ECONOMÍA: Una mano para salvar al mercado, pero que se vea

El neoliberalismo se marchita lentamente. Al menos, si se lo define como ideología que propone reducir y despreciar el papel de los gobiernos y que promueve el libre mercado.

Aunque prácticamente todo el mundo reconoce hoy que el mercado es un instrumento interesante, el fundamentalismo dogmático se encuentra en retirada. Si se quieren evitar graves problemas no existe realmente otra alternativa.

La explosión de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, causada por la especulación con hipotecas de alto riesgo, es un ejemplo clásico sobre la forma en que la ausencia total de regulaciones alimenta los desastres financieros.

Se permitió a los bancos y otras instituciones financieras otorgar préstamos baratos al comienzo, pero cuyos intereses aumentaban fuertemente con el paso de los años. No hacía falta tener una gran imaginación para pronosticar lo que ocurriría.

De todos modos, familias pobres que no estarían en condiciones de afrontar esos incrementos fueron tentadas a tomar esas hipotecas.
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Esto contribuyó a disparar el valor de las viviendas. Sus propietarios se sentían tan ricos que comenzaron a endeudarse ofreciéndolas como garantía. La burbuja inmobiliaria infló, así, una burbuja de consumo.

A su vez, deudores ya con problemas para pagar sus créditos hipotecarios pudieron tomar nuevos préstamos, respaldados por el inflado valor de sus propiedades, con el objetivo de pagar los primeros, imposibilitados de hacerles frente.

Esto sólo fue posible mientras los precios de las viviendas subían. Cuando se frenó el ciclo, todo el edificio se desmoronó.

Las instituciones que otorgaron las hipotecas de riesgo pudieron seguir en el juego porque éstas fueron constantemente empaquetadas dentro de productos financieros cada vez más complejos, los llamados "derivativos", que fueron pasados a otros tomadores especulativos.

De hecho, eran tan complejos, y el cálculo de su evolución tan inasible, que hasta los mayores bancos del mundo —entre ellos el Citibank, Merrill Lynch y JP Morgan— perdieron miles de millones de dólares con estas hipotecas de riesgo.

La paradoja es que estas joyas de la corona del capitalismo debieron ser salvadas del colapso con dinero procedente de fondos de inversión soberanos de China y los países árabes, así llamados porque están controlados por el Estado.

La consecuencia práctica es que millones de estadounidenses perderán sus hogares y que la recesión en ese país afectará el crecimiento de la economía mundial.

En Gran Bretaña hubo una corrida contra el banco Northern Rock, cuya aparente debilidad impulsó a los ahorristas a retirar su dinero, por temor a perderlo. La firma debió ser nacionalizada, a un costo de más de 100.000 millones de dólares, para asegurar que no ocurriera lo peor.

La saga todavía no llegó a su fin. Los magos de las finanzas se han ocupado de interrelacionar tan estrechamente a los distintos sectores de la actividad que la pérdida de confianza se extiende a todos y nadie sabe exactamente dónde terminará todo esto. La historia es ahora bien conocida en el mundo de las finanzas: los entes reguladores se negaron o no se animaron a intervenir, y la crisis se agudizó.

Una de las razones que explican este comportamiento es que quienes deben controlar a los bancos tienen estrechos vínculos con ellos, porque han sido parte del sistema en una etapa previa de sus carreras.

Varios funcionarios estadounidenses, incluso miembros del gabinete de gobierno, dieron el salto hacia sus cargos desde sus oficinas corporativas en Wall Street. Pero esto también ocurre a nivel mundial.

Se supone que el Fondo Monetario Internacional (FMI) debe vigilar la economía global y el sistema financiero, pero ha tenido problemas para hacerlo.

"Antes, el FMI y el Banco Mundial mantenían la distancia con los bancos privados. Querían demostrar su independencia. Temían ser influenciados. Esto ha cambiado: ahora compartimos la misma visión pero tenemos diferentes papeles", dijo en 2004 Cees Maas, entonces presidente del banco holandés ING y vicepresidente del Instituto Internacional de Finanzas, la asociación mundial de bancos.

El problema de compartir una idéntica visión y tener un estrecho contacto es que los funcionarios públicos enfrentan problemas para mantener la distancia. No se atreven a interferir en las ganancias de los magos de las finanzas.

Las ganancias de las compañías financieras pasaron de cinco por ciento del total cosechado por las empresas privadas en 1982 a 41 por ciento en 2007, aunque su porción del valor agregado corporativo sólo pasó de ocho a 16 por ciento.

Las compañías financieras representan 27 por ciento del valor global de todas las bolsas del mundo. Esto es mucho más de lo que aportan a la economía.

