Lucio Flores, indígena terena de Brasil, viajaba en camión por la Amazonia con un hacendado que, al observar la selva, comentó: «Mira esto. No hay nada aquí.»
Siguieron andando. La selva abrió paso a una plantación. El hacendado exclamó: "¡Pero hay soja!". Para él, la selva no era nada. El cultivo lo era todo.
Flores contó su relato ante ambientalistas, representantes gubernamentales y periodistas en una sesión de la IX Conferencia de las Partes del Convenio de las Naciones Unidas sobre Diversidad Biológica (COP 9), que se realiza en esta ciudad del occidente de Alemania.
La anécdota ilustra las visiones opuestas que separan a la comunidad empresarial de los indígenas. "Para la agroindustria, la naturaleza no es nada. En cambio, para nosotros es todo", señaló.
Los opuestos son muy reveladores en Brasil. En su territorio está gran parte de la mayor reserva de biodiversidad del planeta, la Amazonia. Pero también es el principal productor de etanol, combustible de origen vegetal destilado de la caña de azúcar, y el segundo de soja detrás de Estados Unidos.
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El gran crecimiento de los cultivos de caña de azúcar y de soja en los últimos 30 años llevó a la deforestación de grandes extensiones de tierra en la región del Amazonas, según numerosos ambientalistas.
"En Brasil hay hoy 21 millones de hectáreas cultivadas con caña de azúcar, la mayor parte para producir etanol, y soja, insumo del combustible vegetal y forraje para el ganado", indicó Camilla Moreno, abogada de la no gubernamental brasileña Terra de Direitos.
Moreno señaló que el gobierno brasileño permitió la deforestación a pesar de la ambiciosa protección legal que tiene la selva.
"Una ley de 1965 obliga a reforestar un área en 30 años con al menos 20 por ciento de vegetación autóctona", remarcó Moreno. En la Amazonia, el requisito se eleva a 50 por ciento.
"Tras el pico de deforestación alcanzado en 1995, se aprobó una medida provisoria en 1996 para elevar la reserva del Amazonas a 80 por ciento. Pero no se hace un seguimiento", se lamentó Moreno.
Por su parte, Paulo Adairo, de la filial brasileña de la organización ambientalista Greenpeace Internacional, dijo a IPS que en las 36 municipalidades de la región amazónica, sólo 20 por ciento de los hacendados aplican la legislación.
En el marco del plan agroenergético del gobierno de 2005, las plantaciones de caña de azúcar y soja aumentarán a 200 millones de hectáreas para 2030. Es decir que la deforestación continuará.
"El gobierno sencillamente ignora el hecho de que no hay forma de que los monocultivos sean sustentables, ya sean de caña de azúcar o de soja", subrayó Adairo.
El auge de los biocombustibles no está en la agenda de la conferencia de Bonn, que comenzó el día 19 y concluirá este viernes. Pero sí la deforestación, consecuencia del auge de aquéllos.
A su vez, la deforestación es la principal causa de una mayor concentración de gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono, el metano y el óxido nitroso, a los que la mayoría de los científicos atribuyen el recalentamiento global y el actual ciclo de cambio climático.
Al final de la cadena de causa y efecto, el cambio climático diezma la biodiversidad mundial. Unas 150 especies de fauna y flora desaparecen cada día, según cifras de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). La mayoría son víctimas del cambio climático.
"La destrucción de selvas y la consiguiente pérdida de biodiversidad tiene consecuencias graves sobre millones de poblaciones que dependen de ella. Pero también afecta a la seguridad alimentaria y acelera el cambio climático", dijo a IPS Belmond Tchoumba, coordinador del programa bosques y biodiversidad de Amigos de la Tierra Internacional.
Los países con más deforestación son Brasil e Indonesia. Ambos son los principales productores de insumos para producir biocombustible. Las plantaciones de palma de aceite para diesel orgánico son la principal causa de la pérdida de bosques ese país de Asia sudoriental.
Numerosos científicos pronostican que en 2020, el área cultivada con palma en Indonesia se triplicará hasta alcanzar 16,5 millones de hectáreas, una superficie del tamaño de Inglaterra y Gales, lo que ocasionaría la pérdida de 98 por ciento de la cobertura vegetal del país.
La vecina Malasia, el mayor productor mundial de palma de aceite, ya perdió 87 por ciento de sus selvas, y la deforestación continúa a un ritmo de siete por ciento anual.
Numerosos ambientalistas urgieron a la conferencia de la ONU a tomar medidas de forma inmediata para frenar la deforestación de selvas importantes y contener el comercio ilegal de sus productos derivados.