Ni el encarecimiento de la energía, ni las sanciones contra sus socios comerciales Birmania y Sudán, ni la perspectiva de un Irán nuclear parecen poner freno a la sed de petróleo de China.
Mientras la demanda china de energía crece a un ritmo mayor a la de cualquier otro país, lo mismo ocurre con sus relaciones económicas con las naciones productoras de petróleo del Golfo Pérsico o Arábigo.
Como ocurrió con Estados Unidos hace más de 60 años, China es vista hoy como una potencia comercial nueva y refrescante, que tiene felizmente pocos lazos sentimentales con la región y —lo que es crucial— ningún interés por sus asuntos internos.
"Su principal ventaja en la región es que no carga equipaje político", observó Adbulaziz Sager, del Centro de Investigaciones del Golfo.
Con Estados Unidos envuelto en su "guerra contra el terrorismo", atrapado en las redes que él mismo anudó y necesitando desesperadamente salir de Iraq mientras preserva su influencia, China parece determinada a desafiar a la superpotencia en la región.
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Washington no debería preocuparse por eso, opinó Jon B. Alterman, del Centro para los Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS, por sus siglas en inglés), con sede en la capital estadounidense.
Alterman es coautor, junto con John Garver, de un nuevo estudio sobre los intereses de China en la región, titulado "The Vital Triangle: China, the United States, and the Middle East" ("El triángulo vital: China, Estados Unidos y Medio Oriente").
"La tendencia en Estados Unidos es ver a China como una amenaza o contrapeso a sus intereses", dijo en una conferencia en Washington. El involucramiento de China en la región pone de relieve su propia vulnerabilidad en materia de seguridad nacional.
"Los chinos pierden el sueño por las noches, pensando que su dependencia energética depende de Medio Oriente", señaló.
China, que importa la mitad de su petróleo de Medio Oriente, percibe su mayor amenaza en la inestabilidad política en la región. A menudo son las políticas de Washington las que precipitan esa inseguridad, a la que Beijing —sin ninguna huella política o militar propia allí— ha sido incapaz de frenar.
Según el embajador Chaz Freeman, diplomático estadounidense de carrera e intérprete principal en la visita del presidente Richard Nixon a China en 1972, los chinos "no se ven a sí mismos rivalizando con Estados Unidos" en la región.
Sin embargo, es improbable que "se subordinen a nosotros o apoyen nuestro predominio", agregó.
El statu quo vuelve todavía más atractiva una relación estratégica entre Estados Unidos y China. Existen oportunidades para crear un marco de trabajo multilateral en materia de seguridad para reducir las tensiones y mantener el flujo de petróleo.
Pero China ha sido reticente a asumir —para usar el término acuñado por el ex subsecretario de Estado (canciller) estadounidense y actual presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick— el rol de "accionista responsable" en el escenario internacional.
Y apela a su máxima cautela al abordar la principal preocupación inmediata de Estados Unidos en Medio Oriente: el programa nuclear de Irán y las relaciones cordiales de Beijing con ese país.
"China reconoce a Irán como una importante potencia regional, de ideas afines, con la que la cooperación ha servido y servirá a sus intereses en muchas áreas", sostienen Alterman y Garver.
Irán exporta 340.000 barriles de 159 litros de petróleo por día a China. Es su tercer proveedor de crudo, luego de Angola y Arabia Saudita. Las inversiones chinas en infraestructura petrolera iraní incluyen 100.000 millones de dólares para desarrollar el sudoccidental bloque de Yadavaran, y la construcción de un oleoducto de 386 kilómetros a través del vecino Kazajstán.
Desde la perspectiva de Washington, lo más problemático es la cooperación técnica de Beijing con el programa nuclear civil iraní.
La venta de China a Irán de lo que Estados Unidos considera productos químicos que pueden ser usados en desarrollo nuclear tanto civil como armamentista llevó al gobierno de George W. Bush a sancionar a algunas empresas estatales del país asiático.
"Un Irán nuclear cambiará el juego en Medio Oriente", dijo el ex subsecretario de Estado para Asuntos Políticos, Nicholas Burns.
Los europeos redujeron su comercio con Irán en respuesta a los pedidos de aislamiento formulados por Estados Unidos, pero China llenó el vacío, sostuvo Burns.
La Unión Europea intensificó este mes sus sanciones contra Irán, al congelar acciones del iraní Banco Melli y prohibir el ingreso al bloque de expertos involucrados en el programa nuclear del país del Golfo.
Mientras, China se unió a los otros cuatro miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) —Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia— y a Alemania, para ofrecer a Irán un paquete revisado de incentivos si abandona sus actividades de enriquecimiento de uranio.
La posición oficial de China establece que las sanciones no resolverán la cuestión nuclear, pues constituyen apenas un medio de persuadir a Irán de negociar bajo condiciones acordadas por el Consejo de Seguridad.
Al igual que Rusia, se opone a cualquier medida que pueda conducir a una escalada de las tensiones a expensas de sus intereses económicos en Irán.
Pero China también quiere evitar un enfrentamiento por el programa de Irán, dijo Alterman. "Cuanto más se inclina Estados Unidos hacia la guerra, más se alinea China con Irán. Si Irán es amenazante, China se inclina más hacia Estados Unidos. Es una política sutil, no tanto por lo que hace sino por cómo lo hace", explicó Alterman.
Para Freeman, la caída de la influencia de Estados Unidos en Medio Oriente significa que este país no podrá fijar la agenda o controlar el curso de los acontecimientos, como hizo en otros tiempos. Pero eso no es necesariamente algo malo.
"Lo que estamos presenciando es parte de una amplia disolución del predominio de Estados Unidos. Si uno no puede decirle a la gente qué hacer, entonces debe persuadirla, y esto es lo que los diplomáticos supuestamente saben hacer", señaló.