Una densa y calurosa bruma cubrió la capital de Venezuela a fines de marzo, cuando la ceniza generada por sucesivos incendios en unas 140 hectáreas en el monte Ávila, que domina la ciudad, se mezcló con la polución habitual de la urbe. La calina o calima «se forma con partículas de polvo que permanecen en la parte baja de la atmósfera y este año se ha acentuado con los incendios de vegetación al término de la estación seca», dijo José Gregorio Sottolano, del Instituto de Meteorología.
Diego Díaz, de la organización ambientalista Vitalis, dijo a Tierramérica que «la recuperación de lo quemado en pocos días tardará décadas».
Por su parte, Gilberto Carreño, del Círculo Ambiental, lamentó que el Ávila, «una esponja con mucha agua en su subsuelo, reciba esporádicas jornadas de reforestación, poesías y canciones, pero no una obra hidráulica que en caso de incendio le permita saciar su propia sed».