Con la ayuda de Finlandia, una nueva iniciativa de paz para Somalia apela directamente a los líderes tradicionales de ese país del Cuerno de África, hasta ahora marginados del diálogo de paz, para poner fin a la sangrienta guerra civil.
La organización cristiana finlandesa Finnchurch Aid resolvió, a instancias de la diáspora somalí en ese país europeo, apoyar financieramente esfuerzos para incorporar a las negociaciones de paz ancestrales mecanismos de resolución de conflictos, propios de ese país africano.
La primera ocasión para poner en práctica esos principios tradicionales fue una conferencia celebrada en noviembre en Hargisa, con participación de líderes religiosos de toda África oriental, Kenia, Ruanda y Burundi. A la segunda reunión, en esa misma ciudad de Somaliland, sólo asistieron clérigos somalíes.
El asesor de Finnchurch Aid en cuestiones somalíes, Mahdi Abdi Abdile, conversó al respecto con IPS.
IPS: —¿Cuáles son los principales obstáculos para hallar una solución pacífica al conflicto en Somalia?
MAHDI ABDI ABDILE: El gran problema es la desconfianza entre los diferentes clanes y grupos somalíes, que desarrollan estrategias divergentes y una lucha de poder entre ellos.
El presidente anterior, Mohammed Siad Barre, dejó un sistema de corrupción construido sobre la desconfianza entre clanes. Luego de su huida en 1991 no hubo nunca un mediador de paz genuino que fomentara el diálogo entre los clanes hacia una institucionalidad que estableciera un reparto del poder.
Somalia siempre apeló a mecanismos tradicionales, los cuales preveían que varios grupos compartieran el poder, pero Siad Barre acabó con esas estructuras y luego no se creó nada para sustituirlas. Cuando los líderes se vieron impedidos de usar tanto el sistema tradicional como el creado por Siad Barre, se produjo un vacío.
— Ahora se desarrolla una iniciativa para dar poder a líderes tradicionales y religiosos hacia una solución pacífica. ¿Cómo sucedió eso?
— Lo que intentamos es fortalecer a esos líderes para que la paz se construya desde abajo. No se trata de organizar conferencias de paz de gran escala, sino de que los líderes tradicionales y religiosos se sienten a la misma mesa para discutir.
Lo que se les pregunta es qué pueden hacer desde sus lugares tras tanta pérdida de vidas y tanto odio.
— ¿Por qué no habían asumido esa función hasta ahora?
— Porque habían sido marginados del proceso. En los países de Occidente existe una tendencia a ver la religión como parte del problema, por lo que hacen todo lo posible para impedir que los líderes religiosos tengan un papel. En Somalia hay gente que piensa lo mismo.
De hecho, nuestra iniciativa es la primera en 200 años que reúne a líderes religiosos de distintas zonas del país en una conferencia. Hay 28 del área de Mogadiscio, 40 de Puntland y 30 de Somaliland, y la idea es lograr que se reconozcan como parte de la sociedad con la capacidad de hacer algo.
Los líderes religiosos y tradicionales no habían participado en ninguna de las rondas de diálogo de paz anteriores. En cierto sentido, los que deliberaban allí no eran verdaderos representantes del pueblo.
—¿Cuál es el rol de esos líderes en la sociedad somalí?
—No hay poder sin ellos. Somalia es una sociedad muy tradicional. Sesenta por ciento de la población vive en áreas rurales. Muchos nómades viven del pastoreo. Pero incluso los habitantes de las ciudades tienen conexiones con el mundo rural. Ante cualquier problema que ocurra, todos apelan a mecanismos tradicionales de mediación.
De todos modos, han sido marginados por los señores de la guerra dedicados a mantener el divisionismo en el país. Pero no habrá solución sustentable sin los líderes tradicionales y religiosos. Sería como construir una casa desde el techo y sin columnas.
—La percepción generalizada en Occidente es que el conflicto en Somalia es una guerra entre clanes. ¿Es así?
—No es una buena definición. El único momento en que hubo una guerra entre clanes fue en los años 90, cuando Mohammed Aideed y Ali Mahdi lucharon entre sí por el control de Mogadiscio.
Hoy se registran combates entre grupos opuestos entre sí que no son clanes pero que dependen del apoyo de éstos, aunque no se puede decir que la lucha sea entre clanes. Lo que sí existe es tensión entre clanes, pero en términos de influencia política. Ningún clan quiere ser gobernado por otro clan. Hasta que no decidan compartir el poder, no habrá paz.
El otro problema es que no hay mediadores neutrales. Los países vecinos como Kenia, Etiopía, Eritrea y Djibouti tienen diversos intereses en Somalia y quieren mantener su influencia en la política interna del país, de algún modo u otro.
Es preciso internacionalizar el conflicto. Ya no se trata de un problema somalí sino internacional. Ni siquiera es regional, porque se han involucrado hasta a estadounidenses y a alemanes. La comunidad internacional debe ayudar ahora, porque antes no ayudó en absoluto.
El problema somalí no es complejo. Sólo se necesita que la gente correcta se siente a la mesa de negociaciones.
Los países nórdicos son verdaderamente neutrales en este conflicto, y por eso son capaces de alentar negociaciones genuinas. Están lejos del área, no tienen antecedentes coloniales y existen en ellos grandes comunidades somalíes. Eso afianza el vínculo hacia el futuro. Hasta ahora no mostraron mucho interés, pero será inevitable que intervengan porque, si la situación empeora, el flujo de refugiados aumentará.