«Cuando dañamos la naturaleza, nos dañamos a nosotros mismos», dice a Tierramérica el médico de la Universidad de Harvard, Aaron Bernstein, uno de los autores de «Sustaining Life: How Human Health Depends on Biodiversity», de inminente publicación.
"Pocos se dan cuenta de que nuestra salud está directamente vinculada a la salud del mundo natural", agrega Bernstein.
Él y su colega Eric Chivian escribieron y editaron contribuciones de un centenar de destacados científicos para crear "Sustaining Life…" (en español, "Sostener la vida: Cómo la salud humana depende de la biodiversidad"), lanzado el 23 de abril por Oxford University Press y disponible a partir de mayo.
Escrito para todo público, el libro recurre a las últimas evidencias científicas para sostener que la desaparición cotidiana de especies animales y vegetales constituye para la humanidad una amenaza igual o mayor que el cambio climático.
Los fármacos, las investigaciones biomédicas, el surgimiento y la propagación de enfermedades infecciosas y la producción de alimentos en la tierra y los océanos dependen de la biodiversidad.
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El libro menciona siete grupos de especies amenazadas, entre ellas tiburones, osos, primates y anfibios, que poseen "un valor tremendo para la medicina y la ciencia".
Entre estos están los caracoles cónicos o simplemente conos (de la familia Conidae), especies tropicales cuyo veneno posee decenas de miles de poderosas sustancias llamadas péptidos —breves cadenas de aminoácidos—, que se emplean en investigaciones médicas.
"Usando péptidos de caracoles cónicos aprendimos mucho sobre cómo funcionan nuestros cerebros", ejemplificó Bernstein.
Además, el primer avance en años en la lucha contra el dolor procede de estos moluscos.
Treinta y tres por ciento de pacientes con cáncer terminal y VIH (virus de inmunodeficiencia humana, causante del sida), con los cuales no funcionan ni los opiáceos más fuertes, dejaron de sufrir gracias a un péptido bloqueador del dolor extraído del veneno de esos caracoles.
Otros péptidos se usan en pruebas clínicas muy promisorias para tratar la diabetes, entre varias enfermedades, agrega Bernstein.
Los caracoles cónicos sólo viven en arrecifes de coral, pero entre un tercio y la mitad de los arrecifes del mundo corren riesgo de muerte por enfermedades, contaminación y el cambio climático.
Los cangrejos de herradura (Limulus polyphemus) proporcionaron la base para detectar si medicamentos inyectables están contaminados. También son cruciales para comprender la visión humana, señaló Bernstein. Pero su hábitat limitado y su necesidad de playas donde desovar los hacen vulnerables a la contaminación y a las alteraciones generadas por los humanos.
Los anfibios han sido fuente de nuevos tratamientos para la presión alta arterial, y podrían suministrar sustancias para combatir el dolor e impedir que las bacterias se vuelvan resistentes a los antibióticos, lo que constituye una seria preocupación en todo el mundo.
Sin embargo, los anfibios son los organismos más amenazados del planeta: casi un tercio de las 6.000 especies conocidas están en peligro de extinción y más de 120 desaparecieron en las últimas décadas.
Los medicamentos constituyen apenas una pequeña parte del papel que la biodiversidad juega en el bienestar humano. Sin los insectos, "la mayoría de los ecosistemas terrestres del mundo colapsarán y buena parte de la humanidad perecerá con ellos", escribe Edward O. Wilson, el famoso experto de Harvard en el prólogo del libro.
Wilson también observa que cuatro millones de especies de bacterias pueden hallarse en una tonelada de suelo fértil y que la mayoría de nuestras células "no son humanas sino bacterianas: 700 especies viven solamente dentro de nuestras bocas".
Los científicos estiman que hay entre tres millones y 30 millones de especies de plantas, animales, hongos y bacterias, etcétera, pero apenas 1,4 millones han sido identificadas.
Hasta 30 por ciento de todas las especies del planeta podrían desaparecer para 2050 por actividades humanas insostenibles —deforestación, destrucción de hábitat y cambio climático—, según la Evaluación de Ecosistemas del Milenio 2006, un esfuerzo de investigación internacional de cuatro años de duración.
"Se podría llegar a la extinción de la mitad de todas las especies para 2050", dice el ecologista Stuart Pimm, de la estadounidense Universidad de Duke, quien participó en la investigación.
Aunque los humanos podrían adaptarse al recalentamiento global, la naturaleza no puede cuando el cambio es rápido. Y es improbable que consigamos reemplazar los servicios que la naturaleza nos brinda.
"La mayoría de la gente no es consciente de este peligro", dijo Pimm a Tierramérica. Las soluciones para el cambio climático deberían preservar y potenciar la biodiversidad, no dañarla.
Como muchas regiones del mundo, entre ellas América Latina, grandes áreas de la costa oriental de Sudáfrica perdieron su vegetación nativa por cultivar eucaliptos exóticos. Aunque esos árboles absorberán carbono de la atmósfera, ayudando a combatir el cambio climático, la pérdida del ecosistema original tiene consecuencias mucho más graves.
"Hay que plantar decenas de millones de árboles, pero tienen que ser especies nativas para potenciar la biodiversidad", ejemplificó Pimm.
Deforestar para plantar vegetales destinados a biocombustibles es otra muy mala solución al cambio climático; hay que pagar a los países para que frenen la deforestación, opinó.
"Cuando se la informa sobre esta crisis, la gente se muestra ansiosa por actuar, pero no sabe qué hacer", dijo Pimm.
El libro posee un capítulo sobre acciones, incluyendo una lista de 10 puntos principales. Los primeros tres son usar transporte público o bicicleta o ir a trabajar caminando una vez por semana; comprar alimentos orgánicos locales o cultivarlos por uno mismo; evitar comer camarones o salmones cultivados.
Muchas recomendaciones buscan reducir las emisiones de carbono, pero incluso cultivar especies nativas en los jardines y reducir el uso de agua son pasos importantes para preservar la biodiversidad, opina Bernstein.
Claro, "también necesitamos políticas gubernamentales para proteger los sistemas naturales; muchos hacen exactamente lo contrario", agrega.
"Finalmente, necesitamos una nueva cultura que valore, conserve y proteja la biodiversidad. Esa cultura ya existe cuando se trata de nuestra salud. Ahora nos toca comprender que esa salud depende de la del mundo natural", concluye.
* El autor es corresponsal de IPS. Este artículo fue publicado originalmente el 26 de abril por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.