La decisión de Estados Unidos de destruir con un misil a uno de sus satélites espías fuera de control aumentó la preocupación de China y Rusia de que Washington busca afirmar su dominio espacial.
Beijing y Moscú no se convencen de la explicación dada por el Pentágono de que decidió derribar el antiguo satélite para proteger las áreas pobladas de posibles materiales que cayeran a tierra si éste ingresaba la atmósfera, y sobre todo de la media tonelada de productos tóxicos que pudieron haberse liberado si el tanque de combustible impactaba sobre el planeta.
"Hasta ahora, en toda la historia de la era espacial, ningún objeto hecho por el hombre ha herido a alguien", señaló Michael Krepon, director del Proyecto de Seguridad Espacial, del Centro Henry L. Stimson en Washington, entrevistado por el diario The Baltimore Sun, luego de que el Pentágono informara el exitoso derribo del satélite con un misil lanzado desde un barco militar en el océano Pacífico.
La razón para el derribo, de proteger a la población, "no es para nada convincente", indicó.
De hecho, hace tres semanas, el portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Gordon Johndroe, admitió ante periodistas que el satélite L-21 —lanzado en forma secreta por la Oficina Nacional de Reconocimiento en 2006, pero que aparentemente falló poco después de quedar en órbitano suponía una significativa amenaza a la vida humana.
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"Dado que 75 por ciento del planeta está cubierto por agua y gran parte de la tierra no está habitada, la probabilidad de que el satélite o cualquier material cayera en áreas pobladas es muy pequeña", dijo a periodistas el 28 de enero, apenas se supo que el Pentágono anticipaba que el L-21 podría salirse de órbita alrededor del 1 de marzo.
Sin embargo, la semana pasada, el Pentágono pareció cambiar su tono, insistiendo que el riesgo para las vidas humanas era los suficientemente grande como para destruir el satélite sobre el océano.
El anuncio del Pentágono desató muestras de preocupación tanto de China como de Rusia, que apenas dos días antes habían presentado en forma conjunta en la Conferencia de Desarme de la Organización de las Naciones Unidas, en Ginebra, una propuesta para hacer más estricto el tratado de 1967 que prohíbe el desarrollo de todo tipo de armas para ser usadas en el espacio.
Aunque el disparo del misil del miércoles —cuya precisión aún no ha sido detallada— no viola técnicamente ese acuerdo, sí despierta dudas sobre las intenciones de Washington en el espacio, a pesar de los esfuerzos del gobierno de George W. Bush para aclararle a Moscú y a Beijing que sus motivos eran meramente humanitarios.
El lanzamiento del misil interceptor SM-3 implicó el uso de un sistema de radares de la Armada estadounidense, diseñado para derribar misiles balísticos de mediano alcance, para lo cual es necesario un programa informático antisatélites especial, explicó Deborah Bain, del Fondo Ploughshares, una organización filantrópica por el desarme con sede en el occidental estado estadounidense de California.
"El punto es que el programa informático no era tan difícil de desarrollar, y ahora existe", escribió la experta en el sitio web de Ploughshares.
"Y mientras el misil SM-3 no tiene el rango para alcanzar con seguridad a la mayoría de los satélites activos, sí lo poseen los misiles interceptores del sistema de defensa terrestre intermedia (Ground-Based Midcourse)", indicó.
Todo esto "incrementa la preocupación sobre los misiles de defensa y los planes espaciales de Estados Unidos", añadió.
La tecnología utilizada el miércoles tiene una gran gama de posibilidades de aplicación en el espacio, que inquietan a Moscú y Beijing, según los expertos.
"Hay una verdadera preocupación de que Estados Unidos está procurando desarrollar armas espaciales disfrazadas dentro de otros sistemas", dijo David Wright, de la Unión de Científicos Responsables (Union of Concerned Scientists), al periódico The Washington Post antes del disparo del misil que, añadió, "inflama a aquellos que piensan que debemos desarrollar nuestra capacidad antisatelital".
La inquietud sobre las intenciones de Estados Unidos en el espacio aumentó en especial desde que Bush prometió renunciar al Tratado sobre Misiles Antibalísticos de 1972 con Moscú durante su campaña para la reelección presidencial.
En diciembre de 2002, anunció formalmente que Washington se retiraba del tratado, en el marco de una serie de medidas que culminaron con la invasión a Iraq cuatro meses después destinadas a liberar a la política exterior estadounidense de lo que Bush consideraba excesivas limitaciones legales internacionales.
En agosto de 2007, Washington anunció una nueva política espacial subrayando "la libertad de acción en el espacio" y su determinación a "disuadir a otros de limitar esos derechos o las capacidades de desarrollo para ejercerlos".