«Oramos a Alá para que bendiga el alma de Pak Harto y que lo sitúe entre los benditos», dijo a la prensa el primer ministro de Malasia, Abdullah Badawi, tras enterarse del fallecimiento del ex dictador de Indonesia, Haji Mohammed Suharto.
Hubo palabras similares del predecesor de Badawi, Mahathir Mohamad, hacia el hombre conocido por algunos en el sudeste asiático como Pak Harto (Padre Harto).
A comienzos de este mes, mientras el general de 86 años agonizaba desde el día 4 por problemas cardiacos, renales y pulmonares en un hospital de Yakarta, el fundador y ex primer ministro de Singapur, Lee Kuan Yew, viajó a esa capital para visitar al dictador y rendirle homenaje.
Estos tributos son comprensibles de los pasados y actuales gobernantes de Malasia y Singapur. Esos dos países, así como en Tailandia y Filipinas, le deben a Suharto la posibilidad de forjar un bloque, la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean), que los ubicó en el mapa mundial.
"La Asean no habría nacido si Indonesia, bajo el mando de Suharto, no hubiera tratado de convertirse en potencia regional", indicó la semana pasada, en su página editorial, el diario The Straits Times, portavoz del gobierno de Singapur.
"Como Suharto eligió ser facilitador de la estabilidad regional, y no su dictador, como se concentró en el desarrollo económico y social y como el sudeste asiático fue estable durante más de 30 años, la región pudo crecer", agregó el periódico.
"Suharto estuvo con Asean por 30 años y ganó gran respeto entre líderes actuales y pasados de la región, como lo demuestran las visitas que recibió en el hospital", dijo el editor de The Indonesian Quarterly, Bantarto Bandoro, en una columna para The Yakarta Post.
"Pero en sus tiempos se contuvo de proyectarse como peso pesado de Asean, porque sabía que los países de la región debían desarrollarse por caminos propios", agregó.
La Asean, hoy con 10 miembros, ha iniciado una nueva fase de consolidación, con la elaboración de una carta política que le dará solidez legal y fortalecerá su identidad y sus vínculos internos.
Esa perspectiva parecía remota en el periodo precedente al de Suharto, cuando el gobierno estuvo encabezado por el primer presidente indonesio, Achmad Sukarno, tras la independencia del colonialismo holandés en 1949.
El volátil Sukarno cifraba grandes designios para su país. Se enfrentó con Malasia en 1964 porque pretendía la anexión de los territorios de Sabah y Sarawak, en la isla de Borneo. Llegó a amenazar con apoyar a militantes izquierdistas y agricultores locales.
Con la creación de Asean en 1967, los cinco países fundadores iniciaron un acelerado avance hacia el desarrollo económico. A comienzos de los años 90, se los denominaba "tigres" y se caracterizaban por alcanzar sus logros a través de políticas de apertura y libre mercado.
La inversión extranjera fluyó desde Estados Unidos y otras grandes economías occidentales hacia Indonesia, un país riquísimo en recursos naturales, y el resto de la Asean.
El entonces joven general Suharto tomó el poder en 1965, cuando el ingreso por habitante de Indonesia era de apenas 195 dólares. Para 1995, la cifra había subido a 827 dólares.
En su gobierno, Indonesia pasó de ser un importador de arroz a la autosuficiencia de este producto básico en la dieta nacional. También hubo grandes avances en salud, educación e infraestructura.
La estabilidad regional y el crecimiento económico que Suharto alentó con sus políticas no pudieron ocultar el hecho que le daba más notoriedad a la Asean: el predominio de dictadores que, como él, Lee en Singapur, Mahathir en Malasia y Ferdinando Marcos en Filipinas reprimían a sus pueblos y gobernaban con mano de hierro.
Poco después de asumir el poder, Suharto lanzó una brutal campaña para purgar al país de comunistas, intelectuales y artistas de izquierda y sus simpatizantes, ciudadanos de origen chino y otros considerados enemigos de Estado, incluidos los ateos.
Según diversos cálculos, entre medio millón y un millón de personas fueron asesinadas en unos pocos meses, en lo que constituyó una de las peores masacres de la historia.
La represión anticomunista estaba a tono con la de otros gobiernos prooccidentales de la región como los de Malasia, Filipinas, Singapur y Tailandia. Después de todo, el mundo estaba sumergido en la Guerra Fría y Estados Unidos libraba la guerra de Vietnam.
Washington y Londres apoyaron la represión, del mismo modo en que alentaron la creación de la Asean como muro de contención de los regímenes izquierdistas cercanos.
Suharto también siguió otra tendencia regional: la de gobiernos centrales fuertes que aplastaron a comunidades étnicas pequeñas y vulnerables.
En 1975, ordenó la ocupación militar de Timor Oriental, que acababa de independizarse de Portugal, en una brutal campaña que terminó con el asesinato de 200.000 personas, un tercio de la población de ese territorio.
Al cabo de los 32 años de dictadura, en 1998, estudios de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y del Banco Mundial identificaron a Suharto como el más corrupto de los gobernantes del planeta. Se estima que se apoderó de entre 15.000 y 35.000 millones de dólares.
Pero Suharto logró esquivar la justicia. Sus abogados y familiares lo lograron interponiendo en los tribunales recursos basados sobre la mala salud del anciano.