Si se cumplieran los peores pronósticos sobre el impacto del cambio climático en Cuba, una parte importante de la Ciénaga de Zapata, el mayor y mejor conservado humedal del Caribe insular, podría desaparecer hacia la segunda mitad de este siglo.
La Ciénaga de Zapata es hábitat de aves que sólo se encuentran aquí, como la ferminia (Ferminia cerverai), el cabrerito de la Ciénaga (Torreornis inexpectata) o la gallinuela de Santo Tomás (Cyanolimnas cerverai), entre otras. Se estima que este humedal alberga 65 por ciento de la avifauna cubana, además de unas 1.000 especies de plantas.
En esta región predominan las llanuras bajas, pantanosas y semipantanosas, con vegetación de sabana. Cuenta con bosques, extensos ríos y lagos naturales, así como unos 70 kilómetros de cuevas en las que se han formado lagunas semicirculares de agua dulce llamadas "cenotes".
Los cienagueros que viven a menos de 40 metros de la costa no parecen dispuestos a renunciar al placer de dormir arrullados por las olas.
"La gente se resiste a retirarse, le gusta vivir cerca del mar", reconoce Luis Lazo, delegado del Poder Popular en Caletón, un barrio donde el agua casi lame los patios de las casas.
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Según Lazo, el peligro es latente, porque en lo que va de este siglo varios ciclones tropicales azotaron este vasto municipio de la provincia de Matanzas, de 4.520 kilómetros cuadrados y menos de 10.000 habitantes.
El peor fue el huracán Michelle, que pasó el 4 de noviembre de 2001 con vientos de 210 kilómetros por hora. "Se esperaba que el agua penetrara hasta nueve kilómetros por impacto del Michelle. No fue así, pero muchas casas quedaron destruidas y sólo la evacuación de las familias impidió pérdidas humanas", recuerda Lazo a Tierramérica.
Algunos especialistas creen que la mayor intensidad de los huracanes es una consecuencia del cambio climático. "El océano es más caliente que antes, por tanto es más propicio para que los ciclones tropicales se formen e intensifiquen", afirma Tomás Gutiérrez, director general del Instituto de Meteorología de Cuba.
Pablo Bouza, director del parque nacional Ciénaga de Zapata, advierte de que la conjunción de huracanes y sequía propicia incendios, como el de 2007, que se prolongó 45 días y causó daños graves en unas 5.000 hectáreas, 70 por ciento de ellas cubiertas de bosques.
"Los huracanes dejan mucha vegetación acumulada en el suelo que, al resecarse por falta de lluvia, se convierte en combustible para las llamas. El incendio avanza rápidamente cuando el humedal está seco", comenta Bouza. En previsión, se estudian estrategias para minimizar el impacto del fuego en las nuevas circunstancias.
Acuciados por un peligro más o menos próximo, ambientalistas y técnicos llevan a cabo una ofensiva para sensibilizar e informar sobre el cambio climático y sus consecuencias a ciudadanos y autoridades de la región.
"El pasado año hicimos tres talleres con participación comunitaria y representantes de distintos sectores económicos y sociales. Así pudimos diseñar un proyecto con los principales problemas y las posibles acciones que debemos desarrollar", dice Leyaní Caballero, experta en gestión ambiental.
Si bien la estrategia de adaptación al cambio climático aún se está elaborando y no se ha hecho pública, comenzó aplicarse parte de su plan de acción. "La gente desconoce cuán vulnerable es a ese problema y tampoco sabe qué se puede hacer. Por eso este año llevamos el tema a discusión en los barrios", agrega.
La proyección de la película "Cambio climático, el reto continúa", o charlas de un especialista preceden a las discusiones en cada "barriodebate". La idea, añade Caballero, es que las personas tengan percepción del riesgo y entiendan que hay que manejar el humedal de manera racional y sostenible. "Para eso hay que capacitar a la gente", insiste.
Según previsiones científicas, el nivel del mar en el archipiélago cubano podría subir de ocho a 44 centímetros hacia 2050 y de 20 a 95 centímetros para 2100. Tales aumentos provocarían la reducción de una quinta parte del área terrestre de la Ciénaga de Zapata, situada entre 1,5 y cuatro metros de la línea costera.
La elevación del mar en apenas 30 centímetros perjudicaría, además, las fuentes de abasto de agua dulce, pues la intrusión salina contaminaría las reservas hídricas de esa zona, en tanto se perderían o dañarían gravemente la fauna y flora de las partes afectadas por la invasión marina.
También la temperatura tendría aumentos apreciables, y se podrían intensificar la aridez y la sequía, con efectos notables sobre este ecosistema, declarado Reserva de la Biosfera en 2000 y sitio Ramsar en 2001.
Esta última categoría debe su nombre a la ciudad iraní donde, en 1971, se firmó la Convención sobre los Humedales, un tratado intergubernamental para la conservación y uso racional de los humedales.
* La autora es corresponsal de IPS. Este artículo fue publicado originalmente el 3 de mayo por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.