Promovidas como «bosques cultivados», las plantaciones de monocultivos forestales avanzan sobre el bosque nativo y la pradera de Argentina, Brasil y Uruguay afectando el ambiente y la vida de las comunidades, afirman mujeres rurales.
Con el objetivo de producir madera, celulosa y papel a gran escala en estos países, grandes empresas deforestan bosques naturales u ocupan praderas para cultivar eucalipto, pino y otras especies exóticas de crecimiento rápido que consumen enormes cantidades de agua y degradan el suelo, según los críticos.
No obstante, de cara a la próxima Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que se celebrará en diciembre en Copenhague, las empresas forestales, con apoyo de gobiernos y organizaciones internacionales, pretenden que las plantaciones cuenten como sumideros de carbono que pueden mitigar el calentamiento global.
En las últimas semanas, organizaciones de mujeres rurales y ambientalistas de la región intentaron sin éxito que su voz fuera más fuerte que la de las empresas forestales. Para ello, emitieron una declaración conjunta en el marco del último Congreso Forestal Mundial que se celebró en octubre en Buenos Aires.
El Congreso, auspiciado por la Organización de las Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y al que asistieron empresarios, funcionarios, expertos y estudiantes, insistió en que los bosques —incluidas las plantaciones— pueden contribuir a reducir las emisiones de gases que provocan el efecto invernadero.
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En diálogo con IPS, Claudia Peirano, de la Asociación Forestal Argentina (AFOA), que agrupa a productores del sector, argumentó que para cubrir la demanda de madera de una población en crecimiento, ya no se puede apelar a bosques nativos sino que debe expandirse la superficie cultivada.
«La pérdida de bosques nativos no es responsabilidad de los cultivos forestales, sino de la expansión agrícola», dijo Peirano, y remarcó que apenas tres por ciento de los bosques son cultivados en el mundo. Esa superficie, a juicio de las empresas, debería incrementarse para responder a la demanda sin propiciar la deforestación.
«El consenso del Congreso fue claro: cero deforestación para 2020 y alternativas de mayor productividad para producir madera», concluyó.
Pero ellas no coinciden. «Nosotras, mujeres del campo y la ciudad, expresamos nuestro rechazo a la expansión de proyectos de monocultivos de árboles, celulosa y papel en los que ha sufrido especialmente el ecosistema de pradera de Argentina, Brasil y Uruguay», manifestaron en la declaración.
Las mujeres consideraron «engañosa» la promoción de las plantaciones como bosques y señalaron los «innumerables impactos negativos» que tienen estos proyectos en la vida de las familias rurales y particularmente en las mujeres, que sufren el «desempoderamiento» a medida que avanzan los cultivos homogéneos.
Denunciaron, por ejemplo, la presión de las empresas para que las familias vendan la tierra, los pocos puestos de trabajo que se crean para las mujeres, la escasez de agua, y múltiples situaciones de miedo, violencia y acoso sexual que devienen del modelo de desarrollo «insustentable» que promueven las plantaciones.
El documento, ignorado por los asistentes al congreso, lleva la firma de la Marcha Mundial de las Mujeres (MMM) y el Movimiento de Mujeres Campesinas, ambos de Brasil, también del Núcleo de Amigos de la Tierra de ese país y del Centro de Estudios Ambientales.
TRES REALIDAES, IGUAL IMPACTO
Por Argentina, la declaración contó con el apoyo de la organización GRAIN, que centra su pelea contra la expansión del monocultivo de soja, y por Uruguay con la Red Amigos de la Tierra, Mujeres Rurales y el Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales, cuyo secretariado internacional tiene sede en Montevideo y es conocido por su sigla en inglés WRM.
En entrevista con IPS, Cintia Barenho, bióloga, ambientalista y miembro del MMM, dijo que en Brasil, los estados más afectados por los monocultivos de eucalipto, pino y acacia negra son Bahía, Espírito Santo, Rio Grande do Sul, Minas Gerais, Paraná y São Paulo, que comprenden la región este y sur del país.
Si bien no hay datos ciertos sobre su expansión, se estima que en Brasil son más de cinco millones de hectáreas las que están dominadas por estas plantaciones que crecieron a expensas de bosques, praderas y también de familias rurales, pueblos originarios y quilombolas (comunidades negras descendientes de esclavos liberados). Por ejemplo, en Espírito Santo, la empresa Aracruz Celulosa tiene 128.000 hectáreas de eucalipto y todas en territorio indígena y quilombola. De 40 aldeas que había en esa región, hoy quedan siete, señala el libro «Impacto del Monocultivo de Eucalipto sobre las Mujeres Indígenas y Quilombolas en el Estado de Espírito Santo».
