COLOMBIA: Avanza violencia contra la mujer

No parecía tener relación la noticia sobre violaciones de hombres, presuntamente utilizadas por la guerrilla colombiana como forma humillante de castigo, con otra información sobre una recompensa de 200.000 dólares que ofrecen las autoridades policiales a quien revele el paradero de un ex comandante de la policía.

Este hombre está acusado por el asesinato de su esposa. Para identificarla, los investigadores debieron juntar las partes del rostro, destrozado con 58 cortes de bisturí, en un trabajo de 10 días.

Mientras el abuso sexual contra los hombres se mira como un hecho extraño, los abusos y la violencia contra la mujer aparecen como hechos criminales pero usuales, que hacen parte de la vida de la sociedad.

Así apareció hace tres años el asesinato de 18 mujeres en los barrios populares de la norteña ciudad de Medellín, y siguen registrándose las víctimas de la guerrilla, de los grupos paramilitares, de los narcotraficantes o de la delincuencia común, lo mismo que los casos de violencia familiar contra la mujer.

Colombia vive un conflicto armado entre guerrillas izquierdistas alzadas en 1964 y fuerzas estatales y grupos paramilitares de extrema derecha.
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El asesinato de mujeres o feminicidio, neologismo de reciente creación entre grupos que se dedican a la investigación del fenómeno, se da en América Latina, con especial intensidad en México, donde las autoridades reportaron 1.114 asesinatos de mujeres y niñas entre 2006 y 2008.

En 2000, República Dominicana registró 96 y en 2006, había duplicado la cifra con 182 víctimas. Guatemala apareció en los boletines oficiales con 687 mujeres asesinadas en 2008; en El Salvador fueron 413 las muertas de este año entre los meses de enero y septiembre. Pero más grave que en estos países es el caso colombiano.

Según datos de las organizaciones no gubernamentales Casa de la Mujer, Mujeres que Crean, Ruta Pacífica y Vamos Mujer, en 2003 los asesinatos de mujeres fueron 1.799, en 2004 fueron 1.378, subieron a 1.424 en 2005, se registraron 1.223 en 2006, y fueron 1.207 en 2007.

La investigadora Elizabeth Castillo estudió esos asesinatos y violencia contra la mujer en cinco ciudades colombianas y pudo medir la magnitud del problema que es, ante todo, cultural.

Su estudio "Feminicidio en Colombia. Estudio de caso en cinco ciudades del país" fue publicado en 2008.

Las situaciones de violencia generalizada hacia las mujeres tienen que ver con el sentido de apropiación de sus compañeros, revelado en la regulación de su cuerpo y en las restricciones que les imponen, sostiene.

Así lo expresaron portavoces de organizaciones de mujeres al diario El Espectador: hay una conexión "entre esos homicidios y hombres que creen que por su condición tienen dominio sobre las mujeres". Es percepción la amplió con vehemencia la defensora de los derechos humanos de las mujeres, Diana Gutiérrez, al referirse al asesinato de 18 mujeres en Medellín.

Esos crímenes "tienen en común, en la mente de los asesinos, que las mujeres somos objetos usables, prescindibles, maltratables, desechables, violables. Todos coinciden en su crueldad", dijo.

La investigación de Castillo aporta, como hecho revelador de este determinante influjo cultural, el silencio con que las víctimas suelen encubrir a los violentos. Se estima que las denuncias conocidas representan menos de 30 por ciento de los hechos reales de violencia.

Una de las mujeres entrevistadas por Castillo lo admite: "siempre que le decía que lo iba a denunciar me decía las mismas palabras: si usted abre la boca, yo la mato".

Otra de las entrevistadas, al relatar su visita al médico después de haber sido herida repetidas veces con un puñal en la espalda, anota: "Fui al médico, pero yo no dije que había sido él, no sé, había algo que no me dejaba hacerlo".

Es una violencia, concluye la autora, "que sigue viéndose de manera natural, como si estuviera conformada por hechos aislados; deja de verse el hilo conductor que los hermana".

Parte de ese hilo conductor es la idea de que la mujer seduce y arrastra al hombre al mal, de modo que la víctima aparece como victimaria.

En enero, la prensa nacional publicó la noticia de la absolución de un hombre que había abusado sexualmente de su nieta de nueve años. El tribunal había tenido en cuenta que, un año antes, la niña había sido violada por su tío. Esta circunstancia permitió a los jueces concluir que la iniciación precoz de la niña la convertía "en una mujer de mundo con capacidad para pervertir adultos y por ello carente del derecho a la tutela de su dignidad sexual".

Es la misma actitud mental que los investigadores ven en la prensa que, al registrar los actos de violencia, dan a entender, de acuerdo con los códigos culturales, que la mujer crea la ocasión.

Ante el cadáver de una muchacha de 20 años, el reportero de un vespertino de la occidental ciudad de Cali solo vio "el cuerpazo que seguramente apareció atractivo a quienes la violaron y la asesinaron".

Otro reportero, en Bogotá, tuvo una reacción similar ante otra mujer asesinada: "dio el 'papayazo' (el motivo) para que pudieran hacer de todo con ella".

La conclusión de la investigación se impone: "el reporte de estos asesinatos requiere un lenguaje claro y sin estereotipos o prejuicios que refuercen la presunción de que la violencia es aceptable en ciertas circunstancias".

Para especialistas reunidos en un congreso convocado el 23 y 24 de noviembre por un movimiento ecuménico, "la violencia contra las mujeres es estructural y obedece a unos patrones de género y a una sociedad androcéntrica y machista que impulsa y valida la apropiación y la cosificación del cuerpo de las mujeres y que justifica el control de sus vidas".

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