En la misma tarde del funeral de su abuelo, Ismael se encaminó hacia las rocas del mar, cerca del antiguo faro de esta sudoccidental ciudad libanesa, y miró por sobre las aguas embravecidas. Saludó a unos amigos que pasaban y encendió la mecha de la dinamita que llevaba en su mano.
No puede recordar mucho sobre la explosión que tuvo lugar después. Apenas que no veía ni sentía nada. Evoca su pánico al contarles a los médicos de la Cruz Roja que sus manos quedaron destruidas y que ellos le dijeron que no se preocupara.
Fue luego de múltiples operaciones de emergencia en un hospital de Beirut que se dio cuenta de que sus dos brazos habían sido amputados hasta las muñecas, y que había perdido un ojo.
Tres años después, Ismael está sentado en una de las bulliciosas cafeterías llenas de humo que abundan a lo largo de la antigua bahía pesquera. Juega a las cartas y fuma con la ayuda de amigos, mientras espera que le efectúen una operación para colocarse una prótesis.
Él es un recordatorio viviente de cuán peligrosa puede ser la pesca con dinamita en Líbano.
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"Todos los pescadores de aquí son pobres y su trabajo es muy difícil", dijo el presidente del sindicato de pescadores de Tiro, Khalil Taha, que representa a una población de cristianos y musulmanes de unos 600 hombres y 200 embarcaciones en un pueblo dominado por chiitas.
"En el pasado tuvimos que tratar con los botes israelíes (durante la ocupación del sur de Líbano). Desde 2000 no tenemos a los israelíes, pero los pescadores trabajan de manera ilegal: sus pequeñas redes no están permitidas y han destruido el mar con dinamita", agregó.
"No tenemos más peces. Ahora el mar Mediterráneo es pobre. Pero tampoco tenemos al gobierno para ayudar", se lamenta, en alusión a la actual crisis política en Beirut, que tiene paralizado al país desde hace un año.
Los estrechos callejones y las casas de piedra blanqueada desmoronándose que rodean al antiguo puerto pesquero constituyen el vecindario más pobre de Tiro.
"Hasta los años 50, todos vivían en la parte vieja. Pero en los años 60 había muchos servicios extra y los ricos comenzaron a irse a la parte nueva. Así que se quedaron las clases más pobres, cuyas casas fueron heredadas, especialmente los pescadores", relata Alí Bedawi, cuidador de sitios históricos de Tiro y de un fondo de 2,5 millones de dólares del Banco Mundial para rehabilitar la bahía.
Su frágil subsistencia fue subrayada durante el conflicto de julio-agosto de 2006 con Israel, cuando la violencia les impidió trabajar durante dos meses. "Luego Hezbolá dio 300 dólares a cada familia de pescadores en Líbano", recordó Taha, quien iza la bandera amarilla de ese movimiento chiita prosirio sobre la destartalada oficina del sindicato.
"El gobierno nos dijo que nos daría 2.000 dólares a cada pescador a lo largo de 10 meses. Sin embargo, nos los dio durante dos meses y después paró. Así que fuimos a Beirut y les preguntamos por esto, y nos respondieron que no tenían más dinero. Pero sabemos que sí lo tienen, mientras que nosotros no", continúa.
El oficio de la pesca es transmitido de generación en generación, y hombres acostumbrados a trabajar duro, como Raymond Khoury, de 23 años, llevan a sus hogares un promedio de 10 dólares diarios.
Khoury sacrificó sus estudios por la pesca en los últimos ocho años, lo que le permitió ahorrar 4.500 dólares para comprar su propia "fluka" —pequeña nave pesquera de madera— y mantener a su esposa e hijo.
Cargado con las pequeñas redes que se hallan en la mayoría de los botes aquí, cada día parte alrededor de las tres de la madrugada y viaja hasta seis tormentosas millas náuticas mar adentro.
Cerca del cordón de barcos de la misión de paz de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) anclados en costa libanesa, Khoury trabaja ocho horas con su hermano menor para alcanzar una captura aceptable antes de regresar al puerto.
"Los pagros son los (peces) que generan la mayor parte del dinero. Así que si los pescadores venden tres kilogramos a 30 dólares al final de su trabajo, y gastan un tercio en gasóleo, se dividen entre ellos los 20 dólares restantes", explicó Sarjoun Mbayed, ex pescador de Tiro que hace poco trabajó para la organización italiana Recerca e Cooperazione buscando maneras de mejorar la vida de la comunidad pesquera.
Mbayed cree que el mercado pesquero de Tiro tiene problemas profundos. "El vendedor de pescado presta a cada uno de los pescadores unos 300 dólares anuales por concepto de redes y mantenimiento, y a cambio los pescadores tienen que venderle exclusivamente a él con descuento. Aquí hay cuatro o cinco grandes mercados, y cada uno presta entre 10 y 15 botes. Con los pagros, por ejemplo, el vendedor de pescado paga 10 dólares por kilogramo, que vende al doble de ese precio", señala.
La combinación de un número cada vez mayor de pescadores en el mar, magros ingresos y pocas regulaciones gubernamentales, solamente alentó el uso de la dinamita, así como de pequeñas redes indiscriminadas para embolsarse las ganancias de un día.
Esto, a cambio, está destruyendo el lecho marino y vaciando rápidamente el océano de peces, a los que no se les da la oportunidad de reproducirse.
"Los pescadores necesitan dejar de trabajar por tres meses con compensación del gobierno, para que los peces estén repuestos en marzo, abril y mayo", dijo Charbel Doro, chef en el popular restaurante Phoenician y él mismo pescador durante años.
Mbayed cree que un sistema de remates para reemplazar a los vendedores de pescado es otro imperativo para romper el círculo vicioso. Como ocurre con el bullicioso mercado de Sidón, hacia el norte, una cooperativa fuerte podría vender directamente al comprador y generar más dinero por menos producto.
"Si se les pregunta a los pescadores qué necesitan y qué quieren, ellos dirán que el remate. Sin embargo, el monopolio de los vendedores de pescado es fuerte. Nadie ayuda al pescador, no sé por qué. Las fuerzas políticas en Líbano quieren que los pescadores sean débiles", dijo Mbayed.
Para el próximo verano boreal hay en planes un proyecto de aburguesamiento para atraer turistas, y el sistema hídrico y de saneamiento ya fue reemplazado. No obstante, la mayoría de los pescadores pronostican que el impacto en sus vidas será mínimo, y el aumento de los alquileres —ahora alentado por la mudanza de cascos azules a la ciudad— incluso puede hacer que algunos se vayan.
"El problema real es que ya no hay peces. Y pienso que en 10 años la pesca se detendrá. Una vez conocí a un experto italiano que me preguntó sobre los peces y qué métodos usábamos para su captura. Le dije cuantos pescadores trabajaban entre Sarafand y Naqoura (hacia el norte y el sur de Tiro, respectivamente). Entonces sonrió y dijo: 'Usted tiene suerte de encontrar agua salada'", relató.