La inyección de 1,1 billones de dólares al Fondo Monetario Internacional, anunciada por el Grupo de los 20 (G-20) países ricos y emergentes en Londres esta semana, podría resultar más dolorosa que curativa para las economías en desarrollo.
En 2005, el Grupo de los Ocho (G-8) países más poderosos reunidos en Gleneagles, Escocia, comprometieron 50.000 millones de dólares a la asistencia. Una mitad sería para África y la otra para el resto del mundo en desarrollo. Entonces, la suma ya parecía muy abultada.
Eso ocurrió cuando la palabra "recesión" estaba enterrada en el diccionario, los gobiernos y las empresas estaban en una buena situación, y muchas de las cifras financieras eran infladas por los malabarismos financieros a los que nadie controlaba y por una deuda que podía pagarse.
¿Cómo podía irle mal a este club de la riqueza y el poder?
El problema con el dinero es que lo que se piensa sobre él puede ser real o no. Se vuelve real cuando uno lo necesita para pagar. Ni África ni los otros países en desarrollo vieron siquiera una fracción decente de esos 50.000 millones de dólares.
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El gobierno británico, alentado por una exhibición pública de moralidad mayor provocada por las estrellas del rock Bob Geldof y Bono, hizo los anuncios.
En las semanas y meses que siguieron, los británicos cumplieron su parte del compromiso, tal como fue interpretado por el gobierno. Los otros músicos de la banda permanecieron en silencio.
Si en los días de bonanza los ricos no pudieron entregar 50.000 millones, ¿quién en los tiempos malos entregará 1,1 billones? Si es que pueden hallarlos.
Y es que en la cumbre del G-20, celebrada el jueves en Londres, se anunció que el Fondo Monetario Internacional (FMI) recibirá un paquete de 1,1 billones de dólares para aceitar el financiamiento al comercio y los bancos regionales de desarrollo.
De esta suma, 500.000 millones procederán de los miembros del G-20. La Unión Europea, Estados Unidos y Japón aportarán 100.000 millones cada uno, y China 40.000 millones. Se prevé que el resto aparecerá en algún lado.
"En Gleneagles los países ricos contaron la cancelación de la deuda como una parte de la asistencia. El dinero de la asistencia se contabiliza con todo tipo de manipulaciones", dijo a IPS Kumi Naidoo, copresidente del Llamado Mundial a la Acción Contra la Pobreza (GCAP, por sus siglas en inglés).
Pero de un modo u otro, después de eso la asistencia se redujo. La reunión del G-8 de 2005 había comprometido una suma significativamente menor, y "después de eso hubo una reducción en la asistencia de países como Italia y Canadá", sostuvo Naidoo.
Esta vez, no se habla del más de billón de dólares como si fuera un paquete de asistencia. Pero lo rodea una buena retórica que incluye la ayuda a los pobres y a las economías en dificultades. Considerando que no hay una economía que no esté en dificultades, ese dinero es para todos.
Pero el FMI también emitirá "derechos especiales de giro" por 250.000 millones de dólares, es decir, una especie de moneda de préstamo propia del organismo multilateral. El objetivo es apoyar el comercio de los países más pobres, pero este compromiso no convence al GCAP.
Según Naidoo, se vuelve a confiar demasiado en el FMI y el Banco Mundial como canales de distribución.
"Y, en cualquier caso, mientras se promete este dinero para facilitar el comercio, muy pocos países en desarrollo implementan las facilidades de créditos para la exportación que les podrían ayudar a aprovechar esto. Esto beneficiará al Norte más que al Sur", agregó.
Sobre la reducción de los desequilibrios, no hay ningún compromiso en absoluto. Es decir que la Ronda de Doha de negociaciones multilaterales de comercio no se transformaría en una "ronda de desarrollo", como es su denominación oficial.
Este proceso sigue estancado porque los principales países en desarrollo bloquean las gestiones de Estados Unidos y la Unión Europea por la reducción de aranceles sin comprometerse, por su parte, a reducir los subsidios a la producción.
"La Unión Europea, Estados Unidos y Japón están actuando en su propio interés", dijo Naidoo. "Ellos han violado completamente la ronda de desarrollo de Doha. A menos que el sistema comercial sea justo, las industrias en muchos países en desarrollo simplemente pueden" dejar de funcionar, señaló.
A muchos activistas les preocupa que la declaración del G-20 no incluyera un compromiso a la justa distribución del dinero adicional que supuestamente se dispondrá.
"Damos bienvenida a los 1,1 billones de dólares para la recuperación económica mundial", dijo Duncan Green, portavoz de Oxfam, en un comunicado. "Pero debemos asegurar que los países pobres obtengan su cuota parte, que Uganda se beneficie igual que Ucrania."
Oxfam también expresó su preocupación por el hecho de que el FMI haya sido nombrado como distribuidor del nuevo dinero.
"Tenemos profundas preocupaciones sobre cuán central se ha vuelto el FMI en esta crisis. El Fondo recibió un cheque en blanco, pero su reforma sigue sin ser más que una promesa", dijo Green.
"El nuevo orden mundial (anunciado por el primer ministro británico) Gordon Brown debe funcionar para 192 países, y no sólo para ocho o 20", sostuvo.