Rusia está envuelta en una nueva confrontación con la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), en vísperas de las elecciones presidenciales del 2 de marzo.
La OSCE, foro para el diálogo político, se niega a enviar observadores a los comicios a causa de las restricciones impuestas a su tarea. El presidente ruso Vladimir Putin respondió que "ya es tiempo" de reformar la organización.
Putin será reemplazado en marzo, ya que no puede aspirar a una segunda reelección, pero los analistas coinciden en señalar que continuará siendo el dueño del poder en Rusia.
Las disputas con la OSCE giran alrededor del número de observadores, el período de su trabajo y la metodología para supervisar los comicios.
Moscú invitó a un equipo de 75 personas, a partir del 28 de febrero. Los observadores, normalmente, comienzan su tarea dos meses antes de las elecciones, para poder supervisar la inscripción de candidatos, su acceso a los medios de prensa y la campaña electoral.
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Rusia impuso limitaciones similares en ocasión de los comicios parlamentarios de diciembre de 2007, cuando la OSCE también se negó a enviar observadores, a causa de la drástica reducción en su número y el tiempo durante el cual podían desarrollar sus funciones.
"Hay profundas razones políticas detrás de esta decisión. La OSCE está preocupada porque Rusia no cumple con los estándares electorales internacionales que se comprometió a respetar cuando se incorporó a la organización", dijo a IPS Yevgeny Volk, director de la oficina de Moscú del estadounidense centro de estudios conservador Heritage Foundation.
"Lo que preocupa a la OSCE es el excesivo uso de recursos del Estado a favor del candidato de Putin y sus ventajas para acceder a los medios de prensa, mientras que otros aspirantes a la presidencia no tienen esas oportunidades. La organización no quiere avalar una elección que no considera libre y justa", agregó.
Los observadores oficiales rusos y los de organismos internacionales alineados con Moscú, como la Comunidad de Estados Independientes, que nuclea a las ex repúblicas soviéticas, o la Organización de Cooperación de Shanghai, seguramente ofrecerán evaluaciones favorables.
"Los observadores independientes rusos, que representan a organizaciones no gubernamentales y los partidos de oposición, no tendrán acceso a información vital sobre el recuento de votos, ni acceso a los medios de prensa para articular su opinión", advirtió Volk.
"Esta es la diferencia entre ellos y los observadores de la OSCE, que sí tendrían acceso prioritario, y esta es la razón por la cual las autoridades no están muy preocupadas por los supervisores locales", agregó.
Algunos analistas dicen que Moscú y la OSCE están en una guerra de relaciones públicas.
"Observar la elección no tiene sentido, porque para empezar estos comicios carecen de significado. El sistema político en su conjunto no es democrático y, en este contexto, alguna irregularidad específica no hace la diferencia", dijo a IPS Boris Kargalitsky, director del Instituto de Estudios de la Globalización, con sede en Moscú.
Kargalitsky considera que ahora hay menos irregularidades que durante la presidencia del antecesor de Putin, Boris Yeltsin (1990-1999), pero sólo porque en ese momento "el proceso de nominación de candidatos no estaba controlado tan efectivamente como ahora".
Los observadores occidentales, agregó, "nunca encontraron nada grave, aunque el fraude generalizado era una práctica rutinaria. En este marco, no resulta sorprendente que los rusos no los extrañen en esta elección".
Mathias Roth, del Centro para Estudios de Políticas Europeas, con sede en Bruselas, cree que la decisión de la OSCE de no supervisar las elecciones rusas es correcta.
"Los principales organismos de control de comicios han establecido claras directivas sobre las condiciones mínimas que permiten determinar si la supervisión de una elección es posible o no. Una de ellas es la capacidad de enviar un número de observadores experimentados bastante antes del día de votación, para que evalúen la campaña y la organización de los comicios", afirmó.
Las elecciones presidenciales rusas, concluyó Roth, "deben ser vistas como una sucesión organizada y la transferencia nominal del poder a un miembro de la elite gobernante".