría no volvió.
Las mujeres quedaron a cargo del sustento de la familia, sin ingresos y sin la tenencia de la tierra, una carencia que les impide, por ejemplo, acceder a un crédito. Por eso, el programa de capacitación para emprendedoras resultó tan exitoso allí.
«Lo primero que hicimos fue un silo y una desgranadora de cereal para guardar excedentes que sirvan de alimentos para los animales», detalló Seiras. Con pequeños cambios y la capacitación para el mejoramiento de la producción, las mujeres llegaron a las ferias francas donde ahora venden sus productos.
Pero fue necesario trabajar primero sobre la baja autoestima y el desconocimiento de sus derechos, insistió Seiras.
En Mendoza, la primera actividad de Estudios y Proyectos fue convocar a las participantes una vez por semana a una sesión de peluquería y manicura. «Les enseñamos a arreglarse el cabello, a hacer cremas a base de miel, leche o pepinos», relató.
«Después de un mes de salón de belleza fue como haber abonado un campo, les mejoró la autoestima y empezaron la capacitación», recordó la coordinadora.
Las mujeres se adiestraron en diversas especialidades, hasta dar con la que mejor se adaptaba a sus oportunidades y capacidades. Entre ellas, deshidratado de frutas, tejido, secado de hierbas aromáticas, panes para pizza y salchichas.
Muchas provienen de Bolivia, de donde llegaron como temporeras para cosechar ajo o cebolla, y se quedaron. Pero viven en condiciones de gran sometimiento, planteó Seiras, del que recién comienzan a darse cuenta.