El ardiente sol del sur hondureño no impidió que un grupo de mujeres humildes se lanzaran a recuperar y proteger el bosque de mangle en la franja pacífica del Corredor Biológico Mesoamericano.
La aldea de Guapinol, ubicada en el municipio de Marcovia, en el sureño departamento de Choluteca, es un refugio natural de aves y otras especies marinas y costeras sobre el océano Pacífico.
Por eso es un sitio protegido dentro de las siete zonas costeras de 69.711 hectáreas que conforman la porción hondureña del golfo de Fonseca, una frontera marítima compartida con Nicaragua y El Salvador que es parte del Corredor Biológico, una conexión de ecosistemas naturales de los siete países de América Central y el sur de México.
El sistema de humedales del sur hondureño está comprendido en la Convención de Ramsar (firmada en 1971 y en vigor desde 1975), y en él predominan varias especies de mangle.
Pero estos humedales están en riesgo por el deterioro del manglar y los residuos químicos del cultivo de caña de azúcar y la cría de camarones. Esto impulsó a los pobrísimos habitantes de Guapinol a intentar el rescate del mangle y la preservación de los recursos marinos que siempre fueron su sustento.
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Guapinol, de 2.768 habitantes, fue una de las zonas más devastadas por el huracán Mitch, que en 1998 dejó varios miles de muertos y miles de millones de dólares de pérdidas en América Central.
Los pobladores de los cuatro caseríos que se tienden en sus faldas costeras soportan una severa merma de la pesca artesanal y están entre los más pobres de este país.
Honduras tenía en 2007 una pobreza de 68,9 por ciento y una indigencia de 45,6 por ciento, según el informe regional publicado el 19 de este mes por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
"Hace unos 10 años, la pesca nos daba para alimentar más o menos a la familia y el mar era rico en especies. Pero ahora las cosas han cambiado. El fogón de mi cocina casi siempre está apagado: no hay comida", dice a Tierramérica el pescador Heráclito Saavedra, de 52 años.
Todos los días, Saavedra camina dos kilómetros para ordeñar vacas, a cambio de un litro de leche para alimentar a su familia, de ocho integrantes.
En Guapinol, sólo uno de cada 20 jóvenes logra ir a la escuela secundaria. Sus casas carecen de letrinas, y abundan las enfermedades respiratorias y el dengue, relata Saavedra.
Con otros grupos organizados de Guapinol, Saavedra participó en una campaña de limpieza y reciclaje a lo largo de los 15 kilómetros que separan a su comunidad de la zona de Monjarás, otro de los sitios costeros de Marcovia, a tres horas de Tegucigalpa. "Queremos mostrarle a la gente que no se puede vivir en la basura. Impulsamos muchas acciones de capacitación ambiental, porque si no cuidamos nuestros recursos y nuestras viviendas, el mar nos va a comer la comunidad con sus marejadas", dice preocupada Isabel Quiroz, promotora del grupo femenino El Jordán.
Las 22 mujeres de entre 19 y 45 años que integran El Jordán son un ejemplo de tenacidad y dignidad. Hace dos años empezaron a recuperar con sus propias manos 15 hectáreas de mangle.
"Hemos reforestado y recuperado especies como el camarón menudo (Protrachypene precipua), y sembramos (los moluscos bivalvos) curiles (Anadara tuberculosa) y churrias (Mytella guyanensis)", señala a Tierramérica Wendy Reyes, de 22 años, nueva presidenta de El Jordán.
Las mujeres de El Jordán y los pobladores de Brisas del Sur y El Venado, dos caseríos de Guapinol, son apoyados por el Programa de Pequeñas Donaciones (PPD) del Fondo para el Medio Ambiente Mundial, coordinado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
"Antes, como cruzábamos a nado para ir a limpiar el mangle, la gente nos decía: ¡Ahí van las locas de El Jordán!. Pero ahora que el PPD nos donó una lancha a motor y ayudó a construir la sede de nuestra cooperativa, la gente nos mira y comenta: Miren a esas mujeres, ahora se han superado", describe Reyes con orgullo.
Su conciencia despertó cuando el huracán Mitch dejó semidestruida Guapinol, y nadie quiere que la historia se repita, relatan las mujeres.
En El Venado, pescadores y pescadoras construyeron un hotel rústico para fomentar el ecoturismo, además de un criadero para proteger a las tortugas marinas y preservar el hábitat de millares de aves amenazadas.
Entre septiembre y octubre, los habitantes de El Venado liberaron más de 5.000 tortugas golfinas (Lepidochelys olivacea). Una de cada 100 retorna a la playa de origen, en un periodo promedio de 15 años, explican. Su desove es uno de los espectáculos más impresionantes de las costas del sur de Honduras.
En El Venado, al alba o al atardecer surcan el cielo pájaros carpinteros (familia Picidae), gaviotas (Laridae) y jabirúes o galanes sin ventura (Jabiru mycteria).
"Muchas de estas aves están en riesgo de desaparecer y sólo se pueden encontrar en las regiones del sur de Honduras", dice a Tierramérica el biólogo Carlos Cerrato, presidente del comité directivo del PPD.
Para que una comunidad hondureña sea objeto de ayuda del PPD, "debe colaborar en la elaboración de su propuesta, cumplir con el compromiso de no corrupción y voluntad de defender el ambiente, que es nuestra orientación principal", explica. Los habitantes de Guapinol sienten que son parte de un "milagro inesperado".
Quiroz, de 48 años, expresa su alegría con voz entrecortada. "Aunque seamos pobres, vamos a cuidar estos bosques de mangle porque son nuestra vida. Queremos que nuestros hijos conozcan las tortugas, las aves y las riquezas del mar, para que no sólo se las cuenten como las novelas", dice.
* Este artículo fue publicado originalmente el 21 de noviembre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.