La caída de los gobiernos débiles de Hungría y República Checa deja dudas sobre el futuro de la reforma económica liberal y la influencia de Estados Unidos, la Unión Europea (UE) y Rusia en Europa central.
Húngaros y checos discuten si sus respectivos próximos gobiernos deben estar integrados por políticos o por especialistas. República Checa fijó las elecciones para octubre.
El 21 de este mes, el primer ministro húngaro Ferenc Gyurcsány dimitió tras reconocer que se había convertido en un obstáculo para la recuperación económica de uno de los países más afectados por la crisis financiera internacional.
Tres días después, el gobierno del primer ministro checo Mirek Topolanek recibió un voto de censura impulsado por diputados de su propia fuerza política, el neoliberal Partido Cívico Democrático.
Ambos gobiernos tenían muy poco apoyo parlamentario. El de Topolanek contaba con una pequeña mayoría y el apoyo de dos ex legisladores de izquierda.
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Los socialistas húngaros y los neoliberales checos impulsaron reformas que fueron rechazadas por la ciudadanía el último año y debilitaron sus sólidos sistemas de bienestar para descontento de sus votantes.
Los últimos acontecimientos revelan un fuerte rechazo a las reformas liberales.
Peter Kreko, analista del Centro Político, con sede en Budapest, dijo a IPS que la crisis obligó a ambos gobiernos a hacer una elección imposible entre inversores y votantes.
"La política popular es tratar de salvar a la sociedad de las consecuencias de la crisis. La que genera mayor oposición es crear una gestión eficiente de la debacle financiera capaz de calmar los mercados. No se pueden hacer las dos al mismo tiempo", explicó.
La dependencia de capitales extranjeros desempeña un papel clave en la falta de apoyo de los gobernantes.
"En esta región, los gobiernos tienen poca capacidad de movimiento. No pueden aumentar el déficit presupuestal, como lo hacen en Europa occidental y Estados Unidos, porque no quieren defraudar a los inversores", apuntó.
Jubilados y funcionarios públicos de Hungría son los que más sufrirán las condiciones impuestas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) para otorgar el préstamo de 20.000 millones de euros (unos 26.500 millones de dólares). República Checa comienza a sentir las consecuencias de la crisis.
Desde la caída de los regímenes socialistas, los ciudadanos de Europa central y oriental ven desvanecerse de forma gradual sus sueños de alcanzar un estilo de vida occidental. A medida que se agota la paciencia, cada vez más personas añoran la seguridad económica del pasado y se enojan por las desigualdades.
"Pocos gobiernos de la región mantienen su popularidad, como Eslovaquia y Polonia, pero es de esperar que la vayan perdiendo a medida que se profundiza la crisis económica y las tensiones sociales aumenten", indicó Kreko.
En la sede de la Comisión Europea, órgano ejecutivo de la UE, en Bruselas, la tensión es visible porque se teme que el vacío de poder en República Checa, que detenta la presidencia rotativa del bloque, dé un papel preponderante a su presidente, Vaclav Klaus, quien no es pro europeo.
El Tratado de Lisboa, sobre la reforma institucional de la UE firmado en 2007 en la capital portuguesa, fue una fuente importante de desacuerdos entre Klaus y el más pragmático Topolanek. El convenio, considerado esencial para el futuro del bloque, aun debe ser aprobado por República Checa e Irlanda.
La moción de censura también fue una vergüenza diplomática para ese país, pues pasó a ser el primer gobierno que dimite mientras preside la UE.
Analistas y funcionarios de Europa del este temen que en el futuro se ponga en duda su capacidad de liderar la UE. Por su parte, el reclamo de los franceses de contar con una autoridad permanente recibe respaldo de las naciones del oeste del bloque de 27 países.
"Será un desastre para la UE si mantiene una presidencia débil", declaró a la prensa el canciller italiano Franco Frattini.
La fresa de la torta la puso el propio Topolanek quien, frente al Parlamento Europeo y en representación de la UE, calificó la inyección de fondos anunciada por el presidente estadounidense Barack Obama para la economía de su país de "camino al infierno", lo que derivó en un escándalo diplomático.
Esa fue otra de las señales del fin del romance entre República Checa y Washington. El gabinete saliente es más entusiasta que el actual gobierno estadounidense respecto de la construcción de un componente del radar del sistema de defensa antimisiles en su territorio.
Lo que parecía seguro con el presidente George W. Bush (2001-2009), ya no lo es tanto con Obama. Los gobernantes checos esperan recibir información al respecto a principios de abril cuando el mandatario estadounidense llegue a Praga en el marco de la cumbre UE-Estados Unidos.
La fuerte oposición de Rusia a la construcción del sistema antimisiles, llevó a Topolanek a declarar que "hubo celebraciones en el Kremlin y en la embajada de ese país en Praga tras la moción de censura" contra su gobierno.
Rusia también espera que el nuevo gobierno checo ponga menos trabas a sus capitales. Muchos funcionarios y algunos medios de comunicación sospechan que las inversiones rusas tengan otros fines.
Pero no todas son buenas noticias para Moscú. El primer ministro húngaro tiene un enfoque amistoso hacia Rusia y acepta de buen grado las inversiones rusas, algunas de las cuales tienen un interés geopolítico importante.
Con Gyurcsány, Rusia y Hungría acordaron el año pasado la construcción de la porción húngara del gasoducto South Stream, que llevaría el fluido ruso hasta Italia sin pasar por Ucrania.
A su vez, la iniciativa puede sabotear el argumento para la construcción del gasoducto Nabucco, que uniría Irán a Europa central, respaldado por la UE, mediante el cual se diversificaría la compra de gas y se disminuiría la dependencia de Rusia.
La derecha húngara, que puede llegar pronto al gobierno, criticó la relación de Gyurcsány con Moscú, pero no queda claro hasta dónde el rechazo no formaba parte de su estrategia política interna.