Maria Vieira dos Santos crió prácticamente sola a sus seis hijos. Durante más de una década, su marido estuvo ausente cerca de ocho meses cada año, para cortar caña de azúcar en el estado de São Paulo, en el sureste de Brasil.
La lejana faena del campesino, 1.500 kilómetros al sur, terminó sólo cuando las penosas condiciones del trabajo le dañaron la columna vertebral. Desde hace ocho años le sucedió el hijo mayor, de 27, que trabaja en la producción de azúcar y alcohol. Este año se incorporó otro hijo, de 17 años.
Cortar caña es una actividad reconocida como extenuante y violadora de derechos laborales. Pero, además, oculta un efecto perverso que afecta a las familias de los cortadores.
Son hombres que, para ganar el equivalente a 500 dólares mensuales, soportan una migración temporal y un trabajo que exige brazos fuertes y hábiles con el machete.
El envejecimiento precoz es la huella más visible de las múltiples y agotadoras tareas que realizan las mujeres de Banco de Setúbal, una comunidad rural del municipio de Araçuaí, ubicado en el norte del suroriental estado de Minas Gerais.
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Casi todas sus 38 familias aportan mano de obra a la poderosa y lejana industria de la cañicultura de São Paulo.
La agricultura local "sólo produce alguna cosecha cuando llueve, hace tres años se perdió todo y el año pasado se pudo sembrar muy poco" y por eso los hombres tienen que irse al encuentro de la caña, explicó a IPS Maria dos Santos.
Araçuaí forma parte del Valle del Jequitinhonha, considerado ya parte del semiárido Nordeste brasileño, azotado por frecuentes sequías.
"Yo cuidaba todo, la siembra de maíz, frijoles y arroz, sola, en la labranza todo el día", acotó Dos Santos, un ejemplo de las mujeres que crían a los hijos solitariamente y sustituyen el marido en el cultivo, el transporte y la venta de la cosecha.
Dos Santos, como muchas otras, fue largo tiempo "solución de todas las cosas del hogar", acumulando tareas tradicionalmente masculinas.
Muchas veces tuvo que realizar embarazada esa montaña de tareas. Es un problema añadido de las mujeres de Banco de Setúbal y otras comunidades proveedoras de cortadores de caña y donde la mayoría de los bebés nacen al final del año.
Además del esfuerzo físico, "queda el corazón malo por la tristeza, el llanto, la nostalgia", lamentó la mujer de 50 años, que siempre vivió en Araçuaí y ya tiene dos hijos casados y dos nietos. También su padre migraba al interior de São Paulo para cosechar banano, recordó.
Banco de Setúbal dista 18 kilómetros de la ciudad de Araçuaí, cuya población urbana también sale a cortar caña.
VIUDAS INTERMITENTES
La ciudad, de 36.000 habitantes, es conocida como la tierra de "las viudas de maridos vivos". Miles de hombres abandonan a sus familias entre febrero y abril para cortar caña.
"Vuelven enfermos, pierden la salud a causa del polvo, el humo y la ceniza", señaló Dos Santos. Son los efectos del incendio provocado de los cañaverales para quemar la paja que enlentece el corte, con graves consecuencias ambientales en el entorno del monocultivo.
En diciembre, las filas kilométricas de autobuses en el acceso a Araçuaí son la señal de que los hombres retornan, muchos con motocicletas recién adquiridas con los ingresos obtenidos, que también sirven para dinamizar el comercio local.
"Las motos son el sueño de los jóvenes y las quieren potentes, porque aumentan su posibilidad de conquistar enamoradas", según Viviane Neiva, coordinadora del Proyecto Camino de las Aguas, impulsado por el no gubernamental Centro Popular de Cultura y Desarrollo (CPCD) para proteger el ambiente rural, especialmente los ríos.
Muchas mujeres aprendieron a conducirlas ante la falta de otro transporte, sobre todo en el campo, acotó.
La migración definitiva no es usual en Araçuaí, pese a la carencia de fuentes de empleo. "Acá es demasiado bueno, mejor sólo el cielo", justificó Ornelino de Souza, que hizo reír por su énfasis en una reunión comunitaria en la que participó IPS y donde era uno de los pocos hombres.
Antonia Neusa dos Santos, de 52 años, dos hijas y un hijo, migró joven a la ciudad de São Paulo, donde sobrevivió como trabajadora doméstica y se casó, paradójicamente, con otro vecino de Araçuaí.
