No se debe cometer el error de minimizar la crisis recesiva mundial, que no podrá ser superada en el año en curso,
que como sabemos será terrible, y que probablemente se extenderá hasta el próximo año 2010. La profundidad y extensión de esta crisis
tendrá consecuencias imprevisibles no sólo, como es obvio, económicas, sino asimismo en los planos de la política y la moral.
En el plano político me preocupan especialmente los efectos negativos que la crisis puede tener en relación al funcionamiento del sistema democrático. La pobreza y la falta de ocupación son malos consejeros. Se propaga un sentimiento de desconfianza y de descreimiento que enfoca sobre todo -pero no solamente- a empresarios y banqueros y que se acrecienta mientras irrumpe una avalancha de bancarrotas y negociados fraudulentos que tienen en común la impunidad y la opacidad.
Aquí, en el Viejo Continente, lo que agrava la situación es que la Comisión Europea está paralizada y no se atreve a tomar iniciativas o a discordar con el parecer de las llamadas "grandes potencias europeas". Estas, a su vez, no logran ponerse de acuerdo acerca de una programación concertada para enfrentar la crisis recesiva. Lo que se verifica es una yuxtaposición de programas. Esto representa una gran impotencia y es lo contrario del proyecto europeo concebido por los Padres Fundadores: un designio de paz, solidario, político, democrático, económico,. social, ambiental y multicultural.
¿Cómo se logrará salir de este impasse? El gobierno britanico ha propuesto una reunión cumbre que será celebrada en Londres el próximo 2 de abril, del G20, en el que participarán, junto a las mayores naciones industrializadas, las mayores naciones emergentes. Las economías de esas veinte naciones suman el 90 por ciento del Producto Bruto Mundial, pero la conferencia se realizará al margen de las Naciones Unidas, como en los tiempos de George W. Bush.
Se supone que la Unión Europea debería presentarse a la cumbre de Londres con una propuesta común y con una sola voz. Sin embargo, la primera ministra alemana, Angela Merkel -que es, entre los líderes del Viejo Continente, quien tiene el más pronunciado sentimiento europeísta- convocó a una reunión, precisamente, para concertar las posiciones con vistas a la cumbre de Londres. Pero en las discusiones sólo participaron los líderes de los siete mayores países de la Unión, que cuenta 27 estados miembro (además del Presidente en ejercicio de la UE Mirek Topolonek, del Presidente de la Comisión Europea José Manuel Durão Barroso y del Presidente del Banco Central Europeo Jean-Claude Trichet).
¿Por qué estaban representados sólo siete países? No tiene sentido. Se trataba de establecer la posición comunitaria, nada menos que sobre la reforma de la arquitectura financiera mundial lo que incluirá, según espero, no sólo dotar de más recursos al Fondo Monetario Internacional sino, sobre todo, de reformularlo,
lo mismo que al Banco Mundial y a la Organización Mundial del Comercio, junto con la fijación de reglas que eliminen o al menos hagan transparentes los
bancos offshore y los paraísos fiscales así como la vigilancia y control de las instituciones financieras y de sus activos "tóxicos", que no son otra cosa que un eufemismo para referirse a una estafa en gran escala. Se debe, asimismo, de disuadir las tentaciones de una deriva proteccionista que, en lugar de ayudar a alejar la recesión, seguramente la empeorarán. Pero la posición común sobre estos asuntos fundamentales aún está por verse.
Acerca de los activos tóxicos, los economistas responsables como los Premio Nobel Joseph Stiglitz y Paul Krugman objetan, justamente, que para eliminarlos y salvar a las instituciones financieras que los emitieron, se utilice dinero de los contribuyentes.
Hay, sin embargo, una noticia alentadora aunque no proviene de Europa sino de los Estados Unidos: la iniciativa de la justicia estadounidense para obtener informaciones de los bancos suizos sobre los norteamericanos poseedores de cuentas que evadieron el fisco y ahora deberán pagar por sus infracciones. Esta es una medida de inmoralidad y al mismo tiempo nos revela como la globalización económica puede significar beneficios siempre que esté orientada por reglas éticas internacionales.
Esta horrenda crisis que estamos padeciendo tiene, inevitablemente, que impulsar cambios y reformas profundas. Es de esperar que la Unión Europea asuma el papel que la corresponde. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Mário Soares, ex Presidente y ex Primer Ministro de Portugal.