INFANCIA-FILIPINAS: Prostitutas cada vez más jóvenes

A los 14 años, la filipina Ann se preocupa de no quedar embarazada y de no contraer sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida). Para ello utiliza condones con cada uno de sus clientes.

Jovencitas de Davao empujadas a la prostitución. Crédito: Stella A. Estremera/IPS
Jovencitas de Davao empujadas a la prostitución. Crédito: Stella A. Estremera/IPS
Según ella misma afirma, se ha vuelto tan buena en esto que el hombre de turno ni siquiera se entera.

"Nos han enseñado cómo hacerlo", relata Ann (nombre ficticio), quien al cumplir 13 años fue reclutada para trabajar en un bar en Santo Tomás, más de 60 kilómetros al norte de la meridional ciudad filipina de Davao, donde tiene sexo a cambio de dinero con trabajadores de las plantaciones de bananas y guardias de colonias penales en sus ratos de ocio.

Ann es parte de una cantidad cada vez mayor de menores que integran Lawig Bubai (algo así como "Adelante, mujeres"), una organización de niñas y mujeres prostitutas de esta ciudad.

El grupo se creó en 1993 a raíz del programa educativo de Talikala ("Cadena") Inc., organización no gubernamental que ayuda a trabajadoras sexuales, entre ellas niñas, dentro de la meridional región de Mindanao, uno de los tres principales grupos de islas de Filipinas.
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Algunas integrantes de Lawig Bubai son sobrevivientes de la prostitución, mientras que otras todavía están atrapadas en ella. Todas intentan acercarse a otras mujeres y niñas de las áreas más pobladas en situación vulnerable.

Son adiestradas en "técnicas de supervivencia". Éstas incluyen cómo colocarle un condón a un cliente sin que éste se dé cuenta. Allí también aprenden sobre salud reproductiva y sobre cómo cuidarse a sí mismas.

Según Ann, la mujer que la reclutó vive en el mismo barrio donde ella residía con sus abuelos. Para ella era una figura conocida y "anciana", dijo.

Es la misma mujer que reclutó a su amiga Sarah, también de 14 años.

Ann aseguró que la mujer le había garantizado un trabajo –cocinar y servir carne asada— en la ciudad, por el cual le pagaría un jornal de 200 pesos (4,20 dólares). Era una suma interesante. Su abuelo hace trabajos de pintura, pero no tiene empleo estable. Su abuela realiza tareas de lavandería y gana poco dinero. Ann vivió con ellos desde que nació. Al momento de su nacimiento, su madre tenía la edad que ella tiene ahora.

Ann y Sarah terminaron en un bar, donde les dijeron que servirían carne asada. Pero esa misma noche las obligaron a bailar y realizar otros números para entretener al público masculino.

Las dos amigas dijeron que en ese lugar había más adolescentes como ellas, y que el dueño las molestaba siempre que tenía ganas.

"Nuestro empleador era un maníaco", dijo Ann en su dialecto nativo visayan.

Cerca de allí hay otro bar que también emplea a chicas jóvenes, y otro más en el que trabajan "muchachas mayores", de 18 años y más, señalaron las amigas.

Dang, de 14 años, tiene su propia historia, aunque no es muy diferente de las demás. Comenzó a fumar a los nueve años, y a beber ron a los 12. "Eso es lo que ocurre cuando tu madre no te quiere", sostuvo.

Cuando tenía 13 años, sus amigas le presentaron a un viudo del distrito de Agdao que les dio dinero simplemente por ser "estimulado". No pasó mucho tiempo antes de que el barrio se enterara. Pronto sus padres la echaron de su casa.

Desde entonces deambula por las calles, ganando dinero con cualquiera que requiera sus "servicios". Entre sus clientes figuran taxistas que pagan 20 pesos (42 centavos de dólar) por recibir estimulación oral y manual.

La situación de Ann, Sarah y Dang les resulta muy conocida a las hijas adolescentes de Inday. Esta mujer de 36 años, madre de nueve hijos, tardó en enterarse de que el dinero que de vez en cuando le daban sus hijas, de 14, 15 y 16 años, no provenía de ningún "tío" benevolente.

Supo sobre las actividades de sus hijas a través de un vecino preocupado. "Fue, literalmente, como si me arrancaran el corazón. Cada vez que yo les preguntaba de dónde sacaban su dinero, ellas simplemente me decían que se los había dado un ‘tío’", dijo Inday.

En los tugurios de Davao, "tío" es un término cariñoso con el que los más pequeños llaman en general a un hombre adulto.

Inday tiene otros cuatro hijos varones, de 13, ocho, siete y cuatro años, y otras dos hijas, de 10 años y cuatro meses, respectivamente. La pobreza de su familia se ha exacerbado con el aumento del costo de vida. Su esposo es el chofer de una empresa y gana unos 300 pesos (seis dólares) al día, lo que apenas alcanza para alimentar a su gran prole.

"Ya no sé cómo estirar nuestro presupuesto. A menudo nos arreglamos solamente con avena", dijo.

La familia de Inday también eliminó el desayuno, lo que redujo sus comidas diarias a dos, siempre que haya suficientes alimentos. Cuando no los hay, sus hijos —por lo menos los que todavía van a la escuela— no asisten a sus clases.

A causa de sus frecuentes ausencias, tanto su hijo de 13 años como sus tres hijas adolescentes desertaron del colegio. El muchacho se dedica a hurgar en busca de chatarra.

Al empeorar la situación económica, parece que más niñas son empujadas a la prostitución.

Tanto Lawig Bubai como Talikala han observado un alarmante aumento de la cantidad de menores prostitutas este año en la ciudad de Davao.

Belén Antoque, presidenta de Lawig Bubai, dijo que su organización no posee los recursos necesarios para embarcarse en un estudio en profundidad que determine el alcance de la prostitución infantil y adolescente en esta ciudad, uno de los principales destinos turísticos del país.

Ahora no sólo se ve a mujeres y niñas prostituyéndose en ciertas áreas tradicionales, como avenidas y centros comerciales, sino también en calles laterales y terminales de autobuses.

"A veces todo lo que se ve es un grupo de unas 20 niñas. Una piensa que son simplemente amigas que están saliendo a divertirse", dijo Jeanette Ampog, directora ejecutiva de Talikala.

A ella le preocupa no sólo que se hayan expandido los sitios donde se ejerce la prostitución, sino especialmente que se trate de mujeres cada vez más jóvenes.

Mientras, Dang ha aprendido tareas de manicuría y pedicuría, y espera que alguna vez esto la ayude a cursar la educación superior. "Sueño con estudiar trabajo social", explicó.

* Este artículo fue elaborado por IPS Asia-Pacífico en el marco de una serie sobre el impacto de la crisis económica mundial sobre niños y jóvenes, en asociación con la oficina del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) para Asia oriental y el Pacífico.

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