"La explosión de los instrumentos financieros comenzó en los años 70. Dejaron de ser un instrumento para convertirse en la esencia de la economía de Estados Unidos", dijo Geert Noels, del banco de inversión belga Petercam.

El FMI no sólo está muy ligado a los banqueros, sino que también se encuentra en una posición de debilidad frente a los países ricos que no necesitan su dinero.

Varios directores del Fondo vieron y ven los riesgos que presenta el enorme desequilibrio entre China y Estados Unidos. Aunque el artículo 1 de la carta de la institución dice que su propósito es "acortar la duración y reducir el grado de desequilibrio en la balanza de pagos de sus miembros", el FMI no ha sido capaz de inducir a estos países a modificar sus políticas.

Por lo tanto, China ha estado acumulando los miles de millones de dólares que ganó gracias a su superávit comercial con Estados Unidos. En lugar de cambiarlos por la moneda local, el yuan, para su uso en el mercado doméstico, los conserva como reservas internacionales.

Esto mantiene el tipo de cambio del dólar relativamente alto y el del yuan relativamente bajo, lo que contribuye a exacerbar el desequilibrio comercial. A los chinos les resulta caro comprar productos estadounidenses, y a los estadounidenses barato importar bienes chinos.

Gran parte de esta montaña china de dólares ha sido prestada al gobierno de Estados Unidos, cuando busca dinero para financiar su déficit fiscal y, más recientemente, para comprar acciones de bancos en apuros.

Ambos países presentan ahora marcadas asimetrías. Estados Unidos tiene una muy baja tasa de ahorro interno, presta dólares y gasta más de lo que gana, estimulando de esta forma la economía mundial y, especialmente, las exportaciones chinas.

Por su parte, la economía china tiene una alta tasa de ahorro interno y es fuertemente dependiente de sus exportaciones, que le deparan un superávit comercial cada vez mayor con Estados Unidos y, últimamente, también con la Unión Europea (UE).

El año pasado, el comisario de Comercio de la UE, el británico Peter Mandelson, dijo que el déficit comercial del bloque con China crecía a un ritmo de 15 millones de euros (22,9 millones de dólares, a la cotización actual) por hora.

Esta tendencia no puede continuar. La pregunta del millón es cómo puede revertirse.

Un cambio brutal de políticas podría constituir un golpe devastador para la economía mundial. ¿Qué pasaría si los chinos se desprendieran de una buena parte de sus más de un billón de dólares de reservas, para pasarlas a otra moneda, y se desploma así el valor del dólar en los mercados internacionales? Nadie lo sabe.

Incluso los más acérrimos defensores de la globalización ahora ven claro lo que ha estado ocurriendo.

Martin Wolf, jefe de la sección económica del diario británico The Financial Times, comentó en la edición del 6 de febrero: "No tenemos más alternativa que tratar de regular el sector financiero".

"Una actividad que produce inmensas recompensas para los que están en el negocio y reiteradas crisis para los cientos de millones de espectadores inocentes es políticamente inaceptable en el largo plazo", agregó.

"Quienes desean que la globalización motorizada por el mercado prospere, deben reconocer que éste es su talón de Aquiles. Una acción efectiva debe tomarse ahora, antes que se produzca una crisis global mayor", sostuvo Wolf.

Esto no es nuevo. Durante la Gran Depresión (1929-1940), el presidente de Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt (1933-1945), dijo que el dinero era algo demasiado importante como para dejarlo en manos de los banqueros.

Una vez más, la política deberá vencer la resistencia del mundo de las finanzas, que ve el dinero sólo como un camino para embolsar una ganancia.

Esto debe cambiar. El dinero está para servir a la economía y la sociedad, y no al revés, como ha estado ocurriendo. La única opción es imponer más regulaciones al mercado financiero, para asegurar que el sector sirva al bienestar de los ciudadanos.

Un aspecto importante sería que las ganancias de los ejecutivos de los bancos se vinculen con el desempeño de sus instituciones en el largo plazo, no con el incremento de la cotización de sus acciones en la Bolsa en el corto plazo.

Una vez más, las regulaciones deberán proteger al capitalismo de sí mismo.

La ex primera ministra británica Margaret Thatcher (1979-1990) dijo que no existía alternativa al modelo neoliberal que ella reinventó. La única opción, ahora, es poner en vigor mejores regulaciones y hacer que se cumplan. Salvo, claro, que se quiera correr el riesgo de una crisis global de consecuencias impredecibles.

* John Vandaele es periodista de la revista belga Mo y autor de varios libros sobre la globalización. El más reciente es "The Silent Death of Neolineralism" —"La Silenciosa Muerte del Neoliberalismo"—, publicado en 2007).

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