En su discurso de asunción, el presidente estadounidense Barack Obama no hizo ninguna referencia directa a la ofensiva de Israel en Gaza, que ya lleva más de tres semanas. Y tampoco mencionó la urgencia de forjar con éxito una paz palestino-israelí.
Pero sí se manifestó contra la línea de las políticas de su predecesor, George W. Bush (2001-2009), en relación a Medio Oriente.
"Nuestro poder por sí solo no puede protegernos, ni nos da el derecho a hacer lo que nos plazca Nuestro poder crece a través de su uso prudente; nuestra seguridad emana de lo justo de nuestra causa", dijo el nuevo jefe de la Casa Blanca.
En una parte de Israel, su mensaje no cayó en oídos sordos. El periódico liberal Haaretz lo internalizó, publicando en un editorial de primera plana: "Precisamente en un momento en que Israel está ebrio de poder tras su operación en Gaza, deberíamos escuchar las sobrias palabras de Obama". Eso va contra la corriente del estado de ánimo público en Israel, endurecido por la guerra.
Pero eso no debería disuadir al presidente estadounidense de dejar en claro su posición.
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La sabiduría convencional indica que un nuevo presidente de Estados Unidos no se lanza de cabeza en el proceso de paz de Medio Oriente. Y también señala que un nuevo presidente espera que los vientos de guerra amainen antes de intentar resolver un conflicto que durante más de seis décadas eludió a los pacificadores estadounidenses.
El 10 de febrero, los israelíes votarán para decidir su rumbo posterior a la guerra y el lugar que ocupará su país en la región.
La sabiduría convencional también dice que no se interfiere en las elecciones de otros estados, y definitivamente no en las de estados amigos.
Y, según la sabiduría convencional, un líder estadounidense solamente logrará promover una paz duradera si asume el rol de mediador honesto.
Identificarse con el sufrimiento de la población que se encuentra en uno de los bandos del conflicto es demasiado fácil. En la tragedia que es el conflicto palestino-israelí uno pronto termina identificándose con el dolor de la otra parte. Y sin resolver nada.
Éste no es momento para empantanarse en justificaciones sobre el derecho de Israel a defender su frontera con Gaza mientras se ignora que todavía es una fuerza ocupante en Cisjordania.
De igual modo, no es tiempo de quedar sumergidos por la intimidante indignación pública sobre las trágicas consecuencias de la guerra contra los palestinos de Gaza, y por lo tanto que los árabes rehuyan de su compromiso para con la iniciativa de paz de la Liga Árabe, que propone un acuerdo completo.
Barack Obama se abrió camino hacia la Casa Blanca precisamente evitando la sabiduría convencional. Éste no es momento para que se desvíe de esta línea, recorriendo caminos muy transitados.
El sentido de la oportunidad es esencial, según la sabiduría convencional. Y el contexto es más importante.
La guerra de Gaza fue sobre la legitimidad de la guerra de autodefensa, de reconstruir la disuasión, de un Estado defendiendo sus fronteras. Fue una guerra contra el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) y sobre el futuro de Gaza.
Pero ahora también es sobre la necesidad de definir las fronteras legítimas de Israel. Cual imagen devuelta por un espejo, fue una guerra sobre la legitimidad del principio de que los palestinos resistan la ocupación. Y ahora también se trata de la necesidad de definir las fronteras legítimas de Palestina.
Durante décadas, la sabiduría convencional frenó los reclamos de un fin de la ocupación israelí con argumentos morales. Eso todavía ocurre.
Una de las voces morales más destacadas de Israel, el prestigioso novelista David Grossman, se hizo eco del sentimiento del discurso inaugural de Obama.
"Están aquellos que nos han convencido de que los árabes sólo comprenden la fuerza, y por lo tanto que es el único idioma que podemos usar en nuestras tratativas con ellos Debemos hablarles a los palestinos. Ésa es la conclusión más importante del derramamiento de sangre más reciente", dijo.
A Grossman se le escapa lo que debería ser el argumento central de Obama en su mensaje al pueblo israelí. El problema con los aspirantes a pacificadores con el correr de los años es que nunca desafiaron a los habitantes de Israel a preguntarse a sí mismos no qué abandonarían al salir de los territorios ocupados, sino qué ganarían al hacerlo.
Obama puede alegar que Gaza ahora, como Líbano hace dos años, ha demostrado que retener territorio no sirve para potenciar la seguridad nacional de Israel. En cambio, la disuasión sí.
"Con el consentimiento de la comunidad internacional, ustedes han disuadido con éxito a sus enemigos —(el movimiento chiita libanés) Hezbolá y ahora Hamás— desde dentro de vuestras propias fronteras", debería decirles a los israelíes.
Mientras los israelíes se preparan para sus inminentes comicios, el presidente Obama debería hablarles duramente para ser efectivo. Y hacer que reconozcan que abandonar la ocupación no es tanto una cuestión de derechos palestinos, sino que, por sobre todo, es acerca de satisfacer sus propios intereses nacionales fundamentales, sobre reforzar la seguridad de Israel.
Y también debería decirles que, aunque el resultado de un repliegue israelí hacia fronteras permanentes y legítimas no logre la paz, Estados Unidos estará preparado para apoyar la seguridad de Israel con garantías de hierro.
Éste es el momento, y éstas son las circunstancias, para que Barack Obama vuelva a desafiar la sabiduría convencional.