La controvertida visita del presidente iraní Mahmoud Ahmadineyad a Brasil consolida la independencia de la diplomacia de este país y contribuye a que Teherán defienda sus puntos de vista sobre la construcción de una paz durable en el Medio Oriente.
La llegada a Brasilia de Ahmadineyad, al frente de una comitiva de empresarios y miembros de su gobierno, fue la tercera que realizó un alto dirigente de Medio Oriente en los últimos días.
Poco antes, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva había recibido por separado a sus pares Shimon Peres, de Israel, y Mahmoud Abbas, de la Autoridad Nacional Palestina, en una confirmación del creciente protagonismo del Brasil en el campo diplomático internacional.
Pero al contrario de las dos primeras, que despertaron poco interés de los medios de comunicación y de la sociedad en general, la presencia el lunes del mandatario de Irán suscitó polémicas en el plano interno y fue acompañada con atención en el exterior.
Ya el domingo se habían realizado manifestaciones en Río de Janeiro, convocadas por representantes de la comunidad judía y de grupos feministas y gays, que denunciaron la falta de respeto a los derechos humanos y la política iraní hacia Israel.
También durante la visita a Brasilia se registraron marchas callejeras en contra y a favor de Ahmadineyad, organizadas respectivamente por la Comunidad Judía Brasileña y por la Sociedad Palestina Brasileña y el Movimiento Democracia Directa.
Las polémicas y el interés con que fueron acompañados todos los pormenores de las actividades del visitante, así como la entrevista de tres horas con Lula, el encuentro con otras autoridades y la visita al Congreso legislativo, confirman la importancia que ambos países tienen en el contexto regional y global.
El resultado más concreto de la visita fue la firma de ocho acuerdos de cooperación en áreas como agricultura, industria y ciencia y tecnología, que responden al deseo de ambas partes de reforzar la cooperación Sur-Sur y de aumentar el intercambio comercial, hoy situado en torno de los 2.000 millones de dólares y con la meta de llegar a los 10.000 millones en breve plazo.
Pero los resultados intangibles de la presencia de Ahmadineyad en Brasil pueden ser los más significativos.
En primer lugar, la visita dejó en evidencia que tanto Brasil como Irán aspiran a desempeñar un papel activo en el escenario mundial, fundamentado en el peso específico de ambas naciones en sus áreas de influencia. El papel de Teherán como interlocutor de las grandes potencias no es nuevo.
Heredero del imperio persa, uno de los más importantes de la Antigüedad, con más de 2.500 años de historia, Irán tiene una cohesión territorial, lingüística y cultural significativa, de la que deriva un profundo orgullo nacional.
Si se suma a eso el hecho de poseer importantes recursos naturales y un considerable desarrollo tecnológico puso en órbita un satélite de fabricación propia en 2008, y 48 por ciento de su población tiene acceso a Internet se entiende el por qué de su aspiración a ser un interlocutor privilegiado en la geopolítica del Medio Oriente.
Brasil, por su parte, respaldado por buenos indicadores económicos, además de su gran extensión territorial y peso demográfico, ha venido ampliando su influencia en el contexto internacional.
En América del Sur, particularmente, ha consolidado su liderazgo, incentivando en los años de gobierno de Lula, desde el 1 de enero de 2003, el proceso de integración a través de iniciativas en el campo político, económico y de infraestructura, entre otras.
A pesar de las críticas de algunos importantes medios de comunicación locales y de los pronunciamientos contrarios a la visita de parte de legisladores y dirigentes de la oposición, el gobierno brasileño mantuvo la invitación y la agenda de Ahmadineyad, reforzando de esta forma la independencia ya demostrada en varias oportunidades por la diplomacia de este país.
El propio presidente Lula defendió reiteradamente la visita de su par iraní, alegando que "no se construye la paz en el Medio Oriente sin conversar con todas las fuerzas políticas y todas las religiones".
En su opinión, si el diálogo se da solamente entre países con la misma orientación política, la conversación queda restringida a un "club de amigos", que no logrará sentar las bases de una paz efectiva en la región.
En el contexto de las últimas visitas de altos dignatarios del Medio Oriente, el presidente Lula tuvo oportunidad de explicitar que esa paz sólo podría ser alcanzada con la proclamación de un Estado palestino con condiciones de ejercer su soberanía, con el reconocimiento del derecho de Israel a existir y a convivir de forma constructiva con sus vecinos.
También pudo poner énfasis en la no proliferación de las armas nucleares y en el desarme. Precisamente, en este asunto reafirmó el derecho de Irán a desarrollar su programa atómico para fines pacíficos, de la misma forma como lo hace el Brasil.
El respaldo político recibido en este país fue retribuido por Ahmadineyad, quien declaró su apoyo al ingreso del Brasil al Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como miembro permanente, una de las aspiraciones declaradas de la diplomacia del gobierno de Lula.
Ese apoyo fue explicitado durante la visita al parlamento, cuando Ahmadineyad reconoció la existencia del Holocausto de millones de judíos en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), colocando en un contexto más amplio sus polémicas declaraciones anteriores cuestionando el hecho.
El presidente de Irán afirmó que los palestinos no debían pagar por un error ocurrido en suelo europeo y preguntó si los brasileños aceptarían sacrificar su territorio por crímenes cometidos en otras partes del mundo.
Según Ahmadineyad, la cuestión palestina no fue solucionada hasta ahora porque las propuestas de paz formuladas por el Consejo de Seguridad de la ONU para la región no están fundamentadas en la justicia.
Justificó de esa forma, además, el apoyo de Irán a la postulación de Brasil para integrar de modo permanente el Consejo de Seguridad del foro mundial, en el cual debería eliminarse el derecho de veto de China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia.
Desde esa importante posición en el foro mundial, la diplomacia brasileña, afirmó el mandatario iraní, podría jugar un papel positivo en las articulaciones tendientes a concretar las iniciativas de paz.
El futuro permitirá evaluar si los resultados que ambos gobiernos dicen esperar de las iniciativas de cooperación en curso, en cuyo contexto se inscribe esta visita, se concretan.
En caso de ser así, no sólo habrá de consolidarse la alianza entre Brasil e Irán en el terreno económico, sino que le cabrá al gobierno de Lula desempeñar un papel más decisivo en las iniciativas diplomáticas en favor de la paz en el Medio Oriente.
Ese nuevo protagonismo de Brasil también es visto con beneplácito por las autoridades israelíes y palestinas, como quedó en evidencia en las últimas visitas a Brasil de Peres y Abbas.