La reunión del presidente Barack Obama con el líder espiritual tibetano Dalai Lama fue objetada por China y agravó la crisis en las relaciones con Estados Unidos desatada por la venta de armas de este país a Taiwán, diferencias comerciales y la censura a Internet en el gigante asiático.
La reunión de bajo perfil tuvo lugar el jueves en la sala de mapas de la Casa Blanca y no en el Salón Oval, como sería habitual para encuentros con dignatarios extranjeros. La conversación versó sobre la democracia, la libertad y los derechos humanos, declaró el Dalai Lama al término del encuentro.
"El presidente Obama manifestó su fuerte respaldo a la preservación de la singular identidad religiosa, cultural y lingüística del Tíbet, y a la protección de los derechos humanos de los tibetanos en la República Popular China", señaló una declaración divulgada por la Casa Blanca.
Como una concesión a Beijing, Washington aplazó el encuentro, que en un principio estaba previsto para antes del viaje de Obama a China en noviembre pasado.
Pero la cancillería y los medios de comunicación estatales de China expresaron su desagrado por la visita del líder que reclama la independencia del Tíbet, al que Beijing considera parte de su territorio soberano.
"Exhortamos a Estados Unidos a que reconozca plenamente la alta sensibilidad de los asuntos relacionados con Tíbet, que cumpla rigurosamente su compromiso de reconocer a ese territorio como parte de China y se oponga a la independencia", que cancele de inmediato la decisión errónea de arreglar una reunión entre el presidente Obama y el Dalai", señaló una declaración en el sitio web de la cancillería china el martes 10.
Asimismo, la declaración oficial reclamó a Washington que "no proporcione al Dalai ningún foro o conveniencia para participar en actividades separatistas contra China, que no socave la estabilidad del Tíbet ni interfiera en los asuntos internos de China con el fin de evitar que las relaciones entre China y Estados Unidos se socaven más".
Aunque China expresó su oposición a la reunión, la misma no tuvo el alto perfil ni fue tan problemática en términos diplomáticos como cuando el gobierno de George W. Bush, antecesor de Obama, decidió en 2007 otorgarle al Dalai Lama la Medalla de Oro del Congreso legislativo, el reconocimiento civil más alto que otorga Estados Unidos, junto con la Medalla de Libertad Presidencial.
La reacción de Beijing fue presionar a los gobiernos extranjeros para que no recibieran al Dalai Lama, lo cual generó protestas en zonas de China con población de origen étnico tibetano y la violenta represión de los manifestantes por las fuerzas de seguridad en Tíbet.
China procedió a denominar al Tíbet como uno de sus "intereses fundamentales", en una advertencia a Estados Unidos y otros países que no interfieran en temas relacionados con la soberanía tibetana.
"En general, y a pesar de los intentos pasados y presentes de la Casa Blanca por matizar las fechas y las sedes de este tipo de reuniones, las reacciones públicas chinas rara vez se han moderado", según Charles Freeman, experto en ese país asiático del Center for Strategic and International Studies (CSIS), en una entrevista en Internet del centro de estudios internacionales con sede en Washington.
La irritación por la visita del Dalai Lama es la expresión más reciente de la guerra de palabras que han librado Washington y Beijing en los últimos meses mientras ambos países lidian con otras tensiones políticas, militares y económicas.
En septiembre, Obama autorizó un arancel de emergencia de 35 por ciento a la importación de neumáticos chinos que, según sindicatos estadounidenses, les han costado 7.000 empleos a los obreros de este país.
Beijing condenó ese tributo y amenazó con imponer sus propios gravámenes a los productos estadounidenses.
En enero, la empresa de Internet Google anunció que cuentas de correo electrónico de diplomáticos, activistas de derechos humanos y periodistas chinos habían sido infiltradas por piratas informáticos de China, lo cual llevó a la canciller Hillary Rodham Clinton a pronunciar un discurso sobre la postura de Washington en materia de robo de propiedad intelectual, la seguridad en el ciberespacio y la censura que aplica Beijing al acceso de Internet.
China acusó entonces a Estados Unidos de "imperialismo informático" y negó los cargos de participación oficial en los ataques cibernéticos.
Este mes, otro obstáculo complicó la relación entre los dos países cuando China amenazó con imponer sanciones a las empresas estadounidenses que participan en un negocio de venta de armas por 6.400 millones de dólares a Taiwán, territorio al que Beijing considera una provincia rebelde.
En tanto la crisis mundial perjudicó a las economías de ambos países, Beijing procuró dejar de invertir en dólares el superávit de su balanza de pagos para adquirir valores financieros y materias primas, mientras Obama siente la presión de resolver el creciente déficit comercial con China.
Con el último intercambio de palabras entre Washington y Beijing tras la visita del Dalai Lama, corresponde a los analistas interpretar si la creciente tensión política, económica y militar es parte de una tendencia mayor o sólo el síntoma de presiones internas probablemente como consecuencia de la crisis financiera internacional sobre los mandatarios de China y Estados Unidos.
Los expertos advierten que el presidente de China, Hu Jintao, podría cancelar su viaje a Washington para asistir a la cumbre sobre seguridad nuclear en abril, en represalia por la visita del Dalai Lama el jueves.
Las diferencias entre China y Estados Unidos tienen una importancia creciente para el resto del planeta ya que la cooperación entre ambos en diversos temas multilaterales es fundamental, como el combate al cambio climático, la recuperación de la crisis financiera internacional y los planes nucleares de Corea del Norte e Irán, aunque Teherán niegue que su política nuclear tenga fines militares.
La gestión de esta relación cada vez más importante y complicada exigirá cambios a Beijing y Washington en la forma en que llevan a cabo sus relaciones diplomáticas.
"Para los líderes chinos, eso significa marcar una clara diferencia entre la retórica y la realidad, limitar las protestas a los gestos para su público interno mientras trabajan con Estados Unidos en una serie de frentes", escribió Douglas H. Paal, vicepresidente de estudios del centro de investigación con sede en Washington Carnegie Endowment for International Peace, en el diario South China Morning Post.
"Por su parte, Estados Unidos debe mantener su compromiso con los derechos humanos pero también demostrar cierta moderación en temas que China considera sus intereses fundamentales", concluyó.