CANADA: TRAS LOS PASOS DE OBAMA

Apenas Barack Obama tomó posesión, su primer viaje fue para saludar a su colega, el primer ministro de Canadá Stephen Harper, en la frígida Ottawa. Como una prueba más de las prioridades de Washington en política exterior, mientras América Latina es inestable en sus lealtades y cada vez más diversa políticamente, en plena cresta neopopulista, Canadá es el aliado con el que siempre se puede contar. Al norte de la frontera desmilitarizada más larga del mundo. que se extiende por un sinuoso paralelo desde Terranova a Vancouver, cruzando cuatro husos horarios, Estados Unidos es la realidad insoslayable, incómoda y confortable a la vez.

De ahí que para ningún político canadiense sea fácil abstraerse de la presencia sofocante del vecino elefante, y al mismo tiempo deba mantener el vínculo sutilmente. En común con América Latina y cada una de sus piezas estatales, Canadá sufre de una identidad nacional inacabada. Al igual que sucesivas generaciones de pensadores latinoamericanos, que se han dedicado durante dos siglos a dibujar el perfil de sus países, son millones los canadienses que se hacen una pregunta fundamental cada mañana: ¿Qué es Canadá?

Los latinoamericanos se atormentan con una elusiva inspección: ¿en qué momento se malogró [eufemismo] el país?, como dice un personaje de Conversación en La Catedral, de Mario Vargas Llosa. Los canadienses indagan cómo pueden seguir siendo diferentes de los estadounidenses y al mismo tiempo sublimar su elusiva esencia. Esa búsqueda los convierte en taciturnos, en contraste con sus vecinos, innatamente optimistas. Canadá es, paradójicamente, más progresista y socializante que su vecino, pero conservador de su personalidad. Mientras el gobierno ideal en Estados Unidos es (en épocas de vacas gordas) el que se nota menos, en Canadá se aprecia su presencia. Washington tiene el triple lema de “vida, libertad y búsqueda de la felicidad”; Ottawa se cimenta en un anhelo de “Paz, orden y buen gobierno”.

Mientras Estados Unidos ha mantenido tozudamente su consigna de construcción nacional basada en el crisol (melting pot), Canadá ha apostado sistemáticamente por el “mosaico” y por la “multiculturalidad”. La fusión de razas y orígenes deja mucho que desear en Estados Unidos; la multiculturalidad se ve como una amenaza para cimentar las esencias democráticas de Canadá. La diferencia en Estados Unidos se traduce en marginación y escandalosos desniveles económicos; el respeto por la especificidad original se teme derive a la consolidación de ghettos en las ciudades canadienses.

El actual dominio conservador en Ottawa no contenta a la izquierda moderada ni al hecho diferencial de Quebec. Los desafíos de Canadá internamente y en su posición internacional necesitan superar la rutina, según el credo del nuevo líder del Partido Liberal, Michael Ignatieff. Su tarea no será fácil.

De momento cuenta con su elección unánime el 2 de mayo en la convención celebrada en Vancouver y un cierto aire fresco que lo distingue del resto de los políticos canadienses, pero no se sabe bien todavía si con positiva ventaja. Ignatieff se ha pasado la mayor parte de su vida adulta en el extranjero. Fue corresponsal e investigador en Europa y ocupó cargos académicos en Harvard. Es autor de novelas y de un número notable de libros eruditos y de sutil interpretación de la escena mundial, derechos humanos, el drama de Yugoslavia, teoría y práctica del nacionalismo, la “excepcionalidad” de Estados Unidos y la historia canadiense. Este curriculum intelectual, desde Woodrow Wilson, lo descalificaría para ser presidente de Estados Unidos; en la América Latina anterior al descalabro de Vargas Llosa ante Alberto Fujimori en las elecciones de 1990, el historial le daría una seria ventaja.

Defensor a ultranza del nacionalismo cívico de opción, contra el cultural étnico, Ignatieff se muestra en desacuerdo con su tío George Grant, autor del clásico A Lament for Canada, en el que se condena el abandono de la lealtad hacia Gran Bretaña y la oscilación hacia Estados Unidos. El líder liberal tozudamente aboga (en True Patriot Love) por la apertura, reflejada en su doble rama genealógica (británica y rusa). Pero, según sus críticos, todavía su mensaje no ha llegado a los votantes, aparte de usar sutilmente el lema del “sí, podemos” y unas imágenes de Obama. La aureola de Kennedy también se nota.

De celebrarse las elecciones hoy, Ignatieff sería primer ministro. Los conservadores han visto cómo las inclinaciones de los electores han descendido en un año de un 45% a meramente el 30%, mientras los liberales han subido del 25% al 36%; el resto se lo reparten el Nuevo Partido Democrático (a la izquierda del liberal) con 15%, y el bloque quebequense y los verdes con aproximadamente el 10% cada uno. Depende, por tanto, de la factibilidad de formar gobierno minoritario o de forjar una coalición con uno de los demás grupos, que Ignatieff pueda conquistar el timón de Ottawa. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Joaquín Roy es Catedrático ‘Jean Monnet’ y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu).

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