Expertos en agricultura que representan a 60 gobiernos exploran esta semana en esta ciudad sudafricana vías para garantizar la seguridad alimentaria mundial.
El plenario intergubernamental de la Evaluación Internacional del Conocimiento, la Ciencia y la Tecnología en el Desarrollo Agrícola (IAASTD), que comenzó este lunes y terminará el próximo sábado, transcurre en un contexto de suba en el precio de los alimentos y con cientos de millones de pobres que padecen hambre en todo el mundo.
En 2007, el precio del maíz se incrementó 31 por ciento, el de la soja, 87 por ciento, y el del trigo, 130 por ciento. Las reservas de granos están en su nivel más bajo y el contenido de los silos sólo alcanzaría para 40 días de abastecimiento.
La producción de alimentos debería duplicarse en los próximos 25 a 50 años para alimentar a los 3.000 millones de habitantes que se sumarán a la población del planeta para 2050.
"El problema de cómo alimentar al mundo no puede ser más urgente", remarcó el director de la IAASTD, Robert Watson, jefe de científicos del Departamento de Ambiente y Agricultura de Gran Bretaña.
Los resultados de la IAASTD, cuya investigación insumió tres años, indican que el modelo corporativo hoy dominante en la agricultura moderna debería cambiar radicalmente si se pretende evitar una crisis social mundial y el colapso ambiental, explicó.
"La agricultura deja su huella en las grandes cuestiones ambientales: cambio climático, biodiversidad, degradación del suelo, calidad del agua, etcétera", señaló Watson.
La IAASTD reunió a más de 400 científicos dedicados a estudiar el conocimiento disponible de prácticas agrícolas, para encontrar mecanismos que dupliquen la producción de alimentos en los próximos 25 a 50 años y de forma sustentable.
Una de las conclusiones a la que llegaron los expertos es que el desafío obliga a combinar los conocimientos locales y tradicionales con los saberes formales.
Los científicos realizaron cinco evaluaciones regionales, un documento de síntesis y un resumen ejecutivo para los responsables de diseñar las políticas en la materia.
En el proceso participaron delegados de 30 países del Norte industrializados y del Sur en desarrollo, representantes de la industria de pesticidas y de biotecnología y de una amplia gama de organizaciones internacionales no gubernamentales, como la ambientalista Greenpeace y la humanitaria Oxfam.
También se organizaron conferencias para recabar la opinión de organizaciones de productores y consumidores, así como de otros actores del sector privado.
Pero las mayores compañías de pesticidas y de biotecnología, Syngenta y BASF, y su asociación industrial Crop Life International, abandonaron el proceso el año pasado.
Las empresas alegaron que el borrador del documento final mostraba demasiada cautela hacia los posibles riesgos de los cultivos genéticamente modificados y demasiado escepticismo acerca de sus beneficios.
"Es una pena que se hayan retirado", señaló Josh Brandon, del capítulo canadiense de Greenpeace. "No creo que estén acostumbrados a trabajar con una gran variedad de actores en un mismo plano de igualdad."
Brandon aplaudió a los científicos que participan en la IAASTD, por la atención que brindaron a los problemas presentados por la biotecnología y la revolución verde, como las patentes de semillas y la contaminación genética, del aire y del agua por el uso de pesticidas.
El término "revolución verde" fue acuñado en 1968 por William Gaud, entonces administrador de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, en alusión a la creciente producción agrícola observada en América Latina y Asia entre los años 40 y 60 gracias a un mayor uso de fertilizantes y mejores variedades de cultivos, entre otras variables.
Pero al politólogo y especialista en políticas agrícolas Robert Paarlberg, de la estadounidense Universidad de Harvard, le preocupa la forma en que la IAASTD trató el asunto de la biotecnología.
En especial, Paarlberg cuestionó la evaluación para la región de África subsahariana porque parece escrita por activistas que "creen que la revolución verde fue una tragedia, no lo que permitió sacar a cientos de millones de personas de la pobreza y evitar que pasaran hambre en Asia".
El especialista, que no participa en la IAASTD, publicó hace poco el libro "Starved for Science: How Biotechnology Is Being Kept Out of Africa" ("Hambrientos por la ciencia: Cómo la biotecnología queda afuera de África").
Paarlberg atribuyó la pobreza y el hambre en África, en buena medida, a que sus prácticas agrícolas no recogen las mejoras de la ciencia, incluida la moderna biotecnología.
En cambio, la socióloga Harriet Friedman, de la Universidad de Toronto, replicó que la IAASTD se basa en hallazgos científicos, no en opiniones.
"La industria de la biotecnología y sus defensores tienen una visión muy estrecha de la agronomía", sostuvo Friedman, una de los editores de la evaluación.
Las evaluaciones se concentran en mejorar la sustentabilidad agrícola y la producción a pequeña escala, en la que no se investiga por falta de financiamiento.
Paarlberg señaló que la inversión estadounidense en investigaciones agrícola para África cayó sustancialmente en los últimos años, al igual que la del Banco Mundial, uno de los mayores patrocinadores de la IAASTD junto a agencias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Además de estudiar cómo alimentar al mundo, la evaluación se concentra en brindar apoyo a las comunidades más pobres mediante tecnología y conocimientos de agronomía, indicó Cathy Holtslander, de la coalición canadiense Más allá de la Agricultura Industrial.
El documento final que se presentará el próximo sábado al término del encuentro se propone ofrecer una guía para los gobiernos respecto del desarrollo de la agricultura en el futuro.
"No es necesario que todos los gobiernos acepten los resultados de la evaluación", indicó Friedman. "Se trata de un cambio radical en la conciencia pública."