La juçara, amenazada de extinción por la explotación de su palmito, empieza a recuperarse gracias a la plantación y el manejo sustentable que llevan a cabo comunidades negras del Bosque Atlántico, el bioma más deforestado de Brasil.
"Empecé a cortar palmito a los siete años de edad, acompañando a mi padre, el primer palmitero de Eldorado", cuenta Antonio Jorge, hoy de 63 y estudiante de ciencias sociales en un curso universitario a distancia.
"Lo hacíamos por necesidad y falta de conocimiento", admite. Pero, "desde 1990", siembra juçara en lugar de talarla para aprovechar sólo su tallo comestible, el palmito, muy demandado por el mercado.
Ese vuelco se produjo en los últimos años entre las comunidades brasileñas afrodescendientes del valle del río Ribeira, una cuenca de 28.306 kilómetros cuadrados entre dos metrópolis industriales del sur, São Paulo y Curitiba, que constituye la mayor área preservada del Bosque Atlántico, ecosistema costero que ya perdió 93 por ciento de su superficie.
Esas comunidades se llaman "quilombolas", por ser herederas de los antiguos "quilombos", enclaves de negros que escaparon de la esclavitud y lucharon por su libertad.
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Un proyecto del no gubernamental Instituto Socioambiental (ISA) compra semillas de juçara recolectadas por los quilombolas, a un precio de 1,87 dólares el kilogramo, para la siembra en sus propios territorios. El ISA promueve políticas de desarrollo sustentable, actuando junto a comunidades tradicionales, y la defensa de recursos naturales del valle del Ribeira.
En Ivaporunduva, el quilombo más antiguo de la cuenca, 13 jóvenes y adultos treparon dos cerros el 26 de junio, cargando a la espalda sacos llenos de semillas, para esparcirlas en el bosque. Es el "mutirão", palabra de origen indígena que hoy indica cualquier esfuerzo común, excepcional y voluntario.
La plantación tiene que hacerse en áreas boscosas porque la juçara, cuyo nombre científico es Euterpe edulis Martius, necesita sombra en sus primeros tiempos, y paciencia, porque lleva cerca de ocho años para producir frutos y un buen palmito.
Silvestre Rodrigues da Silva, de 63 años y cinco hijos, aportó 250 kilos de semillas recogidas por su familia para el "mutirão", por las que obtuvo 468 dólares. Tiene la suerte de haber preservado centenares de palmeras cerca de su casa. "No imaginaba que sus semillas podrían rendir ese dinero, para mí la juçara era sólo belleza y comida de pájaros", comenta.
Algunas comunidades están cultivando plántulas en viveros, como otra fuente de ingresos. Además, están descubriendo el fruto, cuya pulpa tiene un valor nutricional similar a la del açaí, palma amazónica del mismo género que ya conquistó un gran mercado por sus cualidades energéticas.
El fruto "da más dinero que el palmito", asegura Da Silva, basado en una visita que hizo a una fábrica de pulpa en Siete Barras, un municipio vecino. "Juntando todos los disponibles podremos tener también una industria", pronostica.
En Ubatuba, municipio del litoral norte del estado de São Paulo, a unos 400 kilómetros del valle del Ribeira, un proyecto del Instituto de Permacultura y Ecovillas del Bosque Atlántico (Ipema) con quilombolas, indígenas y campesinos, ya está produciendo una tonelada de pulpa de juçara con la cosecha iniciada en febrero y que termina este mes.
Esta primera producción abastecerá las guarderías de Ubatuba, informa Cristiana Reis, coordinadora de educación agroforestal de Ipema, que también orienta planes de manejo y plantación de juçara. La pulpa tiene cuatro veces más antocianina —pigmento antioxidante—, que el açaí, y por tanto un "fuerte poder medicinal", además de alimenticio, sostiene.
En Ivaporunduva también se puede cosechar frutos suficientes para procesar la pulpa, señala Renata Barroso, quien coordina el proyecto juçara del ISA. Pero "falta la cultura del aprovechamiento del fruto", reconoce.
"Antes cortábamos el palmito a media hora de casa, hoy hay que caminar 14 horas para llegar a las palmeras", según Jorge. Para no desperdiciar el viaje, el palmitero echa abajo palmeras jóvenes, extrayendo palmitos pequeños con los que gana mucho menos, acota el miembro de la comunidad quilombola Pedro Cubas.
Pese a las adversidades, aún hay quienes persisten en esta actividad ilegal que puede llevarlos a la cárcel.
Los quilombolas y otras habitantes rurales del valle del Ribeira practican una agricultura de subsistencia y necesitan ingresos que obtienen de la venta del banano, el mayor cultivo local, de artesanías y de trabajos fuera de la comunidad, pero dependen mucho de la asistencia del gobierno.
La juçara puede ser una fuente adicional de ingresos, y el aprovechamiento de sus frutos promueve la conservación forestal, destaca Barroso.
El fruto "alimenta una gran diversidad de animales, mamíferos, roedores y principalmente aves", lo que hace de la juçara una especie "clave para la biodiversidad del Bosque Atlántico", explica Barroso, ingeniera forestal que eligió a esta palmera como tema de su trabajo final de graduación y de su maestría.
Si se recupera la abundancia de juçara, se hará "muy fácil su manejo", de manera que se podrá volver a la extracción sustentable de palmito para "atender al mercado", cree Reis.
En varios puntos de Brasil, incluso en el valle del Ribeira, se está plantando pupuña o chontaduro (Bactris gasipaes) para obtener palmitos.
"Pero palmito sabroso como la juçara, no hay en ninguna parte del mundo", sentencia Jorge, una opinión generalizada, que conspira contra el rescate de esta palmera.
* El autor es corresponsal de IPS. Este artículo fue publicado originalmente el 5 de julio por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.