AMÉRICA CENTRAL: Rosas del hampa

Alrededor de 40 por ciento de los miembros de las pandillas juveniles en El Salvador, Guatemala y Honduras son mujeres, según un estudio difundido este martes que advierte el fracaso de los gobiernos en la lucha contra esos grupos «empleados como mano de obra del narcotráfico y el crimen organizado».

La participación de las mujeres en las maras, como son llamadas las pandillas en la región, "alcanza niveles importantes y su posición en ellas es subalterna", afirmó la embajadora de Suecia en Guatemala, Ewa Werner.

El informe, "Maras y Pandillas, Comunidad y Policía en Centroamérica", está basado en 3.402 entrevistas a "mareros" en libertad y prisión, ex pandilleros, familiares, vecinos, policías, comerciantes y víctimas.

En Guatemala existen maras compuestas sólo por mujeres, según 19 por ciento de las pandilleras entrevistadas.

Las políticas de prevención "deberían tener en cuenta las necesidades particulares" de estas jóvenes, aconseja la investigación que estuvo a cargo de la consultora Demoscopia, con el auspicio del Banco Centroamericano de Integración Económica y la Agencia Sueca de Cooperación Internacional para el Desarrollo.
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El trabajo ilustra cómo en El Salvador, Guatemala, y Honduras las maras son instrumentos de las mafias y revela el papel cómplice de la policía, cuyos "bajos salarios" se complementan con los sobornos de los pandilleros.

Las políticas predominantemente represivas implementadas hasta ahora en América Central no son una solución al problema, declaró Werner, quien privilegió los programas de prevención y rehabilitación, junto con medidas de apoyo comunitario.

La "mano dura" y la pena de muerte no dan resultado, aseguró.

El presidente socialdemócrata de Guatemala, Álvaro Colom, afirmó el miércoles pasado que no indultará a los condenados a muerte, reestableciendo así la pena capital que estaba en suspenso desde 2000.

Una ley restituyó la semana pasada facultad del Poder Ejecutivo de aplicar el "derecho de gracia", abriendo así de hecho la puerta para la reanudación de las ejecuciones al eliminar un vacío legal que impedía concretarlas. Fue aprobada casi por unanimidad luego de que las maras mataron por lo menos a 10 chóferes de autobuses, a quienes pretendían extorsionar.

El estudio divulgado este martes revela que la imagen de la policía es desfavorable entre los consultados en la región, aunque Costa Rica y Nicaragua se distinguen como sociedades en las que el problema de las maras es menos serio.

El escenario más crítico lo presenta Guatemala, donde casi 70 por ciento de los entrevistados se declaró insatisfecho con la policía: 48 por ciento dijo que no actúa para controlar la actuación de las pandillas en los barrios y 50 por ciento declaró que los agentes son cómplices y proveen de armas a las maras.

En Guatemala, donde 51 por ciento de sus 13 millones de habitantes viven bajo la línea de pobreza, existen altos niveles de violencia y un frágil sistema de justicia, lo cual deriva en una considerable impunidad.

El estudio sugiere medidas concretas como aumentar los salarios y formación de los policías y mejorar su relación con la comunidad, además de adoptar mecanismos que faciliten la denuncia anónima de prácticas corruptas.

Los investigadores también concluyeron que la tolerancia hacia los pandilleros en las prisiones puede ser un factor que agrava el problema.

"Hay un enclave de poder de las maras dentro de las cárceles", afirmó el filósofo Jorge Sanabria, quien participó en la elaboración del informe.

Werner observó que las cárceles "están superpobladas, con altos niveles de violencia y sirven como escuelas de criminalidad en las que la estructura de las maras se consolida".

Testimonios de los pandilleros hicieron referencia a los fondos que los "mareros" en libertad proporcionan a los detenidos, quienes tienen acceso así a drogas, teléfonos celulares y, en casos particulares, a armas de fuego.

"La relación entre las maras y las redes del narcotráfico se está intensificando de forma rápida, constante y está en crecimiento como consecuencia de la retirada del Estado y de la corrupción política, económica y social", advirtió el estudio.

En los últimos cuatro años, las maras "han desarrollado una organización militar y empresarial", agregó.

Una de las formas más comunes de financiación de las pandillas es el cobro de servicios de protección e "impuestos" a vecinos y comerciantes, afirma el informe, que también destaca que frecuentemente el "marero" presenta sus acciones como una defensa del barrio al que le exige los sobornos.

En lo que va de año han sido asesinados al menos 10 chóferes de autobús por negarse a pagar sobornos a los pandilleros y cientos de personas se han visto obligadas a abandonar sus barrios y cerrar sus negocios ante las amenazas de estos grupos.

Ante el peligro de ser identificados fácilmente por las autoridades, los mareros entrevistados afirmaron que existe una tendencia a abandonar sus símbolos de identidad, en particular los tatuajes, que son uno de los elementos más visibles del estilo de las pandillas.

"No le puedo dar porcentajes, pero hay estigmatización por parte de la sociedad hacia los jóvenes mareros o tatuados. Cuando ven a un joven tatuado piensan que es un delincuente", dijo un integrante de la Corte Suprema de Justicia de Honduras, según el estudio.

La investigación analiza la calidad de la información ofrecida sobre las pandillas y concluye que es poco fiable. "Presenta un marcado sesgo hacia los hechos puntuales, las versiones limitadas y una cierta magnificación del fenómeno en contra de diversidad de fuentes y ángulos periodísticos que vayan más allá de lo noticioso", advirtió.

La directora adjunta del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Chisa Mikami, dijo durante la presentación del informe que se necesitan "propuestas viables para una atención integral del fenómeno", ya que la juventud busca en las maras un "sentido de pertenencia" ante los "vacíos" dejados por el Estado y la falta de oportunidades.

"Al hablar de pandillas hablamos de juventud y del futuro de nuestros países", afirmó.

Los mareros, según Werner, "también son jóvenes normales, que pasan el tiempo como el resto de su generación, tienen trabajo y contribuyen a la economía familiar. Son jóvenes primero y pandilleros después".

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