IRÁN: La carta chiita

El equipo del presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama, afronta la paradoja usual entre quienes tratan la cuestión de Irán: consideran que ese país tiene ambiciones hegemónicas, a pesar de que carece de poder militar.

Esto se explica porque Irán se ha labrado una buena posición ante el público de Medio Oriente gracias a sus vínculos culturales, espirituales y políticos con otras poblaciones y movimientos chiitas de la región.

Esa característica de la política exterior iraní, que tanto funcionarios como expertos han enfatizado en entrevistas con IPS, le supone a Estados Unidos problemas para contrarrestar a la influencia iraní.

La consolidación de la influencia de Teherán tuvo su último hito en la conformación de un gobierno iraquí dominado por partidos chiitas.

Iraq dejó de ser un enemigo mortal de la República Islámica de Irán para convertirse en un estado amigo, lo cual constituye un viraje histórico, dijo a IPS Hamid Reza Dehghani, director del Centro de Estudios sobre el Golfo Pérsico y Medio Oriente, dependiente de la cancillería iraní.
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"En los últimos 400 años hemos tenido problemas con nuestros vecinos occidentales, buena parte del tiempo con el Imperio Otomano y, luego de la independencia, con el régimen iraquí", dijo Dehghani.

El clímax de este enfrentamiento fue la guerra de ocho años contra Irán, lanzada por el régimen de Saddam Hussein en 1980.

Estados Unidos puso fin en 2003, por la vía militar, al régimen de Saddam Hussein, instaurado en 1979. Eso cambió todo el panorama.

Irán logró convertir la invasión de Iraq a manos de su enemigo en la arena internacional en una oportunidad, gracias a lo que Dehghani denomina el "poder blando": las relaciones culturales, religiosas y económicas entre los dos países, con la mayoritaria comunidad chiitas iraquí como puente.

El máximo líder religioso chiita en Iraq, ayatolá Ali Sistani, es iraní, recordó Dehghani. Los clérigos chiitas iraquíes estudian en el principal centro espiritual de Irán, Qom. Y cientos de miles de iraníes peregrinan desde 2003 a las ciudades sagradas iraquíes de Najaf y Karbala.

El vínculo actual entre los chiitas iraníes e iraquíes, que no es "el proyecto de unos pocos políticos, sino consecuencia de relaciones de larga data", tiene también una obvia dimensión político-militar, según Dehghani.

Irán apoyaba a los chiitas opuestos al régimen de Saddam Hussein, tanto antes como durante la guerra entre los dos países. Ese respaldo ahora da réditos. Los representantes chiitas en el gobierno iraquí controlan hoy el aparato del Estado.

Partidos políticos y milicias entrenadas en Irán están ubicadas en posiciones de poder en Iraq y todavía mantienen una estrecha cooperación con Teherán.

Ali Akbar Rezaei, a cargo en el Ministerio de Relaciones Exteriores iraní de la relación con Estados Unidos, explicó el "poder blando" de su país en la región por sus vínculos de afinidad con comunidades chiitas radicadas en naciones vecinas.

"Tenemos una influencia natural en la región. Aunque hay fronteras, los pueblos de la región van y vienen, y disfrutan de relaciones culturales y económicas", dijo.

Rezaei destacó el fuerte comercio con Iraq, Afganistán y otros países cercanos como esencial para mantener esa "influencia natural".

Irán cultiva ahora aliados chiitas, especialmente en Iraq y Líbano, para afianzar sus objetivos de seguridad nacional en la región, según el informe "El factor chiita", publicado el mes pasado por el Centro para las Investigaciones Estratégicas.

El autor del estudio, Kayhan Barzegar, experto en relaciones internacionales de la Universidad Islámica de Azad en Teherán, alegó que los lazos tendidos por Irán con los chiitas en la región aspiran a "construir un vínculo estratégico para establecer seguridad".

Las principales ventajas estratégicas de estas relaciones es la "instalación en los estados de una nueva generación de elites amistosas, sin antecedentes de animadversión ni resentimientos hacia Irán", escribe Barzegar.

La consagración de un gobierno chiita en Iraq, según el autor, fue el "punto de inflexión" para ubicar el "factor chiita" en el centro de la política exterior de Irán.

Pero la diplomacia de Irán también lanza redes hacia movimientos chiitas que o bien ostentan un potencia casi de estado, como Hezbolá en Líbano, o bien quedan fuera de toda posibilidad de acceso al poder político, como es el caso en Bahrein y Arabia Saudita.

En esos países, una red transnacional de activistas políticos chiitas inspirados por la Revolución Islámica iraní (1979) y educados en seminarios de la misma inspiración en Iraq e Irán ha movilizado apoyo para dar poder a esa comunidad.

Irán dio asistencia militar a gran escala a Hezbolá, lo que incluyó miles de cohetes capaces de alcanzar Israel para disuadirlo de un ataque. Esa fue una de las excusas de Israel para invadir Líbano en 2006, con apoyo estadounidense.

Un asesor del presidente Mahmoud Ahmadineyad que accedió a ser entrevistado a condición de no revelar su identidad observó que el retrato convencional que Occidente traza de Hezbolá como instrumento del poder iraní menosprecia el rol de la espiritualidad chiita.

"Hezbolá no es simplemente un grupo de comandos al estilo occidental", dijo.

El líder del movimiento, Hassan Nasrallah, logró movilizar a los chiitas libaneses, según el asesor, porque posee las dos principales fuentes de poder en esa comunidad: el poder espiritual y el de la ley islámica.

Nasrallah estudió teología en Najaf durante la guerra civil de Líbano, a mediados de los años 70, antes de la Revolución Islámica en Irán. Luego reanudó sus estudios religiosos, en la ciudad santa iraní de Qom, y renunció por eso a una posición de mando militar.

En un sorprendente paralelo, el carismático líder chiita iraquí Moqtada al-Sadr interrumpió su carrera político-militar el año pasado, en un momento crítico para el país, con el objetivo de cursar estudios teológicos intensivos en Qom.

Otro caso de "influencia natural" iraní a través de vínculos chiitas, que los funcionarios no mencionan, es Bahrein. La revolución iraní también inspiró a la comunidad chiita de ese país. A pesar de que concentra dos tercios de la población, los gobernantes sunitas le niegan todo poder político.

Cien mil chiitas participaron en una manifestación de protesta por el ataque con explosivos, en febrero de 2006, contra un templo de esa comunidad en Iraq.

Los manifestantes exhibieron imágenes de los líderes iraníes y de Hezbolá, y el gobierno de Bahrein citó el fervor pro-iraní de su población chiita como evidencia de la subversión iraní.

Los funcionarios iraníes ven la "influencia natural" de su país en la región como mucho más fundamental y perdurable que la influencia que busca Estados Unidos mediante la presencia de sus soldados.

En consecuencia, alegan, la política estadounidense no evitará una mayor influencia iraní a largo plazo, independientemente de si esto aumenta o reduce las tropas en la región.

"Haga lo que haga Estados Unidos en la región, será de nuestro interés. Si retira sus efectivos de Iraq, ganaremos. Si quiere quedarse, también ganaremos", sostuvo Rezaei.

La misma dinámica se aplica a Afganistán y al resto de la región, según él. "Aunque provoquen a otros países contra nosotros, nosotros somos los ganadores", aseguró.

* Gareth Porter es historiador y experto en políticas de seguridad nacional de Estados Unidos. Acaba de terminar una visita de 12 días a Teherán en la que investigó cómo ven funcionarios, analistas y figuras políticas las posibles negociaciones entre el gobierno de Obama e Irán. Éste es el último artículo de una serie de cinco.

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