Los muros color ocre del Centro Mehwar, en esta localidad del territorio palestino de Cisjordania, protegen a mujeres que huyen de la violencia doméstica y del abuso sexual, así como a sus hijos e hijas.
Escondida tras sus gafas y su cabello negro, una muchacha traspasa las puertas de la institución, cuyo nombre completo es Centro Mehwar para la Protección y el Empoderamiento de las Mujeres y sus Familias.
La joven relata su historia sin inmutarse, como si se tratara de la vida de otra persona. Tiene 19 años y desde los siete ha sufrido ataques sexuales de "un familiar influyente", quien le decía que estaban haciendo algo "normal entre un hombre y una mujer".
Ella se sentía aislada de su propia familia tras verse obligada a prometer que no revelaría su "pequeño secreto".
"No sabía qué hacer. Él es muy conocido en nuestra comunidad. Yo no podía hablarle a mi padre, a quien quiero tanto. Y mi madre no me consolaba demasiado. Tenía miedo", dijo.
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El año pasado se enteró de que dos hermanas menores habían sufrido el mismo calvario. Pero ahora estaban casadas, mientras que ella seguía en el hogar paterno, sola e indefensa. Hace dos meses se fue de allí, "sin saber a dónde ir".
Finalmente halló refugio en el Centro Mehwar, en el pueblo palestino de Beit Sahour, sobre una colina al este de la ciudad cisjordana de Belén y con vista al escarpado desierto de Judea.
En esta institución, cuyo nombre significa "el núcleo" en árabe, todos los meses son el Mes de la Mujer.
Najmlmolouk Ibrahim, directora del centro, acaricia suavemente la mejilla de la mujer "sin nombre".
"La policía, agencias relevantes del gobierno u organizaciones no gubernamentales las envían aquí", explica.
"A veces nos descubren por sí mismas. Habitualmente, los refugios son lugares secretos. Nuestro mensaje es claro: éste es un espacio abierto, no solamente para víctimas, sino también para las comunidades donde ellas viven. La violencia no debería ser un secreto. Debe ser tratada", agrega.
Mehwar es el primer centro palestino que brinda respuestas integrales a la violencia doméstica. Allí no sólo se protege física y sexualmente a las mujeres abusadas; también se busca darles poder para que jueguen un rol en la sociedad.
A partir de un fondo de la Oficina de la Cooperación Italiana en Jerusalén, administrado por el Banco Mundial, el Centro ha atendido a 84 mujeres desde su inauguración en febrero de 2007.
Es el primer proyecto piloto de su clase en Medio Oriente, y está abierto a todas las mujeres y niños en situaciones de violencia.
"Vienen a nosotros de todas las condiciones sociales, de familias ricas y pobres, más o menos educadas, de campamentos de refugiados, aldeas y ciudades de Cisjordania", señala Ibrahim.
Las 35 habitaciones del refugio están dispuestas alrededor de un patio, junto a una guardería para niños de la comunidad local, una clínica y una sala de debates que se convierte en espacio de exhibición para sus productos artesanales.
"Somos una plataforma temporaria. Lo ideal es que las mujeres se queden un año, pero somos flexibles", dijo Ibrahim.
La apoya un equipo de calificados trabajadores sociales, orientadores vocacionales y maestros, un médico general, un psicólogo y un abogado experto en derecho de familia.
Un día en la vida de Najmlmolouk es un día en Mehwar. Ella vive cerca de allí con su esposo, el escritor palestino Nasser Ibrahim, y sus dos hijas. Está en el trabajo a las 7.30 de la mañana, y su día transcurre entre reuniones de emergencia, llamadas a colaboradores, contactos con la policía y manejo de amenazas.
"Hay una enorme presión de las familias para que las mujeres 'vuelvan a casa' antes de revelar su historia. Por eso prohibimos las visitas de familiares antes de que ellas tengan la oportunidad de abrirse", señala.
Para infundir un sentido de comunidad, las responsabilidades domésticas en el Centro se comparten de modo equitativo. Hay debates sobre conceptos sociales como el significado de familia, violencia, honor y prostitución.
Las mujeres más traumatizadas hacen psicoterapia, para aprender a "recuperar la confianza en sí mismas y la autoestima, a expresar sus necesidades, a determinar sus habilidades y a definirse sí mismas", detalla Ibrahim.
Hasta hace poco, antes de que el Centro sintiera el golpe de la crisis financiera mundial, se capacitaba a sus huéspedes en destrezas como alfarería, inglés y computación.
"Hemos capacitado a peluqueras, personal médico, costureras y diseñadoras. Algunas mujeres planean continuar sus estudios de medicina. Otras están empleadas como secretarias, cocineras o vendedoras", agrega.
Además, "aspiramos a infundir serenidad a la familia, para que los niños obtengan atención y las mujeres su dignidad. Estudiantes, educadores, padres y médicos visitan el Centro para enseñar y ser enseñados. Intentamos desarrollar procedimientos y políticas de conciencia comunitaria trabajando con el Ministerio de Asuntos Sociales, con oficiales de policía y con jueces", dice.
"Los palestinos solían 'resolver' casos de abusos mediante contactos con los jefes de clanes. Estamos en contra de ese sistema patriarcal. Hacerlos públicos es la mejor protección. Pero nuestras leyes son arcaicas. Así que estamos presionando para establecer un código general, personal, legal y penal contra la violencia, así como para implementarlo. Si no, estaremos atrapados en un círculo vicioso", añade.
Pero hay señales esperanzadoras. Se creó un comité nacional encargado de crear más refugios y mejorar las leyes. Mehwar coopera con una unidad policial especial para la protección de la familia. Una niña solamente puede ser interrogada por una policía mujer. Pero Ibrahim reconoce que se requieren determinación y paciencia.
"Cambiar los patrones de comportamiento lleva tiempo, tal vez una generación. Y los líderes religiosos podrían jugar un papel más positivo, simplemente inculcando valores morales que deberían ser inherentes a las relaciones familiares", sostiene.
Lo mismo ocurre cuando una mujer regresa del refugio a la sociedad. Algunas temen quedarse solas y quieren casarse a cualquier costo para protegerse del riesgo de sufrir nuevos abusos.
"No perdemos el contacto. Ofrecemos asesoramiento externo", destaca Ibrahim.
La mujer que accedió a hablar abiertamente ha comenzado el doloroso proceso de presentar una demanda legal, pero la consume un deseo irrefrenable de castigar al perpetrador de sus tormentos. "¡No es humano, quiero que muera!", exclama.
Sin embargo, el Centro también le ha dado esperanzas. "Aquí me siento segura, aquí no estoy sola. Puedo expresarme y ser oída. Compartimos nuestro dolor. Quiero estudiar y ser médica. Quiero tener éxito", resume.