Cuba influyó poderosamente en la izquierda y en el conjunto de la vida política de América Latina y el Caribe por casi medio siglo y de una manera, si se quiere, desproporcionada con el tamaño de esa isla y la cantidad de sus habitantes.
La decisión de Fidel Castro, divulgada este martes, de renunciar finalmente a la presidencia de Cuba y de no postularse para nuevos cargos marcará probablemente una tendencia en sentido contrario, que se suma a la imposición de fórmulas políticas y económicas más pragmáticas dentro de los movimientos de izquierda en la región.
"Hace ya muchos años que Cuba no exporta revolución, y se aproxima a gobiernos con una concepción moderna del socialismo, como Brasil, por lo cual cabe esperar que América Latina ayude a la isla a situarse en las nuevas coordenadas marcadas por la globalización", dijo a IPS el analista político venezolano Manuel Felipe Sierra.
Sierra concuerda con Laurindo Leal Filho, profesor de la brasileña Universidad de Sao Paulo, en que no cabe esperar cambios acelerados o dramáticos en Cuba, "pero cada paso se sentirá en el conjunto de las relaciones entre la región y Estados Unidos".
Desde Washington y capitales europeas se multiplicaron las demandas de apertura de la isla hacia los cánones de las democracias pluralistas occidentales, mientras que el gobierno mexicano habló del retiro de Castro como un "acontecimiento de gran trascendencia", tras el cual llegará "una nueva etapa en la historia" de la isla.
Castro deja el poder mientras en Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador gobiernan pupilos o aliados políticos suyos, y en otros estados, como Argentina, Brasil, Chile, Uruguay o el Caribe anglohablante mandatarios de izquierda o centroizquierda aceptan sin reticencias trabajar junto a Cuba en esquemas de cooperación o intercambio.
Su figura, trayectoria, tesis y liderazgo han estado muy por encima de sus pares izquierda, de quienes fungió como referencia o guía el último medio siglo. "Es el único mito viviente de la humanidad", señaló el presidente de Brasil, el izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva.
El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, también había elogiado al líder cubano a fines de 2007, junto a su lecho de enfermo. "Fidel Castro es uno de esos hombres que nunca morirá, quedará vivo siempre, no sólo en Cuba sino en todos nuestros pueblos", indicó.
Chávez, presentado por medios de comunicación americanos y europeos como "heredero" regional del líder cubano, dejó transcurrir la jornada de este martes sin opinar sobre el retiro de Castro. Como es habitual, sus colaboradores más cercanos guardaron silencio, a la espera de que el jefe de la "revolución bolivariana" se pronuncie.
Tan sólo el joven ministro de Información, Andrés Izarra, comentó por radio que "se abre para Cuba un nuevo proceso en su estructura revolucionaria".
Castro tejió una sólida alianza política con Chávez desde que éste llegó en 1999 a la presidencia de Venezuela.
Hace tres años, ambos crearon la Alternativa Bolivariana de las Américas (ALBA), un esquema nacido como contraposición a la hoy casi olvidada Área de Libre Comercio de las Américas impulsada por Estados Unidos y diseñadas para la cooperación económica. Hasta ahora reúne a Bolivia, Cuba, Dominica, Nicaragua y Venezuela, con Ecuador y Haití como observadores.
El ALBA, cuya locomotora son los petrodólares venezolanos, tendrá en común un banco, empresas de energía y esquemas de cooperación alimentaria, en educación y salud. Chávez propuso ahora agregarle una fuerza armada y un pacto de asistencia militar recíproca en caso de ataque de Estados Unidos.
Esa inusitada propuesta venezolana al despuntar este año mostró que, en el firmamento de la izquierda, ya no es Cuba la fuente de propuestas osadas o vanguardistas, y que su realidad económica y social le hace buscar sobre todo nuevos acuerdos económicos.
Después de que a comienzos de los años 90 se derrumbó la Unión Soviética y el campo socialista europeo, Caracas ha sido el salvavidas de La Habana con sus aportes de combustible, empresas conjuntas, el uso de Cuba como intermediaria para muchas operaciones comerciales y el empleo en Venezuela de unos 30.000 médicos, paramédicos, maestros y entrenadores de la isla.
Mientras, Lula y la presidenta de Chile, la socialista Michelle Bachelet, expresaron satisfacción ante la decisión de Castro de hacerse a un lado para facilitar cambios de manera pacífica y progresiva en Cuba y en su relación con América Latina y el Caribe.
Así, la isla receptora de iniciativas políticas y cooperación económica desde tierra firme revierte lo que fue durante el medio siglo en que su historia y la de Castro se fundieron prácticamente en una sola. Tras el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, su ejemplo irradió a toda la región y pronto surgieron movimientos políticos y guerrilleros provistos no sólo de las ideas de cambio radical planteadas en La Habana, sino de sus estrategias y tácticas de lucha.
Nacía así el "castrocomunismo", que tuvo expresiones guerrilleras en la mayor parte de América en los años 60.
Sin embargo, hasta el derrocamiento de la larga dictadura nicaragüense de la familia Somoza tras la arremetida final del insurgente Frente Sandinista de Liberación Nacional en 1979, las guerrillas latinoamericanas fueron de derrota en derrota.
También los gobiernos que en esas primeras dos décadas apoyaron, fueron respaldados o llegaron a ser aliados antiimperialistas de La Habana de una u otra manera llegaron al poder por otras vías. Es el caso de la izquierdista Unidad Popular en Chile (1970-1973), el de Juan Velasco Alvarado en Perú (1968-1975), el de Omar Torrijos en Panamá (1968-1981) o el de Juan Bosch en República Dominicana (1963).
Las siguientes experiencias de "exportación" revolucionaria cubana también fueron derrotadas: los sandinistas en las urnas en 1990, tras sufrir un acoso militar insostenible de la llamada "contra" ultraderechista financiada por Washington, y la de los marxistas que siguieron a Maurice Bishop en Grenada, invadida en 1983 por Estados Unidos.
Luego Fidel Castro se distanció de América ibérica hasta fines de la década del 80 al centrar su atención en el Caribe anglohablante tejió buenas relaciones con gobiernos de izquierda moderada en Jamaica y Guyana— y, sobre todo, al acompañar con su ejército la política soviética sobre el tablero africano.
Un paréntesis fue su respaldo a Argentina en su guerra de 1982 contra Gran Bretaña por las islas Malvinas.
Su regreso a la escena regional se hizo al asistir a la investidura de gobernantes en México, Venezuela, Ecuador y luego otros países desde hace unos 20 años. También con su asistencia a las cumbres iberoamericanas impulsado por España y Portugal.
Ya hacía tiempo que Castro había renunciado a influir directamente en partidos o movimientos sociales de América Latina. Apenas si acompañó las luchas contra el pago de la deuda externa.
Concentrada en sus problemas económicos derivados de la pérdida de apoyo y comercio con la desaparición de la Unión Soviética y bajo el boicot que le aplica Washington desde hace casi 50 años, Cuba recibió las nuevas victorias izquierdistas en las urnas desde fines de los años 90 cuando ya había agotado su capacidad de torcer el rumbo de la política regional.
Ahora, todo parece indicar que los nuevos amigos y aliados, izquierdistas pero producto de un juego democrático pluralista, serán quienes influyan para justificar, cuando no acompañar, los cambios políticos y económicos que se esperan en Cuba.