Nació, creció y vivió al borde del mar en La Playa, como todos llaman a esa parte de esta ciudad cubana. Aunque tuvo la suerte de regresar a una casa que resistió el paso del huracán Paloma y resguardó todos sus bienes, Iramis Rodríguez está decidida a mudarse tierra adentro de la isla.
"Si me llevan, me voy", afirma a IPS esta santacruceña de 30 años que labora como "auxiliar de limpieza" en una entidad estatal "aquí mismo en Santa Cruz".
El mar, que subió algo más de un metro empujado por el huracán, dejó la huella en la pared de la casa, el techo sufrió, los colchones y los equipos electrodomésticos se mojaron pero nada que el sol no pueda resolver. "Ahora, hay que ayudar a los que están peor, mientras esperamos por la solución definitiva", dice Ramón del Campo, esposo de Rodríguez.
Desde la puerta puede verse el monumento a las víctimas del ciclón del 9 de noviembre de 1932, la peor tragedia natural de la historia de Cuba. Más cerca del litoral, se alza la cruz que marca la altura que alcanzó la marea de tormenta: unos seis metros, según testimonios de los ya pocos sobrevivientes.
Unas 3.000 personas murieron ese día por la fuerza de los vientos, "apuñaladas" por los más disímiles objetos volantes, atrapadas dentro de sus hogares, arrastradas por el mar en su retirada o quemadas entre los escombros por orden de las autoridades que querían evitar una epidemia a cualquier precio.
[related_articles]
Las familias que regresaron el 11 de noviembre a Santa Cruz del Sur, 616 kilómetros al este de La Habana, encontraron un paisaje similar, pero diferente al de hace 76 años. Los perros vagaban con la mirada perdida en un pueblo que se había vuelto desconocido y algún animal permanecía atrapado bajo las tablas, pero la comunidad estaba a salvo.
La primera franja de casas que se alzaba pegada a la costa desapareció casi en su totalidad. En algunos lugares no quedaron ni las ruinas y sólo parte de los cimientos sirven para demostrar que "aquí estuvo mi hogar". La vivienda más sólida, escogida por los vecinos para resguardar los refrigeradores, también fue arrasada.
"Esto es un ciclón del 32 sin muertos", comentó a IPS Alicia Reitor, una mujer de 58 años que integró uno de los primeros grupos de la Iglesia Católica que llegó hasta la zona de la playa para llevar "un poco de ayuda material, pero sobre todo espiritual a las personas que lo han perdido todo".
Más de 20.000 personas fueron evacuadas en Santa Cruz del Sur, un municipio de 49.900 habitantes, cuando se alertó de la cercanía del huracán Paloma, el tercero de gran intensidad que azotó Cuba este año. Mientras en 1932 un pueblo entero se quedó esperando el tren de evacuación que nunca llegó, esta vez ni una sola persona permaneció en la barriada de La Playa.
A su entrada en tierra, el huracán dañó 9.022 viviendas, de las cuales 1.155 sufrieron derrumbes totales, 1.422 derrumbes parciales y 1.227 quedaron sin techos. Alrededor de la mitad de las 480 casas de La Playa fueron totalmente destruidas y todas las que quedaron en pie exhibían algún tipo de daño.
ASUMIR EL GOLPE
Fernando Zamora, de 51 años, había quedado con su familia en pasar por la casa para asegurar sus bienes más importantes. Llevaría a algún lugar seguro el refrigerador, el televisor y quizás el juego de sala que habían adquirido con mucho esfuerzo, hacía relativamente poco tiempo.
Trabajador de una empresa dedicada al cultivo del camarón, Zamora pasó las horas previas a la entrada de Paloma en las labores de evacuación, como miembro del Consejo de Defensa Municipal. "Al final, no pude venir a recoger nada, pero estaba seguro que la casa resistiría", contó a IPS.
