SALUD-ARGENTINA: El remedio de la compañía

Un original plan de salud mental que se desarrolla en una localidad de la provincia argentina de La Pampa permitió reducir al máximo las recaídas en pacientes externados, a la vez que creó una nueva y valorada ocupación para personas sin empleo que vivían de subsidios estatales.

El Programa de Acompañantes Domiciliarios en Salud Mental nació hace 14 años por iniciativa del equipo profesional del servicio de agudos del hospital Gobernador Centeno, de General Pico, una localidad de 60.000 habitantes ubicada al norte de La Pampa y 600 kilómetros al noroeste de Buenos Aires.

"Teníamos 16 camas dentro del hospital general y sólo para pacientes psiquiátricos agudos", relató a IPS la trabajadora social Cristina Proia.

"Lo que advertíamos era que quedaban internados por tres o cuatro meses, que para un paciente agudo es mucho tiempo, y tras el alta venían las recaídas", recordó.

Así fue que surgió una alternativa para apuntalar a pacientes externados y evitar nuevas internaciones. Los profesionales entrevistaron a unas 25 personas sin empleo que percibían un subsidio y seleccionaron a ocho que aceptaron prepararse para acompañar a los egresados.

"Nosotros tratamos de rescatar la parte sana del paciente, no nos sirve entender sobre su cuadro o sobre la medicación, sino sólo acompañarlo", cuenta a IPS Gladys Mamani, una mujer que estaba sin empleo y que se sumó al programa hace 11 años para desarrollar una experiencia que hoy le permite trabajar en la salud pública y privada.

Proia, que se desempeña junto a la psicóloga Ana Viglianco y a otros profesionales, estima que en 15 años pasaron por el programa más de 100 pacientes entre los cuales mencionó diversos cuadros de psicosis, personas depresivas y en riesgo psico-social como se considera por ejemplo a madres adolescentes de sectores marginados.

Muchos son casos psiquiátricos externados que necesitan apoyo para tomar la medicación indicada y para alertar a los profesionales sobre comportamientos que puedan sugerir riesgos de una recaída. Pero también se busca prevenir que personas con afecciones mentales que no llegaron a necesitar internación hospitalaria desarrollen males crónicos.

"Entre los desocupados que se interesaron por nuestra propuesta había gente muy lúcida y su vocación se fue revelando en la tarea con cada paciente", explicó Proia. La capacitación inicial dura menos de dos meses, porque no reciben instrucción teórica. Los acompañantes básicamente reflexionan sobre sus prejuicios.

"Lo básico de la preparación es trabajar los preconceptos que se tienen sobre la locura, los sentimientos del acompañante frente al paciente, el compromiso sin perder la distancia que permite ver. No les hablamos de cuadros psiquiátricos ni de medicación, porque para atender esos aspectos estamos los profesionales", remarcó.

La idea del programa es que los acompañantes "mantengan cierto grado de inocencia", que les permita detectar cambios en la conducta del paciente.

Luego el profesional de la salud decide si el cambio representa un síntoma a considerar, y resuelve si hay que ajustar la medicación o reingresar al paciente por uno o dos días.

Cada acompañante tiene bajo su responsabilidad a cinco o seis pacientes que los llaman toda vez que los necesitan.

Puede ser una demanda diaria, semanal o mensual hasta que puede arreglarse solo. Pero los acompañantes supervisan su actividad en forma diaria con los profesionales del equipo.

"Sólo unos pocos no entendieron el papel que debían desempeñar porque intentaban decirle al paciente cómo debía vivir en lugar de acompañarlo en lo que necesitaba. La mayoría en cambio encontró en esto una salida laboral incluso a nivel privado", destacó Proia. Una tarea que ahora es muy reconocida.

Por ejemplo, una familia de una paciente que fue externada hace seis años propuso al acompañante pagarle por su tarea. De todos modos su labor sigue siendo supervisada por el hospital estatal.

Actualmente hay sólo dos acompañantes en el programa por falta de recursos, pero ya no reciben subsidios sino un sueldo del presupuesto de la Secretaría de Salud Pública provincial.

"Ojalá este programa siga con más recursos y se pueda desarrollar en otros lados. Si fuera masivo, a nivel nacional, sería extraordinario porque permitiría mejorar la calidad de vida de muchísimos pacientes. Pero claro, para eso se requiere de una voluntad política muy fuerte", advirtió la trabajadora social.

Según sus estimaciones, la cantidad de internaciones psiquiátricas en General Pico se redujo 90 por ciento con el programa y cada una de ellas tiene un costo superior a los 1.100 dólares mensuales. Sin embargo, Proia cree que lo principal no es reducir gastos sino mejorar la vida a las personas con padecimientos mentales.

"Se habla muchas veces de 'desmanicomializar', pero nosotros decimos que hay que generar alternativas para que los pacientes no queden librados a su suerte", remarcó. No todos los externados tienen familiares dispuestos o en condiciones de contener a quienes afrontan este tipo de sufrimiento que, aún con matices, suele ser crónico.

Para Gladys, que en más de una década acompañó a niños, adolescentes, adultos y ancianos, la idea es tan simple como estar allí. "Por ejemplo, yo voy a los cumpleaños y a otras reuniones a las que me invitan y muchas veces soy la única persona ajena a la familia, pero para todos soy 'una amiga'". Se diría "la" amiga.

"Me ha pasado de acompañar a una mujer de 30 años con la que salíamos a caminar y me pedía que cantáramos canciones infantiles y yo lo hacía con ella, aunque sabía que me veía ridícula en ese papel, pero es que no hay que hacer nada por ellos sino con ellos", dice risueña.

Los momentos más difíciles, en cambio, son cuando los pacientes no pueden siquiera hablar, pero aún así, ella sabe que en algún momento habrá una conexión. "Me ha pasado de ir a una casa en penumbras donde reina el silencio y nadie habla hasta que pasado un tiempo una voz me dice 'quedate' y así es este trabajo", resumió.

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