Doce años atrás volvieron "para siempre" a su tierra. "No me sentía parte de São Paulo, allá todo es bonito, cómodo, pero no me gusta", explicó a IPS. Además "estoy muy vinculada a la naturaleza, me siento mejor acá", sostuvo.
Pero el marido y el hijo no escaparon al lejano trabajo temporal. "Tenemos poca tierra, solo unas cuatro hectáreas", justificó Antonia dos Santos.
Le alivia saber que ahora la caña se corta con más seguridad y equipos de protección que permiten a los dos "regresar bien de salud". El marido, que "no sé cómo aguanta fumando tanto", sólo ha sufrido percances menores.
Opinó que la "única solución" para retener a las personas en Banco de Setúbal sería una fábrica de ropa, porque generaría muchos empleos, especialmente femeninos. "Cada camisa necesita de varias mujeres para coser sus partes", arguyó.
Ornelino de Souza buscó otro camino. Con 50 años y cuatro hijos, tuvo que dejar la caña porque "me enfermé de la columna".
Entonces, decidió cosechar banano en sus tierras, gracias a "la bendición de Dios" de contar con agua de un riachuelo cercano a su pequeña finca. Una plaga casi destruyó la primera siembra, pero el banco condonó su deuda y pudo sostenerse con la "débil producción".
Sus hijos están a la búsqueda de caña y el mayor ha sido cortador. Pero este año no repitió porque "cuando el sol calienta le sangra la nariz, y lo primero es la salud", sentenció.
UNA COOPERATIVA PARA QUEDARSE
En la vecina comunidad Alfredo Graça, sus 21 familias crearon una cooperativa para producir maíz, frijoles, mandioca (yuca) y hortalizas, que venden en la feria de Araçuaí.
Como resultado, la mayoría de los hombres locales dejaron de migrar. Sólo cortan la caña que producen para hacer raspadura, una golosina de azúcar sin procesar.
José Claudio Francisco, sin embargo, se aprestaba a tomar el bus para Campos, al norte de Rio de Janeiro, para cortar caña durante "seis o siete meses". Las tierras en Banco de Setúbal nada producen sin "regración", dijo en la manera campesina local de referirse a irrigación. Pero el agua escasea, destacó.
Con cinco hijos pequeños, el mayor de siete años, Francisco teme la mecanización. En el estado de São Paulo, el mayor productor de caña en Brasil, la industria del azúcar y el alcohol asumió el compromiso de mecanizar toda la cosecha antes de 2017, para eliminar los incendios de cañaverales. La presión ambiental trata de acortar el plazo.
"Estaremos rajados" si cumplen la meta, reconoció Francisco, sin perspectivas de otro tipo de empleo en el futuro.
El sector de la caña representa 7,5 por ciento del producto interno bruto (PIB) de Brasil, unos 68.000 millones de dólares, y 27 por ciento del PIB agrícola. Al mismo tiempo, genera 800.000 empleos directos, buena parte cortadores reclutados en las áreas más pobres del país.
Los niños sufren a su manera la ausencia paterna. Pierden la referencia de los padres, "no los reconocen cuando vuelven a la casa, los rechazan y lloran" ante los intentos de acercamiento, señaló Edilucia Borges, coordinadora de atención preescolar del CPCD, que actúa en educación, ambiente y desarrollo en Araçuaí y otras ciudades de Minas Gerais.
Para mitigar el alejamiento de los padres y mantener sus lazos afectivos con los hijos, el CPDC desarrolló el Proyecto de las Cartas, que promueve el intercambio de misivas, fotos y cintas de audio. Así, el padre "no parecerá tan extraño para los niños al regresar", explicó.
Pese al alejamiento durante la mayor parte del año, las familias de Banco de Setúbal son estables, no hay casos de separación, ni cuando se conoce el adulterio por parte de los cortadores, aseguró Lina Barreto, cuyo marido fue muchas veces a la caña, pero se quedaba fuera "solo tres o cuatro meses" al año.
Desde hace tres años la familia no se separa, porque consiguió otras fuentes de ingreso. Una molienda que produce harina de mandioca, la construcción de cisternas para recoger agua de lluvia, un huerto orgánico y la siembra de arroz y frijoles producen dinero suficiente. Además, tres de los cinco hijos ya son independientes.