«Nuestra ganancia por ahora es de 5.000 dólares namibios, divididos entre 20 personas», concluye Anna Nauses. El silencio es general en la oficina del Proyecto de Prosopis mientras todos hacen los cálculos.
Dieciséis meses de arduo labor talando árboles a lo largo del río Omaruru sólo aportaron 30 dólares por persona.
El lugar está lleno con bolsas de cubos de madera y restos de carbón, restos de los miles de árboles que se alineaban junto al río y dividían al pueblo en dos. Las herramientas de trabajo cascos, hachas y motosierrasestán por toda la habitación, dejando sólo un estrecho sendero hacia el enorme escritorio donde no hay nada más que el libro contable donde se documentan las ganancias acumuladas.
Dos mujeres de la comunidad hojean el libro y subrayan los números con un lápiz. Dos hombres, uno joven y otro anciano, se apoyan en el escritorio y las observan.
«No es mucho», lamenta el coordinador del proyecto, Johannes Jod.
[related_articles]
El Ministerio de Agricultura, Agua y Bosques y la Fundación Namibia por la Naturaleza, lanzaron el proyecto piloto en línea con la intención del gobierno de integrar la administración de los recursos hídricos. El Proyecto Prosopis fue apoyado con fondos del gobierno de Dinamarca y provistos a través del Programa para el Sector Regional del Agua de la Comunidad para el Desarrollo de África Austral (SADC, por sus siglas en inglés).
«El objetivo era doble» explicó el ex jefe de programas, Don Muroua. «Buscaba un uso sostenible del agua y una mejora del sustento de las comunidades».
Los habitantes de Okombahe estuvieron dispuestos a probarlo. Las oportunidades de empleo en esta comunidad, que habla la lengua damara, con una población estimada de 3.500 habitantes, son menos que limitadas. El gobierno administra una clínica, un puesto policial y dos escuelas. Cuatro almacenes, dos iglesias y cinco bares son las únicas atracciones con las que cuenta el pueblo.
«En total no hay más que 100 empleos formales», calculó Jod. «El resto de las personas depende de pensiones de vejez y de ocasionales remates de cabras y ovejas»..
«Un poco menos de 2.000 dólares se invirtieron en equipos, y se nos dijo que fuéramos y taláramos todos los árboles prosopis que encontráramos», contó.
«La especie de prosopis hallada aquí no es indígena, sino importada de América para proveer sombra. Consumen muchísima agua, y por eso sacarlos ayuda a la sostenibilidad hídrica de la comunidad», explicó.
«Y los niveles del agua subterránea han subido», confirmó Nauses a la vera del río, seco en esta temporada del año. «Ciertamente hay una diferencia entre ahora y cuando empezamos a talar», señaló.
«Pero esto podría explicarse por las fuertes lluvias este año», dijo Muroua. «Todavía debe hacerse una evaluación formal».
Y para generar ingresos, el costo de llevar los productos al mercado parece ser el principal impedimento.
«Vendemos madera a los mercados en la bahía de Nehties, sobre la costa, y fabricamos cuentagotas y postes para vallados, que vendemos por 2,50 y 9,50 dólares namibios respectivamente (unos 1,20 dólares estadounidenses)», dijo.
«El carbón cuesta 850 (110 dólares estadounidenses) la tonelada, pero más de la mitad del dinero se gasta en alquilar el camión para la distancia de 200 kilómetros hacia la fábrica», añadió.
Y además hay que mantener equipo. «Estas motosierras chinas se rompen todo el tiempo», explicó Johannes Goseb, uno de los jóvenes que opera esas herramientas, mientras intentaba encender una de ellas sin éxito.
Parece que la economía de su pequeña actividad no va bien. ¿Cómo se puede aumentar las ganancias vendiendo un producto en un área aislada? «Esa es la pregunta del millón de dólares», afirmó Jod, reflejando la desesperación del grupo. «Mientras no tengamos nuestro propio transporte, no veo que haya mejor margen» de ganancias.
Aunque el número de leñadores y operadores de motosierras disminuyó de 20 a siete, los que quedan están decididos a continuar con el proyecto.
Auguste Hai Gausses es madre de tres niños que asisten a la escuela de Okombahe. Para ella, el Proyecto Prosopis es su único ingreso.
«Nosotras las madres tenemos que comprar uniformes escolares y pagar las matrículas», explicó.
Sobre el río, hay campos de sorgo, rodeados de vallas para protegerlos. «Es un experimento. En la temporada seca, el lecho del río es el único lugar donde todavía podemos cultivar alimentos, porque el agua subterránea es alta ahí, y los cultivos requieren irrigación».
La cosecha es en torno a octubre.
El cultivo «tiene que haber crecido completamente antes de que lleguen las lluvias, porque cuando el río crece, todo se inundará».
«En febrero, marzo y abril no podemos llegar a nuestros vecinos del otro lado debido al agua», añadió.
A pesar de los magros ingresos logrados hasta ahora, Muroua está convencido de que es viable. «Fue un plan piloto y aprendimos mucho sobre los proyectos en las comunidades. La dinámica del grupo juega un papel importante y también los asuntos prácticos, como un transporte accesible», señaló.
«Un año no es suficiente para implementar todo esto, especialmente para desarrollar métodos adecuados de mercadeo. Sería bueno que el Ministerio o el SADC dispongan más fondos para continuar», añadió.
«Mientras, simplemente seguiremos aquí de lunes a viernes, sufriendo», dijo Nauses con una sonrisa.
* Este artículo es parte de una serie producida por IPS (Inter Press Service) e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales) para la Alianza de Comunicadores para el Desarrollo Sostenible (http://www.complusalliance.org).