«Desde el biberón se tiene que aprender que las mujeres tienen derecho a la participación política en forma exactamente igual a los varones», aseguró a IPS Gladys Acosta, jefa de Unifem para América Latina y el Caribe, para quien la política es la llave que abre todas las puertas a la igualdad.
Abogada y socióloga, la peruana Acosta es una activista de los derechos de la mujer desde los años 70 y hasta asumir a fines de 2008 su cargo en el Unifem (Fondo de las Naciones Unidas para la Mujer) fue durante una década representante del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia en diferentes países.
Acosta cree que el acceso a la educación es el mayor logro de las mujeres latinoamericanas, pero que se enturbia por la desigualdad en el trabajo.
Sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio y los compromisos adquiridos por la región para 2015, lo peor es la alta mortalidad materna, mientras que en la erradicación de la mortalidad infantil se dieron pasos de gigante, dijo Acosta.
En entrevista con IPS, durante una visita a Venezuela, Acosta analizó además el avance en el tercer objetivo, el de equidad de género y el empoderamiento de las mujeres.
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IPS: Desde los años 70, la comunidad internacional comenzó a enfrentar la discriminación hacia la mujer, ¿qué se aprendió en estas tres décadas?
GLADYS ACOSTA: Después de 30 años tenemos claro por donde van las cosas, el análisis debe seguir, pero lo que se sabe basta para actuar. Y lo que se sabe es que se necesitan acciones sistémicas, porque la discriminación es sistémica.
Las acciones aisladas no rompen el fenómeno de la discriminación, no sirve, por ejemplo enfocarse sólo en el tema de la violencia contra la mujer y no cuidar su inserción en la educación, su acceso a los servicios de salud, a la política, el logro de los estándares laborales que le corresponden.
La discriminación tiene inercia propia, lo que se produce si no se hace nada es discriminación.
IPS: En América Latina, ¿en qué avanzaron más las mujeres?
GA: Indiscutiblemente en educación. La ola democratizadora que puso fin a las dictaduras militares en América Latina favoreció una masiva inserción de las mujeres en la educación. Es más, ya estamos en riesgo de ser más mujeres que hombres en el sistema educativo.
El problema ahora es el del trabajo. Las mujeres tienen aún salarios muy por debajo de sus capacidades y aportes.
Prevalece la idea de que el salario de la mujer es complementario al del varón, cuando la realidad muestra que las mujeres jefas de hogar son ya 30 por ciento en la región y, además, hay jefas de hogar aún teniendo marido.
Las mujeres tienen que ser consideras una fuerza de trabajo igual al varón en todo, desmontando barreras visibles e invisibles. Pero en éste y en otros campos la realidad se ve distorsionada por estereotipos y, por tanto, se aplican soluciones inadecuadas.
IPS: ¿Un ejemplo de esa percepción anacrónica en el campo laboral?
GA: La migración. Se sigue percibiendo como masculina, cuando se ha feminizado y las mujeres migrantes bordean 50 por ciento del total. Y es una migración de alta calificación. No es verdad que sea de empleadas domésticas, por ejemplo, lo que sucede es que en el país de destino hacen muchas veces un trabajo muy por debajo de su calificación.
El resultado es que los países pierden fuerza educada, que podría hacer un gran aporte laboral y termina en otro país y en un trabajo mejor remunerado pero menos calificado.
Se pierde la inversión hecha en esa persona, y es un proceso particular de género. Por supuesto, también se produce la fuga de talentos de los varones, pero en el caso de las mujeres, éstas acababan de llegar al sistema educativo y laboral y ya se van.
En Unifem evaluamos que el fenómeno de la migración femenina tiene que ver con una no rendición de cuentas en la política laboral porque si hubiera una política laboral de retención de las mujeres educadas, éstas no se irían.
IPS: ¿Sigue habiendo muchos fallos en las políticas de los estados latinoamericanos a favor de las mujeres?
Hay un montón de vacíos, porque no se hace lo que se tiene que hacer, no se da seguimiento a lo que se debe y las autoridades no se hacen responsables de que se cumpla la ley.
La política pública sigue siendo asistencial y no social, y eso es muy notorio en momentos de crisis como el actual. Hay que fortalecer la salud, la educación o el trabajo y la política asistencial debe ser para segmentos y momentos muy particulares. Pero si hay una visión de la mujer como sector vulnerable, la política va a ser errónea.
IPS: Usted insiste en el papel retroalimentador de la ampliación de los derechos femeninos.
GA: Claro, porque impulsar los derechos de las mujeres tiene un efecto transversal positivo sobre todos los demás derechos y eso es así también con los Objetivos del Milenio.
No es posible defender los derechos de la infancia sin defender los derechos de las mujeres en sí mismos, porque una mujer sin conciencia clara de sus derechos no va a poder defender bien los de sus hijos.
En desnutrición infantil está clarísimo, las mujeres con más información y mayor nivel educativo saben mejor qué deben comer. Las mujeres más educadas cuidan mejor de sus hijos.
En la mortalidad materna, si se cruza el nivel educativo de la madre con este indicador, resulta claro que mueren más las que están menos informadas.
