Pocas personas han reflexionado tanto sobre la moralidad de la ocupación de Iraq a manos de Estados Unidos como Joshua Casteel, ex oficial del ejército de este país que trabajó como interrogador en la prisión de Abu Ghraib.
Casteel, quien estudió en la academia militar de West Point y fue criado en un hogar cristiano evangelista, se convirtió en objetor de conciencia mientras cumplía con esa función.
No fueron los abusos cometidos en esa prisión, en la que se aplicó la tortura en forma sistemática, el motivo por el cual abandonó el ejército, sino la experiencia de tratar de obtener información de los prisioneros hablándoles en su propio idioma.
Esas experiencias, y el despertar espiritual de Casteel dentro de los muros de la prisión, se encuentran volcadas en "Letters from Abu Ghraib" ("Cartas desde Abu Ghraib"), un libro de 118 páginas que reproduce los correos electrónicos que envío a su casa desde Iraq.
Esos textos no se concentran en detalles de las operaciones cotidianas en la prisión, sino en sus implicaciones morales. ¿De qué derecho deriva la autoridad para interrogar a prisioneros en el marco de una ocupación militar?
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Las estadísticas del Departamento (ministerio) de Defensa estadounidense indican que la ocupación mantiene hoy más de 24.000 prisioneros en Iraq, más del doble que cuando estalló el escándalo por la difusión de los abusos cometidos en Abu Ghraib, cuatro años y medio atrás.
Estas personas se encuentran bajo arresto indefinidamente, sin que se formulen cargos contra ellas ni que se las someta a juicio. El libro muestra cómo las fallas éticas de sus líderes afectan a los soldados en el terreno.
Cuando llegó al centro de interrogación de Abu Ghraib, Casteel escribió a su familia que amaba lo que hacía. "Veo más mi trabajo como el de un Padre Confesor que como el de un interrogador", comentó.
"Como Confesor uno no fuerza a la otra persona a revelar lo que no quiere. El objetivo de un Confesor es ayudar a quien se confiesa a ser sincero, a llegar a la clase de contrición que, de hecho, tiende a la autorrevelación. Y en esto juegan un gran papel la empatía y el entendimiento", argumentó.
Pero Casteel, quien reza a diario y considera que "practicar la liturgia con otros y comulgar" es "la parte más importante de la semana", comenzó a sentirse incómodo a las pocas semanas.
Escribió que le molestaba "explotar" a los prisioneros por la información que podía obtener, en lugar de interactuar con ellos como seres humanos e iguales. Para peor, muchos de los detenidos que interrogó resultaron ser completamente inocentes.
"Constantemente me preguntaban: '¿Por qué me retienen aquí? Quiero respuestas", dijo Casteel a IPS.
"Pero era mi trabajo. Se suponía que debíamos encontrar respuestas a nuestras preguntas, aunque siempre caíamos en situaciones increíblemente desconcertantes, porque interrogarlos era como tratar de extraerle sangre a un nabo. Su necesidad de respuestas tenía era más justificada", agregó.
Casteel recurrió a un capellán en busca de ayuda. "Hablamos. Reuní toda la fuerza posible para volver a mis interrogatorios", escribió en otro correo electrónico.
"Ya no tenía miedo de ejercer el poder, de jugar con ciertas debilidades de mi detenido y de interrogarlo enérgicamente, porque en última instancia me llevaría a una evaluación más exacta de la veracidad de sus declaraciones", comentó.
"No traspasé las líneas de la 'conducta apropiada' pero, ciertamente, y sin vacilar, aproveché las ansiedades, debilidades y temores del detenido, y mi posición de poder y dominación, para evaluarlo de acuerdo con sus palabras. Incluso salía con lo que yo pensaba que era una clara imagen de esa persona, quizás para su beneficio. ¿Por qué entonces me sentía como un completo fracaso?", se preguntó.
La respuesta llegó en octubre de 2004, a cinco meses de su llegada a Abu Ghraib.
"Estaba interrogando a un joven saudita de 22 años, quien fue muy franco y me dijo que había venido a Iraq para participar en la yihad (guerra santa)", dijo Casteel.
"Iniciamos una conversación sobre religión y ética y me comentó que yo era un hombre muy extraño, un cristiano que no seguía las enseñanzas de Jesucristo de amar al enemigo y rezar por los perseguidos. Le dije que tenía razón y que existía una gran contradicción entre mi fe y mi trabajo", señaló.
"Quise tener una conversación con él sobre ética y el ciclo de venganza, sobre la estupidez de que su gente le dijera que estaba bien que viniera a matarme y que mi gente me dijera lo mismo respecto de él. ¿Por qué no podemos encontrar juntos un camino diferente", indicó Casteel.
Dado que ese tipo de discusión no era posible para un interrogador del ejército, pidió la baja como objetor de conciencia. Ahora tiene la esperanza de servir como puente entre los conservadores cristianos y la izquierda antibelicista.
Casteel se convirtió al catolicismo, atraído por las enseñanzas sociales de esa Iglesia, y ha trabajado con otros correligionarios suyos con el objetivo de que ésta juegue un papel más activo para poner fin a la guerra.
Hoy está entusiasmado porque su libro es material de lectura en escuelas secundarias católicas que lo invitan a hablar con sus estudiantes.
"Treinta por ciento de los militares y legisladores estadounidenses son católicos. Aunque el Vaticano criticó la guerra de Iraq, ésta no podría haber ocurrido sin los católicos. Es Iraq el que está siendo crucificado mientras que a Estados Unidos, mayoritariamente cristiano, se le permite ser próspero en medio de todo esto", dijo Casteel.
* El corresponsal de IPS Aaron Glantz es autor del libro "The War Comes Home: Washington's Battle Against America's Veterans" ("La guerra llega a casa: la Batalla de Washington contra los Veteranos Estadounidenses), de próxima aparición.