En esa investigación las mujeres señalan que las plantaciones provocan allí una fuerte sequía, alteraciones bruscas de la temperatura, pérdida de una biodiversidad extraordinaria, disminución de la producción de alimentos, resecamiento de fuentes hídricas y pérdida de fertilidad del suelo.
En este aspecto, Peirano, representante de la industria forestal, apuntó que «cualquier intervención implica un impacto», pero sostuvo «hay mucho de mito» acerca del excesivo consumo de agua que demandan las especies cultivadas. «El eucalipto, si se planta en zona donde llueven 800 milímetros por año, no debe recurrir al agua de las napas», aseveró.
Barenho remarcó que en la zona rural de esos estados brasileños «hay una fuerte presión para que las familias vendan sus tierras a empresas de celulosa y papel», lo que implica un «aumento del éxodo rural» a las ciudades, un incremento del desempleo, la pobreza y la violencia.
Señaló además que esta situación representa un retroceso en los procesos de reforma agraria y falta de incentivos al desarrollo de la agricultura familiar. En contrapartida, los monocultivos «generan pocos empleos para las comunidades locales, y para las mujeres, los números son ínfimos».
Las condiciones de trabajo son precarias, los contratos temporarios. Las mujeres son explotadas en los viveros, y los hombres se integran a cuadrillas que son trasladadas a distintos sitios de las plantaciones, promoviendo la desintegración familiar, la proliferación del acoso sexual y la prostitución, explicó Barenho.
La bióloga está coordinando un estudio cuyo título sobre el impacto es elocuente: «La función de la Unión Europea en el desempoderamiento de las mujeres del sur a través de la conversión de ecosistemas locales en plantaciones de árboles». También Raquel Gilmet, de Mujeres Rurales de Uruguay, comentó a IPS el impacto que tienen los cultivos homogéneos en su país. «Las familias de pequeños productores nos vemos rodeadas y nos tenemos que ir. Los árboles van encerrando a las personas», dijo aludiendo a las plantaciones.
En Uruguay se estima que hay más de un millón de hectáreas de plantaciones, una extensión que puede parecer escasa en relación a la superficie del país, pero que tiene impacto cuando se concentra en zonas con otros ecosistemas naturales, según los denunciantes.
Gilmet tenía una huerta orgánica en el departamento de Soriano, en el sudoeste uruguayo, pero ahora «es imposible trabajar limpio», debido, en ese caso particular, a la expansión del monocultivo de soja a expensas de la pradera. La leguminosa requiere grandes aplicaciones de agroquímicos contaminantes para su desarrollo.
En los alrededores de Mercedes, la capital del departamento, las plantaciones forestales dejan a los pobladores escasos de agua y con el suelo degradado.
«Es tremendo cómo avanzaron allí (las plantaciones). Las fincas van quedando abandonadas, derruidas. El gobierno dice que el productor optó, pero no hace nada por las consecuencias que esto tiene para el agua y el suelo a largo plazo», denunció.
Gilmet dijo que la forestación se plantea como «una alternativa de trabajo» y al principio «la gente se deslumbra». Pero luego se ve que unos pocos hombres consiguen emplearse. «La mujer queda sola con los hijos, escasa de fondos, y muchas terminan pobres teniendo que migrar a las ciudades», remarcó.
También en Uruguay, Elizabeth Díaz, de WRM, consideró «un disparate» que las empresas forestales que asistieron al Congreso celebrado en Buenos Aires pretendan ofrecer las plantaciones como sumideros de carbono.
Para combatir el cambio climático «se deben reducir drásticamente las emisiones en todos los países, buscar energías alternativas y conservar los bosques, y no estar pensando en cómo compensar lo que se sigue emitiendo», dijo a IPS.
Los monocultivos de árboles se expandieron en más de un millón de hectáreas en Argentina y se proyecta un gran aumento para los próximos años, fomentado por las autoridades que aceptan la idea de que las plantaciones también contribuyen a combatir el cambio climático.
Según la FAO, cada año se talan en el mundo unos 13 millones de hectáreas. Esa deforestación es responsable de 17 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero que sobrecalientan la atmósfera y alteran el clima. Brasil es uno de los principales emisores de gases provenientes de la pérdida de bosques y praderas.