Hay una correlación de fenómenos que provoca que el avance de las mujeres, el mayor cuidado de las niñas y adolescentes, su mayor formación e información para tomar decisiones en sus vidas, todo eso se refleje en una política muchísimo mayor.
La política es un poco ciega, se necesita una mejor visión de Estado de lo que está pasando con la población femenina, que es una fuerza superdinámica y super dinamizadora.
IPS: ¿La participación política femenina podrá corregir esa miopía?
GA: La participación política es un tema central. Desde el colegio y mejor desde el biberón se tiene que aprender que las mujeres tienen derecho a la participación política en forma exactamente igual a los varones. Y las mujeres tienen que tener claro que la participación política es una llave, es la llave de la voz, es una llave de la ciudadanía.
Hay que hacer varias cosas al mismo tiempo. Hay que hacer las leyes sobre violencia, porque ese es realmente un obstáculo enorme para la participación política, para el desarrollo y para la persona humana.
Pero, al mismo tiempo, hay que avanzar en que las mujeres tengan más voz en la política, porque es donde se toman las decisiones, y tiene que ser en todo tipo de los niveles del Estado, tiene que ser en el Ejecutivo, en el Judicial, en donde se hacen las reglas electorales, en todos lados.
Es un grupo muy pequeño el que accede al poder político. La mujer cuenta ya con una masa crítica suficiente para acelerar sus derechos y el mayor acelerador es la política. Su presencia en el poder político es esencial.
IPS: ¿Las leyes de cuotas son el instrumento adecuado para forzar esa presencia?
GA: La ley de cuotas es una acción afirmativa, es temporal, y a los varones que se ponen tan nerviosos con las cuotas hay que decirles eso: el día que se alcance la paridad se acabaron las cuotas.
El problema mayor es que el avance es muy lento. A este ritmo, se necesitarían como 40 años para llegar a la zona de paridad. Hay que buscar aceleradores y las leyes de cuotas lo son.
IPS: ¿Cuál es el papel de los hombres en la conquista de la igualdad entre géneros?
GA: Fundamental. Se requiere la participación de los varones para desmontar la inequidad de género, tanto a nivel de grandes políticas, como en la sociedad y en el hogar.
Hay que modificar los patrones y cambiar el chip. Una mujer y su pareja, ambos trabajando y ambos educados, no hay ningún motivo para que sea ella quien asuma sola las tareas de la casa.
Se trata de compartir roles y eso no pasa aún en ninguna parte del mundo. El hombre colabora, no comparte, y eso es peor cuanto más se desciende en la escala social.
Mujeres en sectores populares tienen que asegurar la comida y hacerla, ocuparse del vestido, cuidar a sus hijos y la casa, traer la plata (dinero). El desgaste es enorme para ella y más aún cuando se ha dejado a las familias tareas que son propias del Estado.
IPS: Sobre las metas del milenio, y en particular respecto a la equidad de género, ¿en qué va peor la región y en qué mejor?
GA: Hay países que van a alcanzar metas importantes. Pero una meta que está muy difícil es la de la mortalidad materna.
El promedio de la región es de 130 mujeres muertas por cada 100.000 nacidos vivos. Pero en Europa y en los países desarrollados es de nueve. Es una brecha enorme.
La meta para 2015 son reducciones drásticas, pero muchos países no van a lograrlo porque si la discriminación tiene inercia, la mortalidad materna tiene una inercia tremenda.
La razón es que se basa en el prejuicio. La maternidad se ve como un hecho natural y las muertes en el parto, por haber sido tantas, también se perciben como naturales.
Hay que seguir muy de cerca lo que va a pasar con la mortalidad materna, porque afecta mucho a países como Guatemala, donde 70 por ciento de los partos se realizan en viviendas, pero también a otros como Argentina, en que 95 por ciento de los partos suceden dentro del sistema de salud.
Hay que volver a dar prioridad a la política pública materna. Bolivia y Ecuador han dado ejemplo al incorporar el seguro de maternidad gratuito. Basta que estés embarazada para que te tengan que atender. Así debe ser, no puede ocurrir que la atención de la maternidad dependa de un pago.
Se ha avanzado más en mortalidad infantil, que no ha sido totalmente vencida, pero los pasos han sido de gigante y se ha invertido mucho más en ello.
IPS: ¿Los medios de comunicación tradicionales reflejan el creciente papel de actoras, de protagonistas femeninas en la sociedad?
GA: No, los medios masivos no han hecho el cambio que tienen que hacer, su agenda está muy articulada en lo comercial y con muchos estereotipos. Un ejemplo, todo lo vinculado a la violencia contra la mujer es crónica roja. Tienen que descubrir que hay una potencialidad en un mercado de mujeres pensantes que exigen otra oferta.
Hasta la moda ha sido más rápida en hacer suya la idea de la liberación de las mujeres y las ha hecho más libres en su vestimenta. Los medios, en cambio, siguen atados a estereotipos. No ven la mujer sino con roles muy específicos y de víctima o de malvada.