SUDÁN: Mujeres del sur perpetúan cultura de sumisión

Rosalinda Duany pasa todo el día vendiendo verduras en su puesto del mercado local para poder alimentar a su familia, mientras su esposo holgazanea con sus amigos. Pero cuando él se aburre demasiado y la reclama, ella deja de trabajar sólo para complacerlo.

Duany ha vivido así por años, sin quejarse ni una sola vez, porque considera que la obediencia a su esposo es parte de su cultura.

No es la única que piensa de ese modo. Es común que las mujeres de Sudán del Sur dejen su lugar de trabajo en horario laboral, simplemente para volver a casa a alimentar a sus esposos e incluso preparar el agua para su baño.

Al recorrer pueblos como Juba y Torit, en Sudán del Sur, se puede ver hombres sentados en grupos, jugando a las cartas y conversando todo el día, mientras las mujeres están trabajando.

Pese al rol fundamental que tienen las mujeres en la unidad de la familia, la cultura ha sesgado profundamente la percepción del liderazgo a favor de los hombres.
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En medio de una prolongada guerra civil que ha dejado muchos muertos, particularmente hombres, el rol de las mujeres de Sudán del Sur ha cambiado ampliamente, pasando a ser las jefas de hogar y pilares de la familia, en una sociedad altamente patriarcal.

"Como mi esposo está libre todo el día a veces se ocupa reclamando sus derechos conyugales, aunque eso signifique que yo deje de hacer lo que estoy haciendo", dijo Duany.

Según ella, es parte de su cultura hacer lo que sea que reclame su marido. Pero las activistas por los derechos femeninos señalan que esto va más allá, e implica que las mujeres todavía se perciban a sí mismas erróneamente.

"Las mujeres no son víctimas indefensas de estas circunstancias, sino agentes activas en la perpetuación de esta cultura. Aunque la estabilidad del hogar recae directamente sobre la mujer, ella todavía se percibe a sí misma como inadecuada para roles que tradicionalmente se consideran para los hombres", dijo Flora Iliha Matia, vicepresidenta del Sindicato de Mujeres del Condado de Torit, en el estado de Ecuatoria Oriental.

"A menudo visitamos hogares y hallamos solamente mujeres y niños. La mujer dice que ‘no hay nadie en casa’, porque el esposo está ausente", sostuvo.

"La cultura establece que el hombre es el jefe del hogar, así que una mujer puede recibir visitas pero no hablar en nombre de la familia", agregó.

Agnes Leju, funcionaria pública de Ecuatoria Oriental, dijo que no es inusual que un hombre saque a su esposa del lugar de trabajo para que ella le prepare el agua para su baño, aunque esté ocupada.

"Las mujeres no sólo toleran estas situaciones, sino que las consideran paralelas a las normas y los valores de una buena esposa. Sería muy inusual que una mujer plantee su preocupación por este tema", sostuvo.

Leju dijo que no ha encontrado a ninguna mujer que haya tenido problemas con su jefe por salir del trabajo para atender a su marido, porque la mayoría de los jefes son hombres y comprenden la situación porque ellos también la reclaman para sí mismos.

Acline Aker está casada desde hace dos años y siente que es responsabilidad de la esposa estar a disposición de su cónyuge.

"La mayoría de estas cosas, como preparar el agua para el baño y aprontarle la ropa, son cosas que él puede hacer por sí mismo, pero no está bien que las haga. Es por eso que se casó conmigo, para que yo me ocupara de él", expresó.

"Estas discusiones sobre ir contra nuestra cultura son las raíces de un matrimonio roto. Yo realizo feliz mis tareas de esposa, aún cuando tenga que interrumpir mi trabajo en la granja", aseguró.

Estas mujeres no son conscientes de que su comportamiento perpetúa actitudes estereotipadas en materia de género, lo que reduce las probabilidades de que la sociedad cambie la percepción de que ellas sólo son adecuadas para criar hijos.

"En nuestra sociedad, la palabra ‘mujer’ remite a imágenes de roles reproductivos, y ellas claramente no hacen mucho por cambiar la situación. Esto dificulta sus oportunidades de participar en procesos de toma de decisiones", dijo Betty Ponj Joseph, integrante del comité parlamentario sobre género y bienestar social en el estado de Ecuatoria Central.

"Éstas son las percepciones usadas para medir los derechos de las mujeres y su capacidad de ocupar la esfera política. A menos que las mujeres comiencen a trabajar para diluirlas, la cultura continuará reprimiendo sus posibilidades de elevarse en todo su potencial", agregó.

Según Ken Santo, un periodista de Juba, "se puede determinar realmente la madurez de cualquier democracia mirando cómo trata a sus mujeres. Las identidades culturales de los géneros afectan los valores políticos y determinan el peso con que se enfoca la igualdad de género".

"Esto tiene que ver ampliamente con cómo somos socializados. A menudo oigo comentarios de mujeres como ‘déjenme hablar aunque sea una mujer’. Esas declaraciones confirman la percepción de que ellas" no sirven para ocupar roles de liderazgo, agregó.

Cuando el sur de Sudán estuvo cerca de la destrucción total y murieron muchos hombres en el frente, las mujeres tuvieron que ser fuertes.

Y "esta fortaleza de una mujer para soportar las situaciones más desesperadas por las personas que dependen de ellas debería decir a gritos lo que ellas pueden hacer si se les hace lugar en el espacio político", sostuvo Santo.

Una mujer adulta en el sur de Sudán no tiene más identidad que la que adquiere cuando se casa, y son comunes los matrimonios tradicionalmente arreglados durante la infancia", dijo.

El cambio real debe proceder de las mujeres, añadió. Ellas no sólo son la mayoría, sino que también tienen un movimiento que se inició hace más de tres décadas.

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