Tres días después, la familia intentaba rescatar casuelas, ropas y hasta alguna foto de las ruinas. Zamora, como Ramón del Campo y tantos otros hombres sentían la responsabilidad de salvar lo insalvable e improvisar paredes y techos para vivir el tiempo que fuera necesario.
Las mujeres rescataban ropas del lodo y de la orilla del mar, montaban cocinas colectivas para combinar la alimentación que repartía el gobierno gratuitamente con algo "más casero", se ocupaban de los animales domésticos e intentaban mantener a los niños lo más alejados posible de la sensación de desastre.
"Hombres y mujeres enfrentan este momento de manera diferente. Ellas se acercan a conversar con los médicos, exteriorizan lo que sienten. Los hombres permanecen en la retaguardia, como queriendo demostrar que no los afecta emocionalmente. Esa reacción puede ser peor", explicó a IPS la psiquiatra Daysi Roque.
Roque integró un grupo de 20 especialistas, como psiquiatras, psicólogos, terapeutas ocupacionales y enfermeras, entre otros, que viajaron a Santa Cruz del Sur cuatro días después del paso de Paloma para hacer un diagnóstico urgente de la población que permitiera detectar casos de personas afectadas por el estrés y la angustia.
"Hay distintas maneras de ayudar a manejar el sufrimiento: orientar, conversar, escuchar y, sobre todo, hacerles saber que vamos a estar todo el tiempo a su lado", dijo a IPS Yoandro Ávalo, uno de los miembros de la Cruz Roja Cubana que viajó a la localidad para contribuir a la evacuación previa y a la recuperación post-desastre.
A unos 10.000 millones de dólares ascienden los daños ocasionados por los huracanes Gustav, Ike y Paloma a su paso por la isla los días 30 de agosto, 8 y 9 de septiembre y 9 de noviembre de este año. Las estadísticas no hablan de las fotos de familia, los juguetes de los niños o los libros acumulados por una maestra santacruceña durante toda su vida.
ADIÓS AL MAR
"¿Si te dan la opción de irte de aquí te irías?", fue la pregunta de IPS a más de 15 personas, habitantes de La Playa. La respuesta, marcada por el dolor pero también por la seguridad, siempre fue sí.
Esta parece ser la única salida posible para comunidades como Santa Cruz del Sur, Cajío, Guanimar, entre tantas otras, que año tras años viven la amenaza del mar. Un informe oficial de 2002 calculó en 244 los asentamientos cubanos vulnerables a inundaciones costeras, donde en ese momento vivían 1,4 millones de personas.
"Se localizan por debajo de un metro de altura sobre el nivel medio del mar y a una distancia inferior a los 1.000 metros de la línea de costa", asegura el documento presentado por Cuba durante una consulta regional sobre "Gestión Local y Reducción de Riesgo en los Asentamientos Humanos de la Cuenca del Caribe".
Con el aumento de la intensidad de los ciclones y las perspectivas de la elevación del nivel del mar, el gobierno cubano reconoció que la única alternativa para estas comunidades está en el traslado tierra adentro. La decisión ya empieza a aplicarse en Santa Cruz del Sur con la construcción de viviendas temporarias para los damnificados.
El sitio, donde se crean las condiciones para la construcción de varios edificios de apartamento, está a más de tres kilómetros de La Playa.
"Crecimos oyendo las historias del ciclón del 32, pero nunca pensamos que algo así podría volver a pasar. Aquí nunca se ha vivido con miedo al mar, pero ahora es diferente. Hay que irse porque esto que pasó puede suceder de nuevo", dijo a IPS Ibrahím Rojas, doble campeón olímpico de canotaje.
Rojas ya no vive en Santa Cruz del Sur, pero volvió a su casa natal junto a su madre, para ayudar a "reconstruir" el hogar.
"Supuestamente, este era el lugar donde iba a pasar su vejez y ahora está loca por mudarse. Cuando vimos lo que había pasado, fue el dolor más grande del mundo", comentó Rojas al mencionar la situación de su madre.