La actualidad ha servido para resaltar las diferencias de los dos gigantes de Norteamérica. Canadá y Estados Unidos, a pesar de las similaridades y origen común, poseen unas señas de identidad que los convierten en ejemplos contrastivos de las diversas variantes del Estado-Nación moderno. La reforma del sistema de salud en Estados Unidos ha resaltado el hecho diferencial. Desde Canadá se ha seguido con una mezcla de interés y superioridad.
Para un canadiense de cualquier estrato social, y muy especialmente de los sectores más necesitados, pero también de la clase media, el modesto reajuste al caótico rompecabezas de Estados Unidos para el cuidado de la salud y su financiación, es una nimiedad. En Canadá no se entiende cómo algunos intereses de Estados Unidos se están oponiendo con tanta energía a la reforma del Presidente Barack Obama, rozando la violencia.
Este capítulo de las relaciones indirectas entre los dos países ha servido para resaltar uno de los emblemas canadienses de construcción de su identidad y la solidez de su tejido social.
La variante canadiense de identidad es un ejemplo incluso más extremado que el estadounidense de la nacionalidad por opción, no sujeta al origen cultural y étnico. Uno se convierte en canadiense por decisión personal, o por lo menos por una apuesta arriesgada de los padres o abuelos, como máximo.
Pero la misma fuerza que impulsó a los antecesores más próximos a hacer el salto es la que en la actualidad atrae a los nuevos inmigrantes. Lo único que ha cambiado es que si en el pasado el grueso era anglo-francés, ahora se ve acompañado (demasiado para los nacionalistas tradicionales) del impacto de la inmigración procedente del Oriente Medio y el extremo de Asia.
Pero todos se mantienen básicamente leales al sistema porque hasta la fecha la decisión ha valido la pena. El estado-nación de opción es fácil de diseñar: solamente se requiere una decisión afirmativa, no sujeta a la fuerza de la sangre, la raza o la religión. Pero es la variante más difícil de recompensar. La lealtad de la nación étnica es ineludible; el compromiso con la de opción, cívica, requiere una contrapartida: el Estado al que se contribuye con el esfuerzo debe dar un rédito. Debe poder decir que ha valido la pena.
Los canadienses, hasta ahora, han votado afirmativamente al credo de Ernest Renan al definir la nación de estilo francés, basada en la decisión personal. Ante el reto del plebiscito diario, en Canadá se vota cada noche afirmativamente, en un referéndum que también hasta ahora ha sido positivo en Estados Unidos.
Pero al sur, al otro lado de la frontera desmilitarizada más larga del planeta, se observan grietas que hacen peligrar la lealtad de millones de habitantes de Estados Unidos. La reforma sanitaria es, además de la convicción política de Obama y los congresistas que se han jugado su futuro apoyándola, un mecanismo en seguir garantizando la colaboración de millones que un día optaron por mudarse a Estados Unidos. Las facilidades para gozar de un seguro médico son sencillamente un mecanismo para garantizar que el plebiscito diario proporcione un escrutinio positivo.
Mientras Estados Unidos siga atrayendo a los inmigrantes, el país tiene futuro. En el momento en que el imán deje de funcionar, la médula norteamericana se quebrará irremediablemente. De momento, en Canadá, el sistema de salud -y otras conquistas sociales (compartidas por conservadores, liberales e independentistas quebequenses)- es una de las herramientas más efectivas para seguir cimentando la identidad nacional y asegurarse de la lealtad de los ciudadanos. Curiosamente, un seguro sanitario funciona como escudo de nacionalidad.
Por esa razón, expertos y líderes gubernamentales en Canadá también están preocupados por la supervivencia del sistema, teniendo en cuenta que el origen financiero no es federal, sino que está anclado sólidamente en los recursos de las provincias. Como media, los números presupuestarios revelan que los gobiernos provinciales dedican el 40% de sus recursos al cuidado gratuito de la salud. En poco tiempo se rebasará el 50%. Como que el crecimiento de los gastos en ese sector supera al 7% anual, los cálculos muestran que en veinticinco años el erario público dedicará a la salud tres cuartos de cada dólar que recaude. Mientras en Estados Unidos los gastos de salud representan el 17% del Producto Interno Bruto, en Canadá se ha rebasado ya el 12%.
Ante el problema que se avecina, nadie en Canadá quiere encararlo. Hacerlo puede costar una elección, como en el sur se amenaza ahora a las tropas de Obama. Mucho peor, los canadienses pueden votar en contra en el referéndum de Renan. Sería el final de Canadá. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Joaquín Roy es Catedrático Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu).