«Otro premio… vamos a comprar helados para celebrar», dijo la madre, y los muchachos saltaron para calzarse los zapatos e ir por la recompensa mientras la televisión en la diminuta sala de su vivienda aún daba cuenta del agasajo en la OEA a la venezolana Orquesta Sinfónica de la Juventud Simón Bolívar.
La OEA (Organización de Estados Americanos) recibió en Washington, por segunda vez en 14 años, a la élite del "sistema", como se conoce en este país de 28 millones de habitantes a la red de orquestas juveniles e infantiles que desde 1975 ha reclutado a medio millón de muchachas y muchachos para luchar, música mediante, contra el ocio y la pobreza.
Para Gladys y Víctor Jiménez es otro premio, que esta vez celebran con helados para sus hijos, Héctor y Génesis, de 14 y 11 años, y quienes desde el final de la escuela preparatoria acuden a la orquesta infantil formada en la parroquia San Pedro, al sur de Caracas, para arrancar sonidos a violines y clarinetes.
"Ha sido una maravilla, porque les ha ayudado a ser aplicados en los estudios y disciplinados con sus cosas. Van a ser personas de bien, con confianza en lo que son y pueden hacer", confía a IPS Gladys, hoy conserje en un pequeño edificio de la parroquia. Los 180 jóvenes músicos que hace unos años eran como Héctor o Génesis cosecharon prolongados aplausos de pie por los 2.600 asistentes al Centro John F. Kennedy para las Artes Escénicas, de Washington, donde la OEA organizó un concierto y un homenaje a esta ya longeva iniciativa venezolana.
"La música orquestal es por esencia un hecho participativo que requiere trabajo en equipo por un objetivo común, que convierte a sus participantes en individuos sensibles por el otro, algo esencial para la democracia", dijo el chileno José Miguel Insulza, secretario general de la OEA.
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El concierto se inició con "Música para la realeza", del angloalemán Georg Haendel, y cerró con "Alma Llanera", el "segundo himno nacional" de Venezuela, de Pedro Elías Gutiérrez, y en medio hizo delirar al público con otras piezas del mismo Haendel, del italiano Giuseppe Verdi, del ruso Ígor Stravinsky, el "Malambo", del argentino Alberto Ginastera, o "West Side Story", del estadounidense Leonard Bernstein.
Dirigió Gustavo Dudamel, la estrella venezolana de la batuta de 27 años, director de la Filarmónica de Los Ángeles (Estados Unidos) y quien, 14 años atrás, acudió como violinista al primer concierto de la Simón Bolívar en ese Centro Kennedy.
Insulza entregó un juego de banderas del hemisferio y una placa de la OEA como reconocimiento a José Antonio Abreu, el creador del sistema de orquestas juveniles e infantiles que comenzó reuniendo 11 muchachos para ensayos con instrumentos en un estacionamiento subterráneo.
Al día siguiente había 25, luego 46, después 75 y ahora la red se ha expandido por el hemisferio, pues 24 países han adoptado el sistema de orquestas infantiles y juveniles, incluido Cuba, que está suspendida del foro continental desde comienzos de los años 60.
La propia OEA estableció desde 2000 una Orquesta Juvenil de las Américas, y actualmente promueve un programa de "orquestas para jóvenes en riesgo en el Caribe".
Inspirada en el sistema, la Corporación Andina de Fomento, brazo financiero de la Comunidad Andina de Naciones (Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú), impulsó en esa región un sistema de coros juveniles.
"Las orquestas juveniles e infantiles son modelo y escuela insuperable de vida social. Para jóvenes y niños, hacer música implica convivir entrañablemente en ánimo de perfección y afán de excelencia, en rigurosa disciplina de concertación, sincronía y armonía", comentó Abreu al recibir el homenaje de la OEA.
Tiempo atrás, en una conversación con IPS, Abreu destacó que "cometería un error quien viese a este sistema como un programa meramente artístico o cultural". "Es un programa contra la exclusión, la pobreza y por el desarrollo humano, que es una meta del Estado venezolano y de la comunidad internacional", apuntó.
"La pobreza significa soledad, tristeza y anonimato. La orquesta es alegría, motivación, trabajo en equipo. Para la mayoría de los muchachos con los que trabajamos es un camino para un destino social digno", argumentó el maestro.
A Gladys Jiménez, que cobra un salario mínimo mensual equivalente a 372 dólares más la pequeña vivienda como contraprestación por la conserjería, y a Víctor, a ratos obrero o empleado de mensajería, el hecho de tener sus hijos en la orquesta "les muestra un camino de superación más allá de las letras y números que aprenden en la escuela, y que les será muy útil".
Otros muchachos han dado saltos aún mayores, como por ejemplo Lerner Acosta, clarinetista y profesor en la orquesta regional de Caracas, quien cargaba con nueve detenciones por robo y drogas antes de que el sistema le ofreciera un instrumento.
"Pensé que estaban bromeando. Nadie confiaría en que un muchacho como yo no robaría un clarinete como éste. Pero así fue", contó Acosta a periodistas.
Un caso emblemático es el de Edicson Ruiz, hoy a sus casi 24 años el contrabajista más joven en la historia de la Filarmónica de Berlín, pero quien a la edad de nueve trabajaba medio día empacando compras en un supermercado para ayudar al escaso salario de su madre.
El sistema está lleno de historias similares. Seis de ellas fueron recogidas en "Tocar y luchar", un largometraje documental del cineasta Alberto Arvelo, él mismo músico de una de esas orquestas en su adolescencia.
La película "Maroa", de la realizadora Solveig Hoogesteijn, cuenta cómo una niña se salva de la delincuencia al ingresar en una de las orquestas. Son historias que se han trocado en arrobadores espectáculos en escenarios de varios continentes, comenzando por éste donde nació y que ahora, complacido, de nuevo aplaude.