En medio de la polémica continúan las obras del primer muro con el cual el gobierno del estado brasileño de Río de Janeiro quiere evitar la expansión de las favelas sobre los restos del Bosque Atlántico. Se trata de una pared impenetrable, pero con varios agujeros sociales, según sus críticos.
Llegar hasta la muralla no es fácil para quien no tiene el entrenamiento físico de los habitantes de las favelas, acostumbrados a subir y bajar varias veces por día las callejuelas talladas en las escarpadas laderas de los "morros" o cerros cariocas. Tampoco es fácil para quien no conoce, como ellos, los laberintos muchas veces oscuros y sin ventilación, que comunican entre sí las viviendas de estos barrios hacinados.
Pero es difícil perderse aun no conociendo el terreno. El "muro ecológico" se ha convertido en una suerte de destino periodístico obligado en Río desde que se inició a fines de marzo su construcción. Antes de abrir la boca, los atentos y solícitos habitantes de la favela de Santa Marta, como es habitual en la mayoría de los vecinos de estas comunidades, indican con lujo de detalles y señas cómo llegar.
Ellos lo hacen serpenteando con gracia por los senderos, esta periodista lo consigue con la lengua afuera, intentando mantener la dignidad y el hilo de voz para la pregunta, en aras de ser testigo de la construcción de los primeros metros del ya famoso muro.
Muro de Berlín o de Palestina, como lo calificó en su blog el escritor portugués José Saramago, o muro entre Estados Unidos y México, uno de los tantos apodos que recibió esta pared que se extenderá en distintos tramos por 11 kilómetros, según el plan del gobierno, que planifica llegar a fin de año abarcando a 19 favelas cariocas.
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El director de la Empresa de Obras Públicas del Estado de Río de Janeiro, Icaro Moreno, dijo a IPS que se trata de una contención ambiental para evitar más deforestación en la ya devastado Bosque Atlántico, un ecosistema que ocupaba buena parte de la costa brasileña sobre el océano y que ya perdió 93 por ciento de su superficie.
"El límite era virtual y ahora es físico. Como nuestra casa cuando compramos un terreno y lo delimitamos a través de muros para indicar 'esto de aquí es mi parte'. Lo que el Estado hizo es decir: si lo atraviesas o quiebras, estarás infringiendo el patrimonio publico", ilustra el funcionario.
Pero Nandson Ribeiro, un técnico en informática que vive en Santa Marta, ve el muro como una "jaula".
Abajo, "la policía vigila el lugar constantemente", desde que el gobierno estadual de Sergio Cabral ocupó la favela con represión, pero también con obras sociales, para erradicar la violencia del narcotráfico. "Del otro lado está el muro. Y más allá la selva", dice Ribeiro trazando los nuevos limites geográficos de su comunidad. Cuando llegamos al último confín de Santa Marta, el muro visto de cerca no supera ni reduce las expectativas. Es simplemente una pared de tres metros de altura entre el bosque y las casas de ladrillos sin revocar, las más privilegiadas, o de palafitos, que se encaraman peligrosamente sobre el inclinado y desparejo terreno.
Ésa es precisamente, según el gobierno, otra de las razones de la construcción del muro, indicó la Secretaría de Obras Públicas del gobierno estadual. Se trata de evitar catástrofes ambientales porque la deforestación y la construcción irregular de viviendas en las laderas han agravado en los últimos años las inundaciones y deslizamientos de tierra y lodo, a menudo con muertes en los lluviosos veranos cariocas.
Pero la obra, que costará unos 18 millones de dólares y es construida con materiales como acero y hormigón, es también un muro de significados.
Para mucha gente de las favelas y analistas sociales, acentuará la idea de segregación entre pobres y ricos.
"Nada de eso", reacciona indignado Moreno. La población "puede entrar y salir libremente. El muro es una forma de protección de la floresta", insiste. Los alarmantes datos de deforestación del Bosque Atlántico contribuyeron al nacimiento de la idea del muro.
Un estudio del Instituto Pereira Passos, de la alcaldía de la ciudad, reveló que la mitad de las 750 favelas de la urbe, habitadas por 1,5 millones de cariocas, duplicaron su tamaño entre 1999 y 2004. El estudio, realizado a partir de imágenes de satélite, reafirma lo que se puede constatar a simple vista.
Sin espacio abierto hacia a donde expandirse, en una ciudad casi cercada entre las selváticas colinas y el mar, las favelas se extendieron sobre las laderas boscosas de los cerros, muchas veces con construcciones sin fiscalización técnica y con dos o más pisos.
La Rocinha, la mayor favela de la ciudad, habitada por unas 200.000 personas y donde se construirá el mayor trecho del muro, es uno de los ejemplos más claros. Las construcciones solo cesaron ante un límite natural como un peñasco.
En Botafogo, barrio de la zona sur, la favela Tabajara atravesó un cerro antes arbolado y creció hasta los límites del cementerio municipal. Otras avanzan como un reguero de cemento y ladrillos sobre áreas de protección ambiental.
Moreno reconoce que lo ideal sería la fiscalización de las construcciones, pero tampoco es fácil, dice, pues en el silencio de la noche y "bajo los árboles" comienza el traslado de materiales, y al día siguiente surge de la nada una nueva vivienda. Sucesivos gobiernos intentaron reforestar las laderas incluyendo a la población de las favelas en esa tarea.
También apelaron a medidas menos populares, como la que comenzó el anterior secretario de Medio Ambiente, Carlos Minc, hoy ministro nacional de la cartera ambiental, derribando ranchos construidos en áreas protegidas, al mismo tiempo que demolía mansiones de ricos, erigidas ilegalmente en lugares similares.
Pero todas las medidas se estrellaron contra una realidad tan dura como el hormigón de este muro: el grave déficit habitacional del país, de casi ocho millones de viviendas, según las estimaciones más conservadoras, las oficiales.
Entre las situaciones más graves están los estados sureños de Río de Janeiro, São Paulo y Minas Gerais, cuyas ricas capitales son las mayores receptoras de inmigrantes pobres del interior de este país, que tiene una población de algo más de 190 millones de personas.
"La alcaldía está intentando hacer un control urbanístico defendiendo el ambiente", reflexiona José Hilario dos Santos, presidente de la Asociación de Moradores de Santa Marta. Pero es tarde, porque "ahora las comunidades crecieron y no tienen dónde vivir", dice a IPS.
Unos días antes de iniciar la construcción del muro, el gobernador Cabral, aliado del presidente Luiz Inácio Lula da Silva con quien instaura planes conjuntos de pacificación y obras sociales y de generación de ingresos en las favelas, anunció un ambicioso programa de vivienda que incluirá a su estado. El "paquete habitacional", con una inversión de 15.400 millones de dólares, tiene como objetivo reducir en 14 por ciento el déficit habitacional del país, construyendo un millón de viviendas hasta 2010.
A esos millones deberían agregarse los del muro, según Dos Santos, "que solo será una contención y Dios sabe hasta dónde".
Para el líder comunitario, el único muro que tendrá efecto es el "social", erigido mediante la inversión de más fondos que los contemplados en planes de vivienda, de cultura, de trabajo, "para sacar a los jóvenes del ocio", de "deportes, para sacarlos de las drogas", de educación y de guarderías.
Apenas un agujero en la pared, para mirar al otro lado: